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Viernes negro en París

París en shock. Otra vez. Mientras la cifra de muertos sigue aumentando. Al principio fueron 18, luego 24, 40, 50, 100, 140... El ayuntamiento pide a los parisinos que no salgan de casa. Los taxis llevan gratis a los ciudadanos a la seguridad de sus hogares. Las carreteras y el metro han sido cortados. El ejército se moviliza. Las familias no son capaces de encontrarse porque las líneas telefónicas están saturadas. Facebook habilita su alarma ante las catástrofes para tranquilidad de quienes reciben una notificación mientras en toda Europa todo el mundo conoce a alguien en París y espera el tick verde. Un viernes cualquiera, ciudadanos de toda Europa salimos a relajarnos, cenar, tomar unas copas, ver un partido de fútbol o disfrutar de un concierto. Cada vez se hace más evidente que ya no estamos seguros en nuestros países, que las escenas de horror que antes se asociaban a tierras lejanas, se reproducen ahora en nuestras ciudades, en las calles que conocemos, en las que crecimos inmersos en el gran lujo de la seguridad

Algunas conclusiones me vienen a la cabeza mientras se siguen sucediendo las noticias...

-No podemos sentirnos seguros. Ya desde antes del atentado contra el Charlie Hebdo, en enero de este año, Francia estaba en alerta. Sin embargo no supo, o no pudo evitar el ataque contra el semanario satírico. En agosto no fue el estado, sino unos pasajeros americanos, quienes evitaron una masacre en un tren Thalys con dirección a París. A pesar de estos recientes precedentes, y a pesar de encontrarse en alerta, Francia no ha podido evitar que sus calles acabaran bañadas por la sangre de civiles esta madrugada. Al margen de enviar mensajes de victoria, resistencia y libertad ¿Puede el estado defender a sus ciudadanos?

-La integración no ha funcionado.  Francia siempre ha sido presentada como ejemplo de estado laico y libertad religiosa. Siempre nos dijeron, especialmente desde la izquierda, que laicismo es sinónimo de tolerancia, y tolerancia es sinónimo de integración. Los gobiernos invierten ingentes cantidades de dinero en subvenciones para estas minorías, lo que algunos consideran privilegios, se prestan servicios especiales y programas para la integración escolar y laboral, becas, prestaciones sociales, viviendas... Los gobernantes insisten en discursos de apertura y tolerancia, respeto para todas las confesiones y cosmopolitismo... Pero todo ha fracasado. Francia, el país de Europa más tolerante con todas las religiones, ejemplo de neutralidad religiosa, aconfesionalidad y laicismo, tiene un problema de integración. Y es grave.

-El final de la era happyflower. Los europeos nacidos tras la Segunda Guerra Mundial y en los estertores de la Guerra Fría crecimos en una burbuja de seguridad del todo irreal. Hemos disfrutado de los altos estándares de vida de Europa. Hemos presumido de nuestra seguridad, de las ciudades y sus terrazas, cafés, eventos culturales y libertades. Aquí nadie lleva pistola. Aquí nunca ha ocurrido lo que hemos visto en otros lugares del mundo. No hemos valorado la seguridad porque nacimos con ella y pensamos que nunca la perderíamos. Nos estremecíamos con las terribles imágenes del telediario mostrando personas siendo brutalmente asesinadas en tierras exóticas y apagábamos la televisión para irnos a tomar una cerveza y al día siguiente a manifestarnos por la paz y contra la guerra. Hemos convertido a Israel en la representación del mismísimo maligno sin saber que si nosotros disfrutábamos de esa seguridad es porque Israel estaba en la línea de combate. Hemos minado ese muro de contención promoviendo sanciones desde las instituciones europeas, máximo exponente de la era happyflower, y hemos conseguido minar esa muralla bajo la presidencia de Obama, otro líder happyflower que ha hecho suya la política anti-Israel. Ahora nos espanta el terror en nuestras calles. Nuestras ciudades ya no son seguras, lo peor puede ocurrir en el momento más inesperado y el gobierno no puede hacer nada por protegernos. Ahora ocurre en París, pero cuando pasaba en Jerusalen los europeos clamábamos contra la 'desproporción'  israelí y les negamos el derecho a la defensa. Ahora ya sabemos a qué se enfrentaban ellos, ya los tenemos aquí, y como los israelíes llevan haciendo décadas, pedimos, exigimos a nuestros gobiernos que nos protejan. 

-La vuelta al realismo. Partimos de la premisa de que todos los seres humanos rechazamos la guerra, la violencia. A partir de aquí uno puede ser naif y creer que con una sonrisa ablandará el corazón de un yihadista, o entender que aunque no queramos una guerra, la guerra ya nos ha sido declarada y si nos pillan nos degollan. Esta misma noche, Le Figaro titulaba en portada 'Ataques terroristas: la guerra en pleno París'. O nos defendemos o nos rendimos. Ignorar el problema no lo hará desaparecer y por desgracia, en algunas ocasiones, para lograr la paz hay que ir a la guerra. Los líderes occidentales, y los ciudadanos de Europa, tenemos que ser conscientes de que ahora mismo en algún lugar en nuestra ciudad puede haber alguien planificando cómo matarnos. Puede ser una bomba en un avión, una masacre en un tren o una matanza en un supermercado, un restaurante cualquiera o una sala de conciertos. Cuando menos nos lo esperemos. Hay que actuar con contundencia, con todas nuestras fuerzas, en los países donde se forman los terroristas, hay que bombardearles hasta que no les quede ningún terrorista que enviar a nuestras ciudades. Hay que derrocar por la fuerza los gobiernos que les sustentan. Hay que derribar el mito de que las intervenciones de occidente en oriente medio provocan un repunte del fanatismo porque esto no se sostiene. La violencia de los fanáticos islamistas es previa a Irak, es previa a Afganistán. Y si ese mito no se derrumba, habrá que ignorarlo y seguir con el plan. Hay que actuar con contundencia no solo en los países que sostienen el terrorismo sino aquí, en casa. Frente a la tentación de nuestros políticos que combinan el discurso naif de la tolerancia mal entendida y las ansias de dinero para aceptar inversiones multimillonarias de regímenes islamistas que construyen mezquitas radicales en nuestra ciudades, hay que atreverse a mandar la policía y cerrarlas.


-Más policía, más cooperación. La Unión Europea está malherida, víctima de sus propias inseguridades propias de un adolescente inmaduro. Ante la inacción de las instituciones comunitarias, los gobiernos amagan con suspender el espacio Schengen, levantan vallas y muros, limitan la libertad de movimientos. Es necesaria una integración total y absoluta de las policías europeas bajo un único mando europeo. La polícia tiene que estar más presente en las calles, en los barrios en los que es sabido que se gestan terroristas. Si no nos pueden devolver la seguridad, por lo menos nos deben la sensación de seguridad. 


Nuestras ciudades ya no serán nunca como las conocimos y los reductos de paz que quedan acabarán inmersos en la misma sensación de inseguridad que recorre el continente. Estoy pensando ahora en mi isla, Mallorca, remanso de paz alejado del mundanal ruido. La gente seguirá disfrutando de las terrazas y los restaurantes mientras en el continente sabemos que coger el tren Bruselas - París ya no es seguro. En el mismo corazón de Europa ya no nos sentimos seguros. Pero si algún día ocurre, si algún día el espejismo de seguridad se rompe en la isla con una explosión en una discoteca, como ocurrió en Jerusalen en 2001, si la bomba explota en el paseo marítimo, como ocurrió en Bali en 2002, si se produce una masacre en la playa en pleno verano, como ocurrió en la tan cercana Túnez hace cuatro meses o si la matanza se produce en una sala de conciertos, como acaba de ocurrir en París, entonces ya lo habremos perdido todo.


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