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La magufa educación prohibida

Pocos son los vídeos virales de las redes sociales que actualmente llegan despertarme algún interés, no tanto por falta de tiempo como porque en la mayoría de los casos suelen fomentar más de las discusiones superfluas y los alarmismos banales que seducen a los jóvenes de hoy. Sólo las innumerables e insistentes recomendaciones han logrado que en esta ocasión me detuviera a mirar "La Educación Prohibida", un largometraje que por estos días deambula por la web 2.0. con gran acogida. Después de ver todo ese exaltado alborozo y escuchar tan favorables referencias uno termina formándose ciertas expectativas acerca de sus contenidos, de que en efecto podía tratarse de una genuina propuesta revolucionaria que propendiera a la tan ansiada transformación de la educación. Nada más lejano a la realidad.


Esta producción argentina, de una factura fílmica se puede decir que impecable, lamentablemente desaprovecha dos horas y media de metraje en verdades a medias, obviedades e ingenuidades quiméricas. Si bien algunas falencias reseñadas del paradigma educativo imperante son atinadas, las profundizaciones históricas sobre el origen de la educación pública son demasiado fragmentarias, además de que la argumentación en líneas generales se da sobre la base de una representación adulterada de la misma y la caricaturización abusiva de sus componentes humanos, haciendo acopio hasta la saciedad de manidos estereotipos extraídos de la cultura popular para impresionar a incautos buenrollistas. Todo un desfile de distorsiones y lugares comunes recorre de principio a fin este intento de documental:

1. profesores cascarrabias, gritones, coléricos y chapados a la antigua,

2. alumnos repitiendo mecánicamente y al unísono las lecciones,

3. una escuela que se nos presenta todo el tiempo como una pesadilla maquinal, robotizada, industrial, autoritaria, militarista y represiva tipo "Pink Floyd: The Wall",

4. ritmos de trabajo inflexibles donde prima la entrega puntual de resultados, etc.


Todo este derroche de efectismo insidioso ofrece como corolario un maquinaria deshumanizada de control social que procesa a los educandos como materia prima orientada a surtir a la estructura laboral; tal cosificación estaría manifiesta en los sistema de calificaciones y de premios y castigos vigentes, que de acuerdo a lo afirman una y otra vez los docentes entrevistados, limitan su potencial. Aquí cabe hacer una pequeña observación: lo que cuestionan los pedagogos entrevistados no es que el modo de calificar opere de manera incorrecta, sino que exista la calificación como tal.  Si, tal parece que para estos iluminados supervisar, dirigir, y medir la actividad del estudiante por medio de notas, además de brindarles instrucción básica en las ciencias fisico-naturales y humanas constituye un "grave menoscabo a su desarrollo emocional y cognitivo" y solo la espontaneidad y la libre elección del niño permitirían desarrollar esa capacidad creativa ilimitada que se presume inherente a ellos.

Es en este punto en que la propaganda cobra fuerza: después de mucho ensañarse contra la educación pública, por fin van al grano y confirman lo que ya se vislumbraba en los rótulos que identifican a cada docente a lo largo del video: exposición pormenorizada de experiencias alternativas de educación "libre", estimulación temprana, entre las que figuran los métodos Montessori y Waldorf como las recetas indicadas para remediar la crisis de la educación, seguidas de más reflexiones y analogías que concluyen que el niño emerge al mundo con facultades innatas para discernir lo correcto de lo incorrecto, que el maestro no debe imponerle un currículo sino que por el contrario debe permitirle decidir y elegir lo que quiere aprender, que son "el afecto, el amor y la libertad las bases de la enseñanza"; en síntesis, que hay que abandonarse a la relajación de la autoridad académica.

¿Esa es la educación prohibida? ¿Métodos holísticos, naturalistas, pseudoanarquistas que prometen un aprendizaje sin tensiones ni esfuerzos? Ni soy pedagogo ni tengo la pretensión pedante de parecerlo, pero estas recetas se me antojan de un facilismo e inocencia astronómicos, no solo porque simplifican groseramente la educación pública, evitando citar convenientemente las adversidades que ésta ha tenido que enfrentar a lo largo de su historia, sino que buscan manipular al espectador apelando a la emotividad y al lenguaje políticamente correcto para venderle metodologías cuya eficacia es solo teórica, y las cuales de hecho tienen cada vez menos adeptos. No se puede soslayar el hecho que la educación pública urge reformas, pero indudablemente éstas no están en la inmersión en enfoques pseudocientíficos que desconocen que en el verdadero aprendizaje interviene la pasión pero también la disciplina, la constancia, el sacrificio. 


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