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La fuente


La última noche de cada mes tenían la tradición de experimentar cosas nuevas, una manera de darle chispa a la relación que había comenzado un año atrás y que hasta ese momento no había caído en el aburrimiento.

El mes de julio no iba a ser la excepción. Compró tickets de bus para el último fin de semana y le mandó un mensaje a su chica: "Reserva el fin del 29 porque nos vamos de viaje, lleva solo lo necesario".

Llegado el momento se encontraron en el terminal y, extrañamente, ella solo llevaba un bolso de mano, algo inusual porque siempre viajaba con un par de maletas como si fuera a pasar un mes en una ciudad. Él se alegró al verla tan cómoda: sandalias, unos shorts que realzaban sus piernas y una blusa semitransparente que dejaba ver una ropita interior negra.

El recorrido en bus era relativamente corto. Dos horas y media para arribar a un pueblo de montaña, donde el clima otoñal y veraniego se unían formando un espacio perfecto para una pequeña plaza principal, custodiada por una gran fuente, un campanario de la iglesia y alrededor, muchos café, locales de comida y calles entretejidas como si fuera un telar.

La primera noche la pasaron caminando el pueblo, tomando fotos, mirando el menú de los restaurantes y escuchando la conversación de los viejitos de la plaza.

Al otro día, fueron un poco más allá, a hacer treking, conectarse con la naturaleza y bañarse en el río cercano. Era un plan de desconexión, donde ambos podían sentirse más relajados y tranquilos.

- Tengo una reserva para cenar en la noche - le dijo mientras regresaban al pueblo. Efectivamente, a las 10 pm llegaron a un bar tranquilo, solo iluminado por la luz de las velas y aparentemente, era el único que se mantenía trabajando un domingo. Ella, nuevamente, tenía unos shorts, una blusa corta y unas sandalias.

Comieron, tomaron al menos dos botellas de vino y se estaban devorando con los ojos, otra cosa que no se había perdido en la relación: la pasión.

Al salir del bar, el pueblo estaba completamente desierto. Solo se escuchaba el agua que caía suavemente en la fuente de la plaza y a lo lejos, alguno que otro auto circulando en las afueras. No supo si fue el vino o las piernas de su chica pero se le ocurrió proponer algo inesperado: - Vamos a meternos en la fuente - dijo él, recordando a los niños que habían visto hacer lo propio el día anterior.

Ella lo miró, primero escéptica y luego completamente avergonzada cuando él ya estaba en el agua chapoteando, pero se dejó llevar por el alcohol que tenía en las venas y el recuerdo del deseo con el que hace unas horas la estaban mirando.

Primero metió los pies para comprobar que el agua estaba tibia. Eso la relajó, en pocos minutos ya sentía su ropa mojada, su cabello ondulado por el efecto de la humedad y su piel, erizada por el frío nocturno.

Ninguno de los dos supo por qué o cuándo, pero en un momento estaban entrelazando sus lenguas en un beso caluroso, mientras sus cuerpos se rozaban apoyados en el pilar de la fuente. Habían perdido la cordura, pero les encantaba. Él comenzó a morderle el cuello, las orejas, bajó por su vientre y le abrió la blusa. Lamió su ombligo, sacó sus senos por encima de su ropita negra y mordió sus pezones, primero suave y luego los lamió como la primera vez que los conoció: primero por toda la aréola y luego en la punta.

Mientras seguía comiéndose sus pechos, le desabrochó los shorts para bajarlos con todo y ropa interior. Descubrió que el centro de la intimidad de su chica estaba erizado, así que lo atrapó entre sus labios pasando la lengua suavemente, ella abría con sus dedos para darle de beber de su humedad.

- Quiero que me lo hagas acá -, le dijo entre gemidos. Él se levantó, la besó nuevamente en la boca recorriendo sus lunares y la volteó, para besar su cuello mientras con sus manos la tocaba justo allí. Bajó, para besar entre sus nalgas, recorrer todo ese canalillo que iba desde justo un poco más abajo de esos hoyuelos en su espalda que a él lo volvían loco de placer hasta llegar donde se ocultaba la fuente de tanto deseo y el centro de su intimidad.

Ella sabía que sus nalgas lo volvían loco, así que las abrió con sus dos manos, para que su lengua pudiera llegar hasta lo más recóndito de su cuerpo. Las movía y gemía, él sabía que era el momento. Se levantó y lentamente la fue penetrando, hasta que fueron uno y allí aumentó el ritmo, tomando sus senos fuertemente y comenzando un mete y saca que se opacaba por el ruido de la fuente.

Esa fue la primera de las noches en que tuvieron sexo en público, solo con el cielo y las estrellas de testigo, aunque hubo una luz en los edificios de la plaza que se apagó justo cuando salieron de la fuente para vestirse.


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