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PATRIA (IV): Holocausto caníbal



Dije en el anterior capítulo que aquí me iba a fijar más en la familia del Txato y que lo iba a poner en relación con la mía. Me voy a abstener bastante de contar cosas propias porque Google es un motor de búsqueda demasiado bueno y a los MedinSidonia, por mucho que haya pasado el tiempo, no nos gustaría que alguno de los lectores tuviera la curiosidad de hacer preguntas y encontrar algo. Ni nombres ni fechas ni apenas acontecimientos concretos de la época, lo siento mucho.

Vamos a contar un cuento: Imaginemos que somos los "Garmendia", que es el primer apellido vasco entre los más corrientes en Guipúzcoa (descojono entre paréntesis: los once primeros son por orden, García, González, Rodríguez, Fernández, Sánchez, Pérez, Martínez, López, Martín, Gómez y Hernández. Luego viene Garmendia. No, que no somos españoles y tal).

¿Cómo y quiénes éramos los "Garmendia"? El señor Garmendia era de por ahí arriba, y ahí lo dejamos sin concretar más. Si buscamos el segundo, tercer y cuarto apellidos más comunes (después de sortear apellidos como Jiménez, Ruiz, Alonso, Alvarez... que no se qué pintan ahí porque no somos españoles y blablabla) encontramos Larrañaga, Aguirre y Alberdi. Bien, pues la realidad era similar a esa. Y podría seguir hasta el infinito. La familia de papá Garmendia tenía un pasar bastante bueno allá en el sitio del que eran.

La señora de Garmendia en cambio, no era de ahí arriba, sino de Zaragoza. Su madre sí era de por ahí arriba (si los lugares que no nombro fueran Bilbao, San Sebastián, Vitoria o Pamplona, lo diría. Pero es que son sitios pequeños y por tanto demasiado concretos). Conoció a mi abuelo en la guerra civil (ahí arriba). El no era de ahí arriba tampoco, sino de Zaragoza, de una familia de clase media acomodada de Zaragoza por una parte (he dicho acomodada, no rica), y por otra de una familia del sur con su apellido compuesto y todo.

Sí que hay unas cosas interesantes que tienen importancia: la familia Garmendia (distribuida en Navarra, Guipúzcoa y Vizcaya básicamente), tenía entre sus miembros a destacados nacionalistas del PNV (incluyendo históricos en el exilio), miembros de ETA (de cuando ETA no mataba), y colaboradores de ETA (de cuando ETA ya sí mataba a base de bien). Incluso hay uno que no he visto nunca que le daba con bastante éxito a eso del "rock radical vasco" e imagino que al PP no votará. Sin embargo la familia más directa no lo era, más bien pasaban de política. La familia de madame Garmendia por supuesto no era nacionalista en absoluto, salvo una rama colateral de San Sebastián peneuvista, hablantes de euskara y muy conocida. También con cosas en el gobierno vasco en el exilio.

Los Garmendia vivían bien. Los Garmendia no eran en absoluto ricos, pero daba para ir a buenos colegios, tener chica en casa y esas cosas. Los Garmendia vivían en Amara, no en Miraconcha como el piso que compra el Txato. Miraconcha tiene el precio por metro cuadrado más alto de España, después de las calles Hernani y Zubieta, también en San Sebastián. Aunque el piso fuera un megachollo como dicen en la novela, aunque no es en el mismo paseo sino en la segunda o tercera línea, por la Cuesta de Aldapeta (a Bittori una casa le tapa la playa y ve una franja de la bahía), y aunque los precios en los ochenta no se parecieran ni remotamente a los actuales (San Sebastián no estaba de moda, más bien la gente se marchaba de allí), Miraconcha estaba y está al alcance de pocos.

Resumiendo en cuatro palabras: una familia normal como muchas de San Sebastián, un sitio rico en el que siempre se ha vivido muy bien, sin pretensiones, que no se metía con nadie. Con esto, dejo la semblanza aproximada de los señores de Garmendia. Encantado de conocerles.

 No había pintadas, eso puedo decirlo. No había "Garmendia Txibato", "Garmendia opresor" o "Garmendia kanpora"; no había dianas pintadas con el nombre ni cosas de esas. No olviden que viviamos en San Sebastián, no en un pueblo donde todos se conocen. Pero había cartas anónimas y llamadas telefónicas. De eso, los Minigarmendias no nos enterábamos, eso lo hemos sabido después, años después. La señora Garmendia tampoco lo sabía entonces porque el señor Garmendia no lo contaba. Como el Txato, vamos. Así pues, el ambiente no era festivo pero era más o menos anónimo. Nadie dejaba de saludarte, te ponían cosas en los bares, nadie te miraba raro... en fin seguiamos yendo a misa los domingos al Buen Pastor y tomando unos pintxos en La Espiga a la salida. Como si nada.

Puedo contar que esas cartas no eran pidiendo dinero. No éramos unos ricos empresarios (ni siquiera unos pobres empresarios, a los que también extorsionaban). No era eso, era que el señor Garmendia tenía un puesto de cierto calado en la opresora (y fascista, por supuesto) administración del Estado Español, y eso le convertía en enemigo del pueblo elegido y blablabla.

La señora Garmendia me ha contado en alguna ocasión algunos momentos clave en los que sonaron las alarmas. Garmendia padre no quería irse, decía que no iban a echarle (el Txato mismamente, si recuerdan la novela), pero la diana invisible que tenía pintada en la espalda era cada vez más visible.

Acontecimiento UNO: misa en los Capuchinos, al lado mismo de la Plaza de Guipúzcoa, en la calle Oquendo. Iglesia venerable, mona, pija, detrás del María Cristina. Los minigarmendias no estabamos. En esto que en el sermón el cura se pone a hacer de Don Serapio, el cura de Patria: que si hay que entender, que si estos chicos luchan por algo, que tal y cual. Comienza un runrún en la iglesia (imaginen el público de residentes en esa zona de San Sebastián con sus corbatas y sus abrigos de piel), murmullos de "qué coño dice este" y cosas así. El señor Garmendia levanta la voz y grita algo así como "Qué entender ni que mierda". Y se va. Así, con dos cojones. Le faltó acabar con un vivaespaña.
Por mucho que San Sebastián sea una ciudad, obviamente no es Tokio, ni Madrid, ni Bilbao. Eso no pasa desapercibido, se comenta, se señala. La diana invisible cada vez era más visible.

Acontecimiento DOS: El protagonista soy yo. Yo no me acuerdo, pero parece que ibamos  andando por ahí, por cualquier sitio de San Sebastián. Imaginen la escena: pipiolo de 10-11 años ve un cartel en euskara y lo lee. De corrido, como si fuera castellano. Con entonación perfecta (los idiomas siempre se me han dado bien, la verdad). Se desconoce si el cartel en cuestión decía "Largaos de aquí putos españoles",  "Libertad para los gudaris vascos presos en las cárceles del estado opresor", o si más bien era del tipo  "Esta semana promoción 2x1 en tomates en Eroski" o "Ya es primavera en El Corte Inglés".
El caso es que mi madre piensa que a ver dónde voy a acabar yo, con la compañía de los amigos del colegio X, Y y Z de los que hablábamos en la segunda parte, el ambiente violento... en fin que esto tiene mala pinta.

Acontecimiento TRES: Esto fue un atentado concreto. Mataron a un VIP local a la salida de misa. Era amigo de Garmendia padre. Lo había dejado en la puerta de la iglesia una hora antes. Si al salir de misa no habló con nadie, Mr. Garmendia fue la última persona con quien lo hizo. En aquella época, esto era como el pito-pito-gorgorito... te ha tocado. Le tocaron unas ráfagas de 9 mm en la Avenida a él, al chófer y a la escolta. Cinco muertos cinco.
Este igual lo encuentran en Google si buscan, pero no importa porque no hay ninguna relación conmigo, ni tangente ni cosecante.

Acontecimiento CUATRO: Movida borroka en los alrededores del colegio donde estudian los MedinaSidonia (o los Minigarmendia, si prefieren). Ha habido algún atentado durante el día y la juventud alegre y combativa se ha concentrado en las cercanías a hacer sus cosas de juventud alegre y combativa. Escaparates rotos, barricadas, coches cruzados, botes de humo, piedras, pelotas de goma, cócteles molotov... toda la parafernalia. Gritos; que si "presoak kalera", que si "gora ETA", que si "Aupa la Real" que diría algún despistado que pasara por ahí. Los autobuses del colegio no pueden salir a llevar su carga infantil a casa porque el camino es zona de guerra. Al final, somos rescatados por nuestro tío, que vivía en San Sebastián y trabajaba en Usúrbil (un pueblo que perfectamente podría ser el de Patria).

Hubo más cosas, como que MedinaSidonia Pequeño (o Minigarmendia III) llega a casa diciendo que la policía es mala. Que pegan. Garmendia padre le acompaña hasta el Gobierno Civil en Amara donde le obliga a dar la mano a uno de los policías (aún de gris) que montan guardia en la entrada. O conversación escuchada en una tienda por la señora Garmendia en la que dos "señoras" justifican un atentado, que "algo habrá hecho". No es lo de menos tampoco que en varias ocasiones papá Garmendia nos llevara al colegio en un coche negro con un señor muy serio en el asiento del copiloto y otro coche detrás. O delante, no me acuerdo. En fin, no es lo más normal, que no era el lehendakari, ni el alcalde, ni nada por el estilo.

Al final, la diana pintada se hizo visible del todo. Y un día pasó lo que tenía que pasar. Y hasta ahí puedo leer. Lo siento. Lo único que puedo decir es que Garmendia padre murió hace pocos años, no entonces.

En la segunda parte de estos comentarios a "Patria" de Fernando Aramburu dije que cuando llegué a Zaragoza (otro punto en común con la familia del Txato por cierto, la Facultad de Derecho de Zaragoza donde estudió Nerea y donde lo hice yo), era de lo más cool ser vasco. Así fue. Pero ahora llega el momento de la otra parte del cuento.

No pasaron muchos años antes de que ser vasco se convirtiera en una especie de estigma. No, a mi no me decían apenas nada, la gente sabía lo que había ocurrido y porqué estabamos en Zaragoza. Algún "los vascos son todos unos asesinos" sí que tuve que tragarme sabiendo perfectamente que no me lo estaban dirigiendo a mi. De hecho me hacían saber después de decirlo que "bueno, menos tú". Pero me entristecía tremendamente. Y alguna vez ya en BUP intenté rebatir, explicar... que no todos, que eran unos cuantos, que.... Tras la masacre de la casa cuartel de Zaragoza (de donde es la foto de este post), mi sentimiento vasco ha estado muy reprimido. No recuerdo, por cierto, haber oído la explosión como sí oí la de Madrid años después, lo he contado en el capítulo anterior. La casa cuartel estaba bastante lejos de la mía.

Si quieren que les diga la verdad, nunca he tenido un gran sentimiento vasco: lo he tenido, lo tengo y lo tendré donostiarra. Me considero un privilegiado por haber nacido y vivido allí. Creo que Donostia, San Sebastián, Donosti, La Bella Easo, Irutxulo o como cada uno quiera llamarla, es el lugar más bonito de la Tierra. Creencia que cada cual, por supuesto, guarda de su pueblo o de su ciudad, sea la que sea y aunque sea en Marte.

En cuanto conozco a alguien que es de allí o que ha vivido allí, me falta tiempo para hablar con él de ello, sacar mi DNI con ese elegante "born in Donostia-San Sebastián" al que podría poner la música de Springsteen, pero quedaría raro con ese nombre tan largo. Leo de vez en cuando El Diario Vasco en internet, no cada día pero a menudo. Zapeo y me quedo en un canal en la tele cuando veo una imagen de La Concha, cuando hablan de Arzak, de Mugaritz, de Akelarre o de Berasategui. O de la lagartija de Santa Clara. O de lo que sea. Soy más donostiarra que la barandilla de la Concha o que la montaña suiza de Igeldo.

Y sí, todo eso está muy bien. Pero agradezco a mis padres habernos sacado de allí en un momento tan, tan jodido. Por mucho que en 1977 me doliera, que sintiera que me destrozaban la vida, puede que gracias a eso hayamos tenido vida. Hay un momento en la vida en el que el primer amor que tienes te hace sentir, cuando lo has perdido, que nunca va a ser igual, que nunca podrás querer a otra. Luego por supuesto, ves que no es así: Y también agradezco a Zaragoza, a la gente que me acogió tan bien desde el primer día, a muchos mañolandeses que han estado y están conmigo.

Parece que ahora hay paz. Una paz a la que la gente se ha acostumbrado muy rápidamente. Demasiado rápidamente. ETA sigue teniendo armas. ETA no se ha disuelto. ETA podría volver mañana a devorar al pueblo vasco en un holocausto caníbal en el que unos vascos asesinan a otros (y a otros españoles) porque no piensan como ellos.

Pero al menos hay esperanza, como en la escena final del libro. Gracias, Fernando Aramburu, por haber escrito este libro, y gracias también por ese beso final, silencioso, cauto, esperanzado, entre Miren y Bittori.


THE END...


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