Llevo tres días en un hotel. El primer día, mientras estaba sentada en la recepción, se me acercó una señora y me dijo:

– Disculpe, no la conozco, pero la he visto con el pañuelo y no me he podido contener, yo estaba como Vd. hace tan solo un año y ahora estoy bien. Solo quiero decirle que de esto se sale, que se puede.

La miré con una sonrisa y le contesté que yo no saldré, que tengo metástasis. Me devolvió la mirada con cara de tristeza, como si me conociera de toda la vida, me acarició la cara y me dijo:

– Si no se sale se cronifica, pero quiero que estés bien.

Gracias señora, ni siquiera se su nombre, pero gracias.

Al día siguiente, en la cafetería, misma situación, otra señora, esta con el pelo corto. Su comentario fue en la misma línea, al igual que mi contestación. Pero esta vez, después de despedirnos, volvió y me dijo:

– Estoy en la habitación 601, cuenta conmigo para todo lo que necesites.

Mientras me daba dos besos con ojos acuosos, que me supieron a apoyo incondicional.

Hoy subía en el ascensor con mi manga para el linfedema y otra señora me ha acariciado la manga y me ha dicho:

– Estás malita. Yo también he pasado por ello, sé valiente, te deseo mucha suerte.

¿Qué tendrá esta enfermedad que nos hace generosas, solidarias y desinhibidas? Si no fuera porque, literalmente, nos jode la vida, diría que nos hacen mejores personas.