Empezaron por la resistencia pasiva (supuestamente) en la calle (manifestaciones, desahucios, etc.), que no es nada más que oposición violenta por pasiva al mandato de los agentes del orden. Siguieron con los escraches (como a Cifuentes, por ejemplo), que no eran sino una brutal forma de acoso personal. Después fueron las interrupciones violentas de las conferencias (por ejemplo también, Rosa Díez), que era una clara violación de la libertad de expresión. Continuaron con el asalto a la capilla católica de la Universidad Complutense de Madrid, que fue una violación de la libertad religiosa. Posteriormente fue la paliza a Inma Segui. Lo último ha sido el asesinato de Victor Laínez.

El violento clima creado y alimentado por la extrema izquierda desde arriba, empezando por el mismo Pablo Iglesias, ha ido subiendo en intensidad y en consecuencias. Evidentemente ni él ni sus cercanos son culpables de, en último término, la paliza a Inma Segui o el asesinato de Victor Laínez. Pero sí son culpables de haber creado la atmósfera que ha producido dicho actos.

Lo que no se puede es adoptar un lenguaje totalmente violento y esperar que no haya consecuencias como las apuntadas. Tampoco se pueden potenciar incumplimientos de la ley de baja intensidad (por decirlo de algún modo) sin asumir que más adelante van a llegar incumplimientos de la ley de mucha mayor gravedad.

Poco a poco la extrema violencia de la extrema izquierda ha ido subiendo en intensidad, y estamos como estamos. ¿Van a parar ahí? Ojalá. Pero mucho me temo que no. Y las consecuencias de esta escalada violenta pueden ser peores de lo que se piensa. Porque los miembros de la extrema derecha tampoco son cojos ni mancos. Ni pacifistas que se dedican a encajar los golpes sin intentar vengarse. No justifico ni justificaré esa venganza si llega a producirse. Pero es lo que hay.