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Saqueo chileno de libros de la Biblioteca Nacional del Perú durante la Guerra del Pacífico.- Periodista chileno Marcelo Mendoza informó sobre el robo de los libros de la Biblioteca Nacional del Perú por Chile entre 1881 y 1883

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Saqueo chileno de Libros de la Biblioteca Nacional del Perú durante la Guerra del Pacífico


Diario Oficial de la República de Chile, Santiago, Sumario, lunes 22 de agosto de 1881, Año V, número 1,315. Se presenta la portada de dicho periódico y la ampliación de la sección inferior derecha de dicha página en la que se informa sobre los libros robados por Chile al Perú. Al respecto, lea en este blog Documentos del Gobierno de Chile reconociendo el robo de libros de la Biblioteca Nacional del Perú y la sustracción de objetos científicos. Textos originales del Diario Oficial de la República de Chile (22, 23, y 24 de agosto de 1881)

Saqueo de libros peruanos
Escribe: Marcelo Mendoza
Fotografía: Sebastián Utreras / Producción: Inés Picchetti
Revista Paula, Santiago de Chile, 12 de noviembre de 2007

El periodista Marcelo Mendoza, quien encontró el año pasado [2006] la lista de los diez mil libros robados a Perú durante la Guerra del Pacífico, y publicó a partir de ella un contundente reportaje en el desaparecido Diario Siete, atestigua aquí que ocultó una valiosa información: que él hojeó dentro de la Biblioteca Nacional, en Santiago, algunos de esos libros. Aquí relata la trastienda personal de esa historia.

1. Algunos libros notables

En febrero de 1998 me introduje en la búsqueda de los más preciados tesoros bibliográficos de la Biblioteca Nacional, en Santiago de Chile. Fui contratado para hacer la investigación y el guión de una exposición que se hizo en abril de ese año en la Estación Mapocho para la Cumbre de las Américas, cita a la que vinieron todos los Presidentes del continente, menos Fidel Castro.

Para un fetichista de libros raros y poco vistos como yo, fue un placer y una obsesión explorar la Sala Medina de la Biblioteca. Una oportunidad irrepetible para revisar volúmenes guardados en bóveda –inaccesibles al público– que contenían las claves para dar contenidos a la exposición. José Toribio Medina, aunque nació en Chile, fue un bibliófilo extraterrestre que se pasó la vida recolectando los impresos principales de la memoria americana, libros únicos que dejó al morir en ese famoso salón de señoriales escaparates de roble americano ubicados en el segundo piso de la Biblioteca Nacional y que hoy constituye una de las tres bibliotecas de y sobre América más importantes del mundo.

A pesar de su ateísmo, Gonzalo Catalán, encargado de dicha sala en tiempos de la Cumbre, poseía una religiosidad monacal para entender las entrelíneas de estos impresos valiosos y yo compartía su deslumbramiento. Pese a que él fumaba como murciélago –y yo le iba en zaga– mientras revisábamos incunables (un pecado mortal para la bibliofilia), pasábamos cada hoja como quien toca y protege a una enamorada.

Durante las dos últimas semanas de febrero de ese año sucedió que me quedé solo con esos objetos de deseo: todos los funcionarios que atienden la Sala Medina salieron de vacaciones, menos un auxiliar –el Flaco–, quien me proveía de los libracos que, según catálogo o tincada, yo le pedía. A veces no aparecían, lo que indicaba robo interno o que estaban mal guardados y, por lo tanto, llevaban años ocultos e inútiles.

Me quedaba encerrado hasta después de las diez de la noche, cuando sólo había un guardia nocturno en todo el recinto y sin atender advertencias de apariciones de monjas sin cabeza en ese lugar que antes fue convento de Las Clarisas, en compañía de antiguos y polvorosos impresos, algunos cuyas páginas pegadas confirmaban que nadie jamás los había leído. Hojeé Las siete partidas de Alfonso El Sabio, incunable de 1490; La nave de los locos, también del siglo XV, con grabados de Durero; rarezas como el Arte de imprimir con añil, un ejemplar pequeñísimo editado por un franciscano en Guatemala en el siglo XVII, del que no existe otro en el mundo y que se transformó en mi predilecto; los primeros impresos de México y Perú, entre los años 1545 y 1585, libros religiosos de buena factura, bien conservados, a dos colores (negro y rojo), con tapas de cuero de cabra y escritos con letra gótica. Varios tenían anotaciones de distintas épocas. Y vi que algunas de esas joyitas tenían una clave secreta: el sello de la Biblioteca Pública de Lima bordeando el escudo de Perú. Eran parte del tesoro escondido en bóveda que, pese a su valor, permanecía invisible e ignoto.

Con los libros con timbre peruano en mis manos tuve la evidencia de un ocultamiento feroz. Verifiqué que a otros volúmenes les habían arrebatado las primeras páginas, probablemente porque delataban la misma procedencia. Aquellos libros bastardos quedaron descartados para la exhibición.

La escena de Fujimori encontrándose en su recorrido por la exposición en la Estación Mapocho con algunos de los más valiosos libros robados a su patrimonio nacional por las tropas chilenas era bochornosa. La muestra se llamó Memoria americana: algunos libros notables. El nombre fue preciso: los otros libros notables que no se exhibieron tenían el sello de la Biblioteca de Lima y atestiguaban el saqueo.

2. El saqueo

El ejército chileno tomó posesión de Lima en enero de 1881. El coronel Pedro Lagos eligió la Biblioteca de Lima como cuartel. Al percatarse de que en la bóveda se atesoraba la más valiosa colección de libros de Latinoamérica, se ejecutó el saqueo, que ocurrió de tres maneras: el robo oficial por orden del gobierno chileno, el saqueo informal de soldados y el apoderamiento hecho por oficiales y particulares chilenos.

El notable bibliófilo Ricardo Palma se hizo cargo de la biblioteca cuando las tropas chilenas abandonaron Lima. En un informe al gobierno peruano describió: “Biblioteca no existe, pues de los 56.127 volúmenes que ella contuvo sólo he encontrado 738”. Una de las obras que se salvó fue Opus pulcherrimux chiromantie, incunable de 1499, un rarísimo libro esotérico de quiromancia donado por José de San Martín, que fue quien creó la Biblioteca de Lima. Según escribió entonces Palma, rescató el volumen “de manos de un soldado chileno”.

El historiador limeño Pedro Guibovich me narró por mail una experiencia personal que da cuenta de la memoria arrebatada. Estudioso de la Colonia, requería leer el muy escaso libro Discurso sobre sí en un concurso de opositores, de Juan de Espinosa Medrano, gran predicador y hombre de letras que vivió en el Cuzco en la segunda mitad del siglo XVII y a quien Guibovich ha dedicado muchos años de estudio.

Ese libro estaba en la Biblioteca de Lima antes de la guerra, pero había desaparecido. Supuso que podía encontrarse en Chile, así que cuando un conocido suyo –también historiador– viajó a Chile, le pidió que preguntara en nuestra biblioteca por el impreso. Y estaba, pero no lo dejaron verlo. A cambio, le entregaron una fotocopia del texto. “Excepto de la página donde aparecía el sello de la Biblioteca de Lima”, describe Guibovich.

Sin embargo, los libros son sólo una parte: en nuestro Archivo Nacional se hallan importantes documentos y manuscritos también saqueados en la ocupación de Lima, algunos sobre la Inquisición peruana, por ejemplo.

3. El inventario de Domeyko

A fines de marzo de 2006 una nota sacada de Internet apareció en mi escritorio de Diario Siete: “al inaugurar el moderno edificio de la Biblioteca de Perú, Sinesio López, su director, se quejó de que el gobierno chileno no les hubiera devuelto todavía los libros robados en 1881, siendo que estaba convenido. ¿Cómo? ¿Chile se había comprometido a devolver libros? ¿Había reconocido el saqueo y que se guardaban libros malhabidos en la Biblioteca Nacional? ¿Cuándo?”.

En efecto, dos años antes, Perú pidió a Chile la devolución de bienes culturales arrebatados en la Guerra del Pacífico. Así fue como se creó una comisión confidencial en la Cancillería chilena para pesquisar cuáles de esos bienes se hallaban aún en nuestro territorio. Nadie conocía los resultados de esa comisión, que actuaba de forma ultra reservada. Recordando mis noches en la Sala Medina, planteé el tema en la pauta del diario. La incombustible sed por desentrañar tramas ocultas de Mónica González, nuestra directora, llevó a que me pusiera a investigar sobre los libros que reclamaba Sinesio López en Lima.

Las imágenes de aquellos volúmenes en mis manos en el verano de 1998 reaparecieron, pero sabía que era imposible volver a verlos. Intenté que fuentes de Cancillería contaran algo. Nada. Los historiadores a quienes recurrí decían ignorar el asunto. Sin embargo, hubo uno que me dio un nombre. Rafael Sagredo, el actual conservador de la Sala Medina, a quien conozco de hace años, me nombró a Ignacio Domeyko, el sabio polaco que fue rector de la Universidad de Chile en tiempos de la Guerra del Pacífico.

Siguiendo la pista de Sagredo revisé los dos tomos de las Memorias de Domeyko en la propia Biblioteca Nacional. Hallé un parrafito donde éste expresa su pesar porque “el gobierno chileno ordenó trasladar de Lima a Santiago la Biblioteca Nacional (…), así como gabinetes, el observatorio, el instrumental quirúrgico y los laboratorios químicos no menos estropeados en el saqueo”. Y se queja de que todo ello había llegado a la universidad y de que lo hubieran designado para catalogar el botín. “Esta misión fue para mí de lo más desagradable y antipática, pues me recordaba lo que habían hecho los rusos con muchas bibliotecas y colecciones de la Universidad de Vilna”. Domeyko mandó hacer un minucioso inventario de los objetos traídos y publicó su lista en los diarios del gobierno. “Para que se viera el poco provecho que aportó al país ese robo y cuánto contribuirá para excitar animosidades entre dos naciones hermanas”, escribió en sus memorias.

¿Diarios de gobierno? ¿El Ferrocarril, El Mercurio? ¿El Diario Oficial? ¿Cómo el gobierno iba a publicar en el Diario Oficial el inventario de lo saqueado a Perú?

Luego de no encontrar absolutamente nada en El Ferrocarril, ni en El Mercurio, comencé a revisar el Diario Oficial pero, como Domeyko no habló de fechas, la tarea era oprobiosa. Varios días después, ya a punto de abandonar, lo hallé. Era la apoteosis del formalismo chileno: entre el lunes 22 y el miércoles 24 de agosto de 1881 el Diario Oficial reprodujo el inventario de lo robado. Bajo el título “Lista de libros traídos del Perú” se desglosa lo saqueado que llegó a Valparaíso en 103 grandes cajones y 80 bultos. Venían allí más de 10 mil volúmenes, colecciones mineralógicas, esqueletos, animales disecados, instrumentos de química y farmacia, astronomía y física, preparaciones anatómicas y otros objetos. Entre ellos, un esqueleto de un niño de 12 a 15 años y una caja con dos ejemplares de labios leporinos, según lo publicado.

Al leer la lista de los libros comprobé que había tenido algunos de esos volúmenes en mis manos en 1998: el extraordinario tomo de Teatro del mundo i del tiempo, de Giovanni Galluci (de 1611), el Compendio de las crónicas, de Garibay (de 1628), la edición original de Historia del Perú, de Garcilaso de la Vega (de 1617), la Crónica del Rei don Rodrigo (edición gótica de Toledo de 1549), el Cronicon francorum, de Aimondi (de 1603) y la Histoire general de voyages (17 volúmenes, de 1747).

Publiqué el reportaje “La verdad del saqueo a la Biblioteca de Lima” el 23 de abril de 2006 en Diario Siete, a menos de un mes de que el periódico desapareciera. No conté en esa nota mi personal relación con los libros expoliados, porque aquel dato entonces era secundario dada la trascendencia y abundancia informativa del valioso hallazgo encontrado en un microfilm de la Biblioteca Nacional. El diario La República, de Lima, lo reprodujo en portada y así fue como en Perú tuvieron la evidencia del saqueo 125 años después.

Periodistas de distintos medios peruanos me preguntaban por la reacción en Chile: casi ninguna, les dije. Sólo Nivia Palma, recién nombrada directora de la Dibam, había estado a la altura, encomendándole a la historiadora Ximena Cruzat un informe comparativo entre el inventario de Domeyko y lo que en efecto se conservaba en la principal biblioteca de Chile y las más de 300 que dependen de la Dibam en el país.

4. La traición

Volví en esos días a la Biblioteca Nacional y el clima era espeso: yo no era bien visto por ahí. Me sentí un poco traidor. Para decir la verdad, cuando hace nueve años tuve en mis manos libros con el sello peruano, mi avaricia fetichista de impresos polvorosos me llevó a lamentar la pérdida que significaría devolverlos a su legítimo dueño, pues eran piezas insustituibles. Fui cómplice del secreto al permitir el descarte de los libros marcados para la exposición en la Estación Mapocho durante la Cumbre. Ser cómplice de ladrones y de robos, e incluso llegar a ser ladrón, es algo mucho más familiar de lo que se cree. Yo fui uno de esos.

Sin embargo, cuando hallé la evidencia en el Diario Oficial se me hizo impresentable seguir en complicidad con ese acto de piratería. En marzo de este año el poeta y transcriptor Andrés Ajens hizo circular una carta pública exigiendo la devolución de los libros, que firmé junto a unos 50 ciudadanos de Perú, Bolivia y Chile. Un par de semanas después Nivia Palma, directora de Bibliotecas, Archivos y Museos, en un gesto noble, anunció que cerca de cuatro mil libros por fin serían devueltos. Hubo jolgorio en Lima: creían imposible que la memoria arrebatada podría devolvérseles y se impresionaban por el coraje de la chilena para desmentirlo. En Chile alguna gente –historiadores y políticos decimonónicos– se mordían la lengua de indignación.

El historiador Claudio Rolle también reconoce haber sido cómplice de un delito en 1989. Como yo, trabajó en una exposición sobre el bicentenario de la Revolución Francesa en la que se exhibió la edición original de la Enciclopedia de Diderot. Como tenía el timbre de la Biblioteca de Lima, se expuso con las páginas abiertas para ocultar la infamia. Para Rolle, lo mas vergonzante es que todos estos libros han sido muy poco utilizados por los investigadores. “Los libros saqueados no son vistos como libros sino como un botín, y eso los volvió invisibles. En las distintas administraciones de la Biblioteca Nacional ha habido mala conciencia y han ocultado lo que saben. Por eso el gesto de Nivia Palma es muy valorable, pues con él se enfrenta a los Villalobos de este mundo”. Rolle se refiere a Sergio Villalobos, Premio Nacional de Historia y exdirector de la Dibam, quien dijo públicamente a propósito de esta controversia lo siguiente: “A los peruanos lo único que hay que devolverle son los saludos”.

Mariella Patriau, periodista peruana de Panamericana Televisión, estuvo recientemente en Chile para hacer un reportaje llamado “Lo que Chile se llevó”. Me preguntó, como si fuera gran cosa, qué me hizo revelar este ocultamiento de más de un siglo que ahora abría la posibilidad de recuperar la memoria y el patrimonio de su pueblo. Le dije que, al contrario de lo que ella podía pensar, lo hacía como un desesperado intento por recobrar nuestro alicaído patrimonio moral que, en mi caso, años antes, no había estado a la altura.


Ignacio Domeyko tuvo a su cargo la clasificación del material robado al Perú

La verdad del saqueo a la Biblioteca de Lima
Escribe: Marcelo Mendoza
Diario Siete, Santiago de Chile, 23 de abril de 2006

El saqueo de la Biblioteca de Lima en 1881 se ha mantenido como un secreto inconfesable de la Guerra del Pacífico, incluso ha sido negado por algunos historiadores nacionales. Diario Siete encontró la lista publicada en el Diario Oficialen esas fechas, donde se individualizan diez mil volúmenes que en su mayoría ingresaron a la Biblioteca Nacional. Tras dos años de negociaciones secretas entre los gobiernos de Chile y Perú, la devolución de parte de este botín de guerra parece inminente.


A días de iniciada la ocupación chilena de la capital peruana, el 17 de enero de 1881, el coronel Pedro Lagos eligió como cuartel de su batallón el palacio de la Biblioteca de Lima, sin saber que atesoraba la más valiosa colección bibliográfica de Latinoamérica (entre 35 mil y 50 mil volúmenes). Tardó un mes en reparar en ese detalle y le pidió a Manuel de Odriozola, su bibliotecario, que le enseñara aquel tesoro. Exigió las llaves de la bóveda en donde se guardaban los libros y lo que vino después fue la expoliación: un saqueo ordenado y diligente, metódicamente militar. A favor del coronel Lagos se debe inferir que la orden vino del gobierno central.

Dos meses después, en una carta a mister Christiancy, embajador de Estados Unidos en Perú, Odriozola, relató lo ocurrido. Trató el hecho de un “crimen de lesa civilización cometido por la autoridad chilena en Lima”, agregando: “Apropiarse de bibliotecas, archivos, gabinetes de física y anatómicos, obras de arte, instrumentos o aparatos científicos, y de todo aquello que es indispensable para el progreso intelectual, es revestir la guerra con un carácter de barbarie ajeno a las luces del siglo, a las prácticas del beligerante honrado y a los principios universalmente acatados del derecho”. Y termina: “Nadie podría recelar, sin inferir gratuito agravio al gobierno de Chile, gobierno que decanta civilización y cultura, que para él serían considerados como botín de guerra los útiles de la universidad, el gabinete anatómico de la Escuela de Medicina, los instrumentos de las escuelas de Artes y de Minas, los códices del Archivo Nacional, ni los objetos pertenecientes a otras instituciones de carácter puramente científico, literario o artístico (...) Los libros son llevados en carretas, y entiendo que se les embarca con destino a Santiago. La biblioteca, para decirlo todo, ha sido entrada a saco, como si los libros representaran material de guerra”.

El historiador peruano Mariano Paz Soldán en Narración histórica de la guerra de Chile contra Perú y Bolivia, publicada en 1904, anota: “Desde ese momento principió el saqueo descarado de ese sagrado depósito (...) Se cargaban carros con toda clase de libros, que se llevaban a casa de los chilenos y de allí, después de escoger lo que les convenía, el resto lo vendían en el mercado al precio de seis centavos de libra, para envolver especias y cosas por el estilo”.

La lista de Domeyko

Podría pensarse que solo es la versión de los vencidos, cargada de resentimiento hacia el invasor. Sin embargo, y pese a que el incómodo tema ha sido omitido por la historiografía nacional, existe un testimonio de peso que confirma el relato peruano de los hechos. Es la versión del sabio Ignacio Domeyko, rector de la Universidad de Chile y entonces el intelectual más prominente del país.

En su libro Mis viajes: Memorias de un exiliado (*), Domeyko se lamenta de que un decreto de Manuel García de la Huerta, ministro de Instrucción Pública del gobierno de Aníbal Pinto, le encomendara clasificar el botín arrebatado a la Biblioteca de Lima, museos y establecimientos varios de aquella capital. Califica la misión como “la más desagradable y antipática, pues me recordaba lo que habían hecho los rusos con muchas bibliotecas y colecciones de la Universidad de Vilna” y señala que habrían llegado “la mitad de los libros que, de acuerdo a informes fidedignos, poseía la ciudad de Lima”. Teniendo conciencia de la aberración cometida, quiso dejar un “minucioso inventario de los objetos traídos”, exigiendo que sea publicado por el gobierno “para que se viera el poco provecho que aportó al país ese robo y cuánto contribuirá para excitar animosidades entre dos naciones hermanas”. Hoy, 125 años después, sus palabras ratifican la lucidez y altura moral del sabio polaco.

Escondido en hojas de letra impresa, Diario Sieteencontró aquel riguroso inventario que hizo Ignacio Domeyko en colaboración con un bibliófilo tan insigne como Diego Barros Arana. Entre el lunes 22 y el miércoles 24 de agosto de 1881 el Diario Oficial de la República de Chile publicó –con el título de Lista de libros traídos de Perú– un informe de dieciséis páginas enviado por Domeyko al ministro de Instrucción Pública con los libros y objetos de ciencia robados en Lima y hechos llegar a la Universidad de Chile. Recibió, en dos envíos de la Intendencia General del Ejército, un total de ciento tres grandes cajones y otros “ochenta bultos”. Separó en cuatro grupos los objetos recibidos: el primero, de “instrumentos y aparatos para la enseñanza de la física y de la química, y una colección de muestras para química orgánica y farmacia”; el segundo, de “preparaciones anatómicas”; el tercero, de “objetos de historia natural”; y el cuarto, de libros. Además, el botín incluía una gran colección geológica de rocas. Sin duda, lo más valioso eran –según Domeyko– “los más de diez mil volúmenes”, muchos de ellos del siglo XVI y XVII, incluidas numerosas joyas bibliográficas universales.

Pese a que muchos aparatos llegaron semi-destruidos, el objetivo era enriquecer el patrimonio científico-cultural del país. Debe entenderse que, producto de haber sido una gobernación pobre, a mucha distancia de la holgura del Virreinato del Perú, Chile tenía muy precarios laboratorios y bibliotecas para la formación académica e investigación. Este botín, al entregársele a la universidad, obedeció a una planificada razón de Estado. Su publicación en el Diario Oficial –algo bien sorprendente si no se supiera de la tradición archilegalista chilena– puede ser vista como una muestra de que en el momento no se pensó que aquel botín no era malhabido. Tal vez correspondió a la arrogancia propia de los vencedores, porque después de aparecido en letra de molde, el tema se convirtió en tabú, en materia de rumores soterrados y negados. Hasta hoy.

Domeyko en persona hizo el catálogo de cerca de 150 instrumentos de física y química. El catastro del material anatómico fue hecho por el profesor de patología Francisco Puelma Tupper. Y el tesoro de mayor cuantía, el bibliográfico, fue clasificado en cuatro grupos: obras de historia, literatura y estadística; obras de física, matemática, historia natural y medicina; obras de jurisprudencia; y obras de teología. Barros Arana se encargó de la exhaustiva clasificación de los dos primeros grupos, los de mayor valor, catalogando 1,105 obras (cifra que se multiplica porque la mayoría de las obras tienen varios volúmenes; por ejemplo, Histoire de l’Academie tenía cien volúmenes) y doscientos veintidós manuscritos de “historia, literatura y ciencias”. También es significativa la cantidad de libros de derecho y teología.

Los días posteriores a esta publicación, el ministro de Instrucción Pública definió el destino final del botín: los aparatos de física y química al Laboratorio de la Universidad de Chile; los anatómicos a su Museo de Anatomía; los objetos de historia natural al Museo Nacional; los libros de viajes a la Oficina Hidrográfica; los de meteorología a la Oficina Meteorológica; y “todos los libros restantes, incluso los de teología, a la Biblioteca Nacional”. Desde entonces, se ignora el estado de situación del arsenal bibliográfico arrebatado. Pero es un hecho que varios de los libros más valiosos permanecen en la Sala Medina, el Fondo General y la bóveda de la principal biblioteca del país.

Los volúmenes del Compendio de las crónicas, de Garibay (de 1628), de la Biblioteca clásica latina, de Lamaire (151 volúmenes), del rarísimo libro Teatro del mundo i del tiempo, de Giovanni Galluci (de 1611), o un Diccionario español-latino, de Nebrija, están en la Biblioteca Nacional. Así como extraordinarias colecciones de atlas y libros de viajes de los siglos XVI, XVII y XVIII, incluidos en la lista de Domeyko.

El historiador Claudio Rolle recuerda que para una muestra bibliográfica de 1989, en homenaje al bicentenario de la Revolución Francesa, en la que él participó, tuvieron problemas al exhibir volúmenes de la gran Encyclopédie de Diderot y d’Alembert, porque en su interior había timbres de la Biblioteca de Lima.

– Al final se mostraron ejemplares abiertos, en páginas donde no había timbre alguno– confidencia.

La devolución de los saludos

“Solo tenemos que devolver saludos al Perú”, dijo el historiador Sergio Villalobos, justo hace un año, cuando una periodista le preguntó qué quedaba por entregarles a los peruanos de todo el botín sustraído en la Guerra del Pacífico. De un tiempo a esta parte, el Premio Nacional de Historia tiene opiniones poco contemporizadoras en muchos temas. Pero igual extraña su punto de vista, alineado a las voces más conservadoras del país, toda vez que él fue director de la Dibam, la institución responsable del tesoro bibliográfico de la Biblioteca Nacional, y como tal debió saber que numerosos libros de valor se guardan en bóveda porque poseen un timbre que reza: “Biblioteca de Lima”.

Para quienes han hecho investigaciones en nuestra biblioteca esto no es misterio. De forma soterrada, siempre se ha sabido que libros de la rica colección que allí se atesora –una de las tres más importantes del mundo en obras de y sobre América– provinieron del Perú como botín de guerra. Pero tampoco puede negarse que el grueso de nuestro tesoro bibliográfico es la extraordinaria colección de José Toribio Medina, agregándose a ello la biblioteca legada por Diego Barros Arana.

Aún persisten políticos e historiadores que consideran casi como un “gaje del oficio de guerra” el saqueo y robo de las pertenencias enemigas o que, en su defecto, estiman que hubo “un saqueo menor”; incluso que muchos libros fueron devueltos y, si quedaran, estarían en manos particulares porque habrían sido vendidos en el mercado negro por peruanos cuando Lima era regentada por el almirante chileno Patricio Lynch.

Villalobos se ubica en este último grupo. “Se tomaron algunas cosas de la biblioteca, principalmente obras de carácter religioso, que después fueron solicitadas por el gobierno peruano y devueltas por el presidente Santa María. Pero se encontró una cantidad de libros mínima”, dijo, señalando que “los principales destructores de la Biblioteca Nacional de Lima han sido los limeños”, para rematar así: “Creo que ya no correspondería devolución, si es que quedan textos peruanos en Chile”.

En tiempos en que está muy fresco el brutal saqueo del museo y biblioteca de Bagdad, tras la ocupación estadounidense de Irak (se destruyeron y desaparecieron innumerables piezas y manuscritos de miles de años de antigüedad), resultan difíciles de justificar las razones para no reponer agravios cometidos en mala lid. Tal como lo contó Diario Siete en noviembre último, el botín chileno arrebatado en el conflicto bélico contra Perú y Bolivia no se limitó a los “trofeos de guerra”, a lo conseguido en combate, como es el caso del Huáscar.

La devolución

Es probable que en los próximos meses el gobierno chileno devuelva a Perú algunos de los libros de aquel saqueo. Un rol clave en ello le ha cabido a Sergio Bitar, exministro de Educación. Hace dos años, a solicitud de su homólogo peruano, ayudó a crear un comité en Cancillería, especialmente abocado al tema de la “reparación de guerra” hacia el país vecino.

El miércoles de esta semana, Sinesio López, director de la Biblioteca Nacional del Perú, informó que ya estaba sellado un acuerdo oficial para la devolución de libros, y se quejó de que demoraba demasiado en concretarse. El ministro peruano de Educación, Javier Sota Nadal, ratificó lo dicho. “Hasta ahora hemos recibido señales positivas y ojalá esto se concrete –dijo–. Yo conversé con Sergio Bitar sobre el tema y en las conversaciones, que obviamente no puedo revelar, he encontrado aproximación”.

Los gobiernos de Lagos y Toledo dialogaron para conseguir la devolución, no sólo de libros, sino también de otros objetos patrimoniales que las tropas chilenas arrebataron en Lima. En esta tarea tuvo un rol de mediación Esteban Silva, ex-asesor chileno de Alejandro Toledo y militante del Partido Socialista. Los peruanos esperaban que este 27 de marzo, para la inauguración del moderno edificio de la Biblioteca Nacional del Perú, ocurriera el mentado gesto, pero no fue así. En su momento, el Presidente Frei ya había entregado cincuenta documentos peruanos que se conservaban en nuestro Archivo Nacional. Pero los peruanos nunca supieron qué libros ni qué cantidad exacta salieron en carretillas de la bóveda que cobijaba su tesoro bibliográfico. Ahora, al divulgar Diario Siete la lista de Domeyko, recién se empieza a conocer la verdad histórica del saqueo bibliográfico de Lima.

Michelle Bachelet, estando en campaña, prometió concretar los gestos de reparación hacia Perú. De hecho, como ministra de Defensa, mantuvo excelentes relaciones con el mundo militar peruano. Pero es un tema sensible y cada vez que se plantea un cúmulo de voces aparecen oponiéndose, como de hecho lo hicieron un par de diputados de la derecha. Igual, las cosas parecen haber cambiado. Y mucho: Jorge Arancibia –el ex comandante en jefe de la Armada, y hoy senador de la UDI– anunció su disposición a efectuar devoluciones a Perú del botín de guerra del Pacífico. “(Estoy) llano a traspasar documentos históricos u otros elementos que signifiquen un gesto de buena voluntad. Me parece perfectamente bien”, dijo.

El ex ministro Bitar ratifica a Diario Siete las informaciones de Perú

– Con mi amigo Sota Nadal conversamos el tema y vimos las condiciones que debían darse para la devolución de libros –cuenta–. Se formó una comisión de expertos para analizar los libros peruanos que se conservan en la Biblioteca Nacional y me parece que son más de quinientos. Lo importante es dar un paso. Perú puso un busto de O’Higgins en su Panteón de los Próceres. Tras la Guerra del Pacífico, era el único prócer ausente.

En todo caso, la decisión de devolver parte de aquellos diez mil volúmenes expoliados de la Biblioteca de Lima en 1881 es un asunto de Estado. Y como tal solo una persona decidirá cuándo se realiza: la Presidenta Bachelet. Es probable que, al difundirse hoy el informe del acucioso rector Domeyko, se apuren las cosas.

Algunas joyas

Los siguientes son algunos libros valiosos consignados por Ignacio Domeyko en su inventario de 1881. (No hay certeza de que todas estas obras permanezcan en la Biblioteca Nacional).

Jasonis, Conciliarum (1534)
Golius, Lexicon arabicum latinum (Leiden, 1653)
Los triunfos de Petrarca (1555)
Crónica de don Juan Segundo (“edición gótica de 1543 mandada a imprimir por Carlos V”)
Histoire general de voyages (1747) (17 volúmenes)
Juan González de Mendoza, Historia de China (Amberes, 1596)
Plutarco, Obras (1551)
Padre Madariaga, Del Senado i de su Príncipe (1555)
Crónica del Rei don Rodrigo (1549, “edición gótica de Toledo”)
Diderot y D’Alembert, Encyclopedie del XVIII (35 tomos)
Pimentel, Arte de navegar (en portugués)
Toldrá, Justificación histórica de la venida del apóstol Santiago a España
Lipenu, Bibliotheca philosophica (1682)
Arte de verificar las fechas (incompleta)
Garibay, Compendio de las crónicas (1628)
Antonio de Herrera, Agricultura jeneral (1790)
Aimondi, Cronicon Francorum (París, 1603)
Artes de la Inquisición española
Juan de Mena, Las Trescientas
Biblioteca clásica latina(151 volúmenes)
Giovanni Galluci, Teatro del mundo i del tiempo(1611)
Garcilaso de la Vega, Historia General del Perú(Córdoba, 1617)
Imperatum Romanorum(Zúrich, 1559, “notables los grabados y la edición”)
D’Orbigny, Dictionaire d’histoire naturalle (París, 1861, 11 volúmenes)
Cédulas Reales (1563)
Annales d'ygiene publique(80 volúmenes)
Fray Luis de León, Cartas pastorales
Biblia latina (1550)

Nota del blog


(*) Domeyko, Ignacio. 1978. Mis viajes: Memorias de un exiliado. Santiago: Ediciones de la Universidad de Chile, volumen 2, p. 839.

Septiembre de 2012


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