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¿EXISTE LA EYACULACIÓN PRECOZ?


NOTA IMPORTANTE: La presente entrada está basada en la obra "Eyaculación precoz: Manual de diagnóstico y tratamiento. (Una visión global e integradora)", escrita por el sexólogo Koldo Seco Vélez, y publicada por la Editorial Fundamentos en 2009. Concretamente se recogen fragmentos de los capítulos 1 y 2 de dicha obra, a la que remitimos a los lectores interesados en el tema. Agradecemos al propio autor, el permiso que nos ha concedido de hacer uso de su obra para redactar la presente entrada.


         Son muchos los mitos que existen sobre esta disfunción de la respuesta sexual masculina, sin embargo, a juicio de algunos autores, el mito base o raíz se encuentra en la misma etiqueta diagnóstica: la Eyaculación Precoz (EP). Así pues lanzamos una pregunta que puede sonar soprendente: ¿Existe realmente la EP? Pero vayamos por partes.

Si recurrimos a la zoología y a la antropología, lo que nos podemos encontrar es que la sabia naturaleza, o la evolución dirían otros, ha dispuesto para el macho de muchas especies animales una respuesta sexual rápida, certera y eficaz, capaz de evitar el ataque de otros animales durante la cópula, al tiempo que garantizar la fecundación de la hembra en el menor tiempo posible, para la supervivencia de la propia especie. Por otro lado el que un macho pueda fecundar en el menor tiempo posible el mayor número de hembras contribuye también al éxito reproductor y de supervivencia de la especie. Así ocurre, por ejemplo, en los primates donde el tiempo que tarda en eyacular un macho de estas especies desde que se inicia la cópula va desde pocos segundos a como mucho un minuto. En la especie humana, el varón se encuentra que frente a esta predisposición biológica a la eyaculación rápida, se conjugan otros factores de tipo psicológico, moral, social y cultural que influyen en la misma respuesta fisiológica y en su valoración, y que han ido variando con el tiempo, como veremos a continuación.

Efectivamente, la consideración social y patológica de esta disfunción ha sido muy variada y cambiante en los últimos 100 años. Entre finales del siglo XIX y principios del XX surgen las primeras menciones clínicas del término eyaculación precoz. Hasta la primera mitad del siglo XX la opinión mayoritaria era que la EP constituía un tipo de impotencia sexual. En esta época en la que el psicoanálisis era la escuela preponderante, la EP era vista como un trastorno narcisista donde el paciente se veía dominado por obscenos impulsos de venganza, hostilidad y odio inconsciente a su madre, así como hacia las mujeres en general, lo cual se aplicaba también hacia los pacientes aquejados de impotencia. Hoy en día sin embargo, se sabe los mecanismos de erección y de eyaculación son diferentes, además de que los mecanismos neuroquímicos de la EP y de la disfunción eréctil también son completamente distintos. Por su parte las escuelas médicas de París y Lyon explicaban que la EP se debía a una hipersensibilidad del glande, observando cómo algunos varones mejoraban cuando eran circuncidados, proponiéndose por tanto cremas anestésicas, cirugías menores del frenillo, y las primeras propuestas farmacológicas.

Alfred C. Kinsey
Durante la mitad del siglo XX, entre los años 47 y 53, se inicia el proceso de socialización del concepto de EP, debido sobre todo a la publicación en EEUU del Informe de Alfred Kinsey, más conocido como Informe Kinsey. En este informe se realizaba un análisis de las prácticas amatorias del estadounidense medio, y en el cual aparecía recogido el dato de que aproximadamente un tercio de los hombres llegaban al orgasmo a los 2 minutos o menos de la introducción del pene en la vagina. Sin embargo, para Kinsey, la eyaculación rápida, como la definía en su informe, era un signo de superioridad biológica, ya que respondía a la premisa evolutiva de fecundar al mayor número posible de hembras para garantizar la supervivencia de la especie, desaconsejando por ello las recomendaciones de la mayoría de los manuales matrimoniales de la época que aconsejaban retrasar la eyaculación. Otras de las revelaciones del Informe Kinsey fue saber que la sexualidad era vivida de forma diferente en función de la clase social a la que se pertenecía. Los pobres no buscaban muchas sofisticaciones en sus relaciones sexuales y seguían comportamientos menos reprimidos y con un mayor logro orgásmico que las clases altas, que buscaban otras alternativas al coito, como las fantasías y la masturbación. En dicho informe, a pesar de que fueron entrevistadas 8000 mujeres, no se recogen datos de cómo les afectaba la EP a su propia sexualidad. Es evidente que esto se debía a que en estos años todavía la mujer no había adquirido el protagonismo social que después ha conseguido, para poder expresar y manifestar su derecho y necesidad a la propia satisfacción erótica, y por tanto no se establecían relaciones entre la eyaculación rápida y el orgasmo femenino durante la cópula, como si ocurrirá posteriormente. La consecuencia, sin embargo, más importante del informe, como se decía, fue que el público comenzó a tomar interés por su propia sexualidad, y en concreto por la EP, lo que inicia el camino que tiene como fin la entrada del término en las nosologías médicas y psiquiátricas.

Durante los veinte años posteriores al Informe Kinsey se inició un debate en el que se discutía entre si la etiología de la EP se debía a causas somáticas o psicógenas. Escuelas psicológicas analíticas realizan intrepretaciones de la EP distintas a la freudiana, donde explican que es la "ansiedad extrema" la causa principal, enfocándose el tratamiento en esa dirección. Por contra diversas escuelas médicas proponen diversas alteraciones orgánicas como casusas de la EP.

Virginia Johnson y William Masters
A principios de los años 70 el estudio revolucionario sobre sexualidad y respuesta sexual de Masters y Johnson, resitúa la EP como un problema no ya en exclusiva del varón, sino de la pareja. Los estudios llevados a cabo por Masters y Johnson dan lugar precisamente a lo que se dará en llamar a partir de entonces terapia sexual, con dos características básicas: el considerar que la queja o disfunción, sea cual sea, no radica en uno de los dos componentes de la relación, sino que es el resultado de la misma relación sexual entre ambos; y que la base del diagnóstico y del tratamiento de la terapia sexual se centra en la misma relación sexual. Hoy en día, tanto la base principal de su teoría, como las estrategias y técnicas terapéuticas que aportaron Masters y Johnson son reconocidas en su eficacia terapéutica por la mayoría de los profesionales.

Durante esta década de los 70 se va produciendo en el varón un cambio de actitud respecto al sexo, al tomar consciencia de la necesidad de prolongar su respuesta eyaculatoria, buscando con ello favorecer el disfrute erótico de su pareja. También cambia la opinión en cuanto a que se deja de considerar que el orgasmo cuanto más rápido sea mejor, percibiéndose que el orgasmo es más satisfactorio cuanto más se retarda la eyaculación. Al mismo tiempo, la aparición de la píldora anticonceptiva femenina desliga las prácticas sexuales de un fin meramente reproductivo, a otro más centrado  en el placer, cambiando con ello también la actitud y la vivencia erótica de la mujer.

Shere Hite
Entre finales de los 70 y la década de los 80 será la etapa en la que la mujer comunica y expresa lo que espera y desea de las relaciones sexuales, tomando el varón a su vez, conciencia de ello. En este proceso tendrá una enorme influencia el llamado Informe Hite, realizado por la sexóloga Shere Hite y publicado en 1976 en EEUU. En dicho informe se recogían unas 3000 entrevistas realizadas a mujeres entre los 14 y los 78 años donde contaban cómo sentían y experimentaban su relaciones eróticas y amatorias. A partir de este momento el varón toma consciencia de la necesidad de satisfacer sexualmente a la mujer, intentando en consecuencia eyacular más retardadamente.

En los años 90 surgen tres nuevas aportaciones. Por un lado la sexóloga de formación analítica Helen S. Kaplan en su estudio sobre las fases de la respuesta sexual explica que la EP puede deberse, entre otros factores, a un mal aprendizaje de la amatoria, es decir a un déficit en la captación del reflejo eyaculatorio, siendo el síntoma de la eyaculación precoz un hecho aislado. De esta forma los hombres que padecen EP no tiene por qué presentar una problemática psicológica uniforme ni específica. Este teoría se complementa con el tratamiento ya clásico diseñado por Masters y Johnson, a pesar de la propia formación analítica de Kaplan, que reconoce la eficacia de la terapia conductual en el tratamiento de la EP frente a la terapia analítica.

Otra aportación es la conversión del término EP en diagnóstico oficial a raíz de su entrada en sistemas nosológicos "oficiales" como el DSM-IV y la CIE-10.

Y la tercera aportación viene de las investigaciones neurobiológicas que parten de 3 hipótesis de estudio: la influencia de la serotonina en el tiempo de latencia eyaculatoria, la posibilidad genética de un factor hereditario y la hipersensibilidad del glande. De estas hipótesis aun en estudio se han lanzado algunas propuestas farmacológicas de tratamiento como inhibidores de la recaptación de serotonina (ISRSs) como fluoxetina, antidpresivos tricíclicos como la clomipramina, o inhibidores de la 5-fosfodiesterasa como el tadalafil. Sin embargo, ningún fármaco ha resultado satisfactorio y definitivo en el tratamiento de la EP.

Finalmente desde comienzos del presente siglo han empezado a surgir las primeras voces que abogan por una despatologización de la EP, y un cambio de enfoque en su comprensión. Así diversos autores, como Gilbert Tordjman, Josep Maria Farré, Francisco Fora, Luis Elberdin, Koldo Seco, etc., apoyados en ciertos datos, como la extrema dificultad para dar una definición clínica operativa de la EP, argumentan que muchos de los estudios y diagnósticos se realizan sobre deficiencias y contradicciones en las definiciones, los que les resta fiabilidad y validez. Además, la eyaculación se considera como un mecanismo de superviviencia que evolutivamente se debe considerar como una variante de la respuesta sexual del varón, por lo cual no debe catalogarse de disfunción ni incluirse en las nosologías psiquiátricas. El origen del problema, según estos autores, se encontraría más bien en el modelo de relación sexual que impera actualmente en la sociedad, determinado por ciertos componentes culturales, de esta forma se trataría de una disfunción social, a la cual contribuyen de forma iatrogénica los propios medios de comunicación que fomentan dicho modelo de relación y comportamiento sexual. Sólo tendría sentido hablar de EP o entenderla como un problema cuando de manera reiterada la eyaculación se produce antes de la penetración, imposibilitando o dificultando el coito. En este sentido, también se propone cambiar la denominación de esta disfunción de EP a eyaculación rápida insatisfactoria, dado que es según el modelo de relación que tenga la pareja, lo que hace que la eyaculación rápida tienda a vivenciarse o no como un problema para esa misma pareja.

Helen Singer Kaplan
Efectivamente, la propia Helen S. Kaplan escribía: «Imaginemonos, hace un millón de años, una pareja haciendo el amor en la jungla, imaginemos también que aparece en escena un tigre feroz. Si la pareja sigue haciendo el amor ello representa la muerte. Por eso los animales que sobreviven durante bastante tiempo como para producir descendencia eran aquellos que lo abandonaban todo, incluyendo comer y aparearse, para atender rápidamente a los peligros que amenazaban su vida». Por lo tanto es obvio que los mecanismo que facilitan la huida (brevedad de la cópula) son estrategias beneficiosas tanto para el individuo como para la especie. De aquí se deduce, como hacen varios profesionales de la salud y sexólogos, que si la eyaculación rápida es normal, como lo es en las mayoría de especies de mamíferos, la eyaculación precoz en sí misma no tendría por qué tener consideraciones clínicas, máxime cuando la satisfacción sexual en la mujer puede lograrse por otros medios, además de la cópula.

Desde este enfoque se empieza a percibir el problema de la EP más como un problema dependiente del modelo sociocultural preferente, y no tanto como una entidad clínica diagnóstica en sí. Así, mientras en los pasados modelos se partía del prejuicio según el cual la sexualidad era una característica exclusivamente masculina, de la cual las mujeres carecían, y por tanto, la sexualidad permanecía ligada por entero a la reproducción, o como mucho al placer del varón, el modelo actual favorece la comprensión de la mujer como sujeto activo de la sexualidad, desligada ya de la reproducción, pero en la que dicha sexualidad, o el placer derivado de ésta, depende por entero de la habilidad masculina para hacerla disfrutar gracias a una cópula prolongada, por lo que para ello son necesarios un pene de erección duradera y una eyaculación retardada. Teniendo además en cuenta que mientras la respuesta sexual en el varón tiende a ser rápida, en la mujer, por el contario, tiende a ser pausada. O por decirlo de otra manera, han evolucionado los fines, el placer antes era, si acaso, masculino, y ahora pertenece tanto a la mujer como al varón, pero no se han cambiado los medios, el placer sólo se debe alcanzar a través del coito, siendo ese desajuste entre fisiología de la respuesta sexual y modelo socio-cultural lo que ha generado el prejuicio de la EP

Para estos autores la EP sería por tanto un pseudoproblema inventado por el actual modelo sexual vigente en nuestra sociedad, que persiste en tanto las personas se lo creen y lo sienten como tal, pero sin ninguna base objetiva para su consideración. Por lo tanto, se trataría de un problema de educación sexual y no una disfunción en sí. A partir de una educación sexual que promueva la relativización de los modelos rígidos de conducta, reduciendo con ello la angustia de la obligatoriedad que provocan,  es posible una terapia eficaz.

En el contexto actual las relaciones sexuales quedan circunscritas a un hábito más de consumo y de productividad, donde cualquier insatisfacción o bajo rendimiento se diagnóstica como si de un problema mental o de salud se tratase, y donde se busca una solución rápida de cara a un cumplir con el modelo social supuesto antes que a averiguar las verdaderas causas de tal insatisfacción. Y es la ansiedad, entre otros factores, lo que, como síntoma principal, se produce en este modelo aprendido, y que termina por bloquear cualquier otro tipo de respuesta sexual.


Portada de la obra del sexólogo Koldo Seco Vélez,
sobre la que está elaborada la presente entrada.




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