Quienes divulgamos sobre Cocina y gastronomía podemos pecar de transmitir un mensaje sesgado. Se nos llena la boca defendiendo la cocina casera, la importancia de recuperar la costumbre de cocinar y no recurrir a comida preparada o ultraprocesados. Incluso hay profesionales, como la chef Carme Ruscalleda, que critican que la gente prefiera ver series a darle a los fogones.

Son críticas lanzadas alegremente desde el privilegio, y el problema detrás de estos cambios de hábitos es muy complejo, pero además se nos olvida Otra cuestión importante:  no a todo el mundo le gusta cocinar. De hecho, muchas personas lo odian profundamente, como quien aborrece planchar o fregar.

Y no pasa nada. Por mucho que la cocina esté de moda, que sature los concursos en la tele, las redes sociales y los libros de recetas de influencers, cocinar puede ser una tortura para muchos. Idealizamos la cocina de madres y abuelas, cuando muchas, muchísimas de ellas no disfrutaban cocinando.

Pero hay que comer. Y casi todo el mundo -también hay excepciones- disfruta comiendo. También queremos estar sanos, en la medida de lo posible. Y que nuestra familia esté bien alimentada. Así que no nos queda otra que apañarnos en la cocina. 

Cada uno tendrá que buscar las estrategias que pueda para hacer menos tediosa la tarea, dándole variedad al recetario, pensando en la recompensa final o tirando de recursos que ahorren tiempo. Pero no te sientas mal si odias ponerte el delantal; es posible que a tu abuela tampoco le gustase pasarse horas guisando, pero seguro que le encantaba ver a sus hijos y nietos disfrutar de sus platos.

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