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Arremetiendo

Ulises, mi segundo bebé, nació el 21 de noviembre de 2013. Fue un parto prematuro, a las 32 semanas, porque yo tenía oligoamnios (poco líquido amniótico) y el obstetra nos controlaba dos veces por semana con ecodopplers, hasta que decidió que era mucho riesgo para el bebé y se hizo la cesárea. Valentina, su hermana mayor, con 4 años y medio, se fue unos días a la casa de mis papás, a dormir con ellos por primera vez.

Todo salió hermoso. Uli lloró fuertemente, salió súper vital de mi panza. Fue una gran emoción. Luego tocaron semanas en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales (UCIN) y sacarme leche en el lactario para que creciera bien y con mis anticuerpos. Ahí la primera señal: un bulto que no desaparecía cuando vaciaba el pecho izquierdo.

Recuerdo que pensé en ir a consultar, pero después de meses de preocuparme por mi salud y la del bebé lo descarté, quería disfrutar el momento. Además había hecho todos los controles antes de quedar embarazada y durante el embarazo (el obstetra me revisó las mamas) y todo estaba bien. Tenía 38 años, ningún antecedente familiar. Dos hijos, mi marido. Habíamos atravesado mucho estrés. Yo quería estar con mi bebé y nada más.

En febrero de 2014 volvimos de unas vacaciones volando desde la costa (casi literalmente, en auto por la ruta) porque Uli tenía una infección urinaria, por la que estuvo internado una semana (con punción lumbar incluída). Otra Vez salimos bien de esa.

El tiempo continuaba y de pronto en marzo Uli no quiso tomar más teta. Como sabía que que a los bebés prematuros les cuesta la succión, continué con el sacaleche hasta que (por suerte) me rendí y desistí… le iba a dar leche de fórmula, basta, no podía más, necesitaba descansar. A Valen le dí teta hasta los 2 años, pero Uli no iba a tener la misma suerte.

En abril, ya con los pechos deshinchados, un día bañándome encontré el bulto otra vez, y ahí sí me preocupé… Fui al ginecólogo, deseando que fuera benigno, un bulto de leche… Pero cuando me hice la ecografía y la mamografía ya la médica me miró y me pidió los datos de mi ginecólogo… algo no estaba nada bien…

Mayo, junio, julio, agosto, septiembre…. Biopsia, tumorectomía, estudios de extensión, mancha en el hígado, punción hepática con resultados buenos, extirpación de ganglios linfáticos… En octubre, ya en mi cumpleaños 39, quimioterapia, 2015 radioterapia y luego terapia hormonal… Terminé agotada, pero esperanzada de que la pesadilla terminara de una vez.

2015 fue un buen año: pelo creciendo, Ulises caminando (y yo con la sensación de haberme perdido mucho de él y querer recuperarlo) y Valen en primer grado. En 2016, mientras trataba de recuperar la normalidad entre controles, aparece otra vez una mancha en el hígado, pero esta vez eran tres… Nuevamente punción, pero esta vez era metástasis.

Me lo dijo la bestia que me hacía la ecografía abdominal. Yo le contaba mi historia, lo de siempre, por qué me hacen esto, etc. Y me interrumpe y me dice: Nunca SE FUE. Me senté. Me iba a desmayar. Se suponía que podía haber sido una mancha por los cambios hormonales del embarazo… NUNCA SE FUE.

Llamé a mi psicóloga. Llamé a mi oncólogo. Fui a verlo. Me ordenó una resonancia. Con ese resultado, la punción. CONFIRMADO: NUNCA SE FUE.

Adelanté el bautismo de Uli, que estaba pateando para adelante hasta tener más pelo. Me compré una peluca (había usado pañuelos, una especie de promesa: “esto era temporario”). Y arremetimos.

Ahora, miro para atrás y me sorprendo. A mí misma. Estoy en tratamiento. Fui fuerte, más de lo que nunca creí. Salí adelante con dos embarazos complicados, con reposo absoluto. Salí adelante de una crisis matrimonial que parecía salida de una película italiana (eso va para otro momento, ja). Conseguí un trabajo que me gusta hacer. Compramos nuestra casa, ahora soñamos mudarnos. La nena debilucha era más fuerte de lo que ella misma creía.

Arremetimos. Esa es la palabra.

Antes siempre con miedo. Siempre controlando. Siempre previniendo. Mi hermano, desde lejos, preguntaba:

– Pero ¿No te hacías los controles?

No me conoce… me los hacía todos y más… yo y los que amo… una enferma de los controles… y me viene a pasar a mí. No a mi Amiga, la que se droga. No a mi amiga, la que come basura. No a mi amiga, la que nunca se hace ni un PAP. No a mi amiga, la que fuma. A mí.

Arremeter es la palabra. Vivir. Convivir con el miedo a morirme. Convivir permitiéndome negarlo.

Así llevo este tiempo. Uli en jardín, Valen en tercer grado… haciendo disfraces, ayudando a hacer los deberes, preparando clases especiales, pintando sobre madera en las noches de insomio, trabajando en lo mío, ordenando la casa. Arremetiendo, mientras el cuerpo me deja y la cabeza se calma, viviendo. El futuro no lo tiene nadie asegurado, la vida comprada… Sentir eso, no sólo saberlo, sino sentirlo cada mañana, te ubica distinta en la vida. En el centro, el tuyo. Y eso es algo realmente bueno.




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