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El sentido oculto de la existencia humana y el sentido artístico más bello del mundo.



Hay en el Arte una expresión que dimana gloria eterna entre las formas representadas de un Sentido auténtico de Belleza. Auténtico porque no hay nada ahora en la representación que sea irreverente con esas sus formas sagradas de belleza. El Neoclasicismo fue la exaltación total de la Belleza, su expresión más acorde, armoniosa, proporcionada, completa, serena, trascendente, abierta, inspiradora, segura, ferviente y satisfecha de Belleza. Porque entonces la Belleza no era solo una representación era también una sensación... Y el pintor francés de la Restauración francesa François Édouard Picot (1786-1868) consiguió alcanzar, en el año 1817, a sublimar una vez eterna esa Belleza. Lo hizo con una leyenda mitológica que se adecuaba tanto a la Belleza como al sentido espiritual-material que el ser humano pudiera llegar apenas a querer rozar de su grandeza. A querer rozar apenas porque ese sentido nunca, como tampoco la Belleza, llegará a ser aprehendido siquiera para poder comprender que ambas cosas, la espiritualidad y la Belleza, sean dos cosas tan lejanas como cercanas en un mundo, sin embargo, tan ajeno a esa grandeza. ¿Cómo podría percibirse una cosa tan excelsa en un escenario real -terrenal- tan poco dado a ser causa natural de esa Belleza? Porque la Belleza así representada era ahora fabricada por el hombre, no era natural ni real, ni acorde a un escenario visible de grandeza. Por eso el Arte clásico se magnificará en este mundo terrenal, se valorará insigne esa Belleza ante la falta de su permanencia en un mundo donde lo visible y lo incomprensible alcancen a colmar, ahora, el hueco de su propia mortalidad. Hay por tanto que armonizar lo plástico con lo misterioso, lo físico visual con lo inverificable. La materia con lo imaginable. Porque lo imaginable surgirá del anhelo, a veces no admitido, de querer permanecer. Para representar esto último el mito idearía la figura femenina y terrenal de la bella Psique. Para expresar la materia el mito adecuaría, sin embargo, la figura masculina y divinal de Cupido. ¡Qué contrariedad! ¿Cómo puede ser divino algo material y terrenal algo espiritual? 

Precisamente ahí estará ahora la grandeza del misterioso mito de Psique. Pasará lo mismo que con la Belleza... ¿Cómo afirmar que ésta sólo se puede representar entre los planos referenciales ajenos a los terrenales cuando esa misma belleza es visible en la vida real? Es la participación ahora, no tanto la causa ni el sentido ni la magnificación de la esencia, de la propia espiritualidad como de la Belleza. Participan de este mundo ambas cosas, pero su participación no es constante ni permanente, ni completa, ni extensa ni siempre manifiesta. El mundo dispone de espiritualidad y de Belleza tan sólo cuando ambos planos se alinean, escasos, muy escasos, entre algunos pequeños momentos de grandeza. Del mismo modo, la divinidad es parte de la materialidad de nuestro mundo. Como el mito, sólo podremos llegar a vislumbrarla apenas unos segundos antes de que desaparezca. La materia anhela la espiritualidad y ésta a aquélla. La espiritualidad representada por la bella Psique, un ser que no es una diosa inicialmente, es tan solo un bella joven perdida una vez entre las sombras. Es un ser que sufre y que late sin sentido un ardor incompresible para ella. Es un ser que busca ahora sin saber exactamente qué. Es la metáfora impenitente de la humanidad. El dios Cupido, sin embargo, sí sabe quién es ella. Su sentido trascendente, el de Cupido, es aquí metamorfoseado por la materialidad invisible de su esencia. El mito es curioso porque abarca toda posibilidad filosófica: panteísmo, platonismo, paganismo, misticismo, romanticismo... Para representar este mito sólo el Neoclasicismo pudo hacerlo apropiadamente. No puede expresarse el mito sin las bellas formas de la Belleza ni de la multiplicidad de cosas que expresa su sentido. Y es que hay un sentido de finalidad, de totalidad y de culminación que solo puede ser representado con la armonía absoluta de un escenario totalmente idealizado. Ahora Psique está descansando su espíritu después de haber saciado su anhelo de alcanzar a vislumbrar la Belleza. Y lo hace en un altar de refulgente belleza clásica, con el decorado artificial y natural de una perfecta belleza.

Ya está, ya lo ha conseguido Psique, ya dará igual que ella sea luego abandonada, porque, sin embargo, ya no lo estará, realmente. Su sentido terrenal, aquel que participa de lo espiritual, también ha sido satisfecho. Ha conseguido dejar de preguntarse y de buscar inquieta la Belleza. Por esto el pintor neoclásico la compone en un plano rodeada ahora de belleza; toda cosa, objeto así como toda expresión física está ahora en su lugar preciso y nada desentonará en el equilibrio iconográfico representado de Belleza. La gloria y la gracia serán percibidas también alrededor de la alcoba clásica, donde ahora su cuerpo yace justo sin memoria. El tiempo ya ha muerto para ella. ¿Hay un gesto retratado de belleza tan descansado y tan satisfecho de grandeza? Las columnas clásicas que soportan el templo de Belleza garantizan la majestuosidad y la placidez que encierra ese momento de grandeza. La materialidad de Cupido es aquí la que ahora desaparece, pero no su grandeza. Esto es lo que se alcanza a vislumbrar en la obra clásica. Para verlo solo hay que percibir la forma en que el dios se levanta y la mira a ella con delicadeza. Hay un vínculo sagrado y permanente ya. La espiritualidad humana ha conseguido calmar su ansia y el dios participar de ella. Para la mentalidad humana ajena a la Belleza, es un mito de difícil comprensión. Porque ahora no es la razón, ni el pensamiento, ni la consecución de obras o de grandes realizaciones, es tan sólo la visión de la Belleza, la percepción de su grandeza, la que hace que todo anhelo humano insatisfecho sea colmado. Y, además, para no volver a serlo o necesitarlo más. ¿Hay algo más raro e inhumano para entender? Pero es que la Belleza satisfecha no es comparable a la satisfacción terrenal de un deseo. Como la materialidad no es comparable a la espiritualidad. Evidentemente, para entender el mito hace falta tener claro todos esos conceptos. Belleza, satisfacción, deseo, materia, espíritu. La Belleza no es sino un sentido final auto-satisfactorio y eterno. Es decir, algo que se satisface a sí mismo siempre, sin necesidad luego ya de algo ajeno. La satisfacción de un deseo terrenal es agotable, es temporal, por tanto, incomparable con aquélla. La materia es de lo que vemos. La espiritualidad es de lo que vislumbramos. Por eso a Cupido Psique no puede verlo sino apenas un instante. Por eso Cupido, a cambio, sí puede verla a ella cuanto quiera. La participación completa de un dios hace a la materia su útil o su subordinada realidad, para así poder disponerla, usarla o abandonarla a voluntad.

La obra neoclásica de Arte del pintor francés Picot nos es distante por la misma causa que nos es distante el mito: una irrealidad imaginada de una idealización increíble. Sin embargo, son representados en la obra elementos individuales que podemos asimilar a la vida mortal y material ocasionalmente. Existen esos mismos escenarios, esas mismas formas y esa misma armonía, ahora calculada o inventada por el hombre. Por esto tan solo con asociar realidad humana ocasional con Belleza sagrada universal podremos llegar a comprenderlo. Y entonces nos fascinará la imagen y el Arte que encierra la obra clásica. Pero solo durará un momento, ese mismo momento que duraría esa misma satisfacción de una amante ante la temporal gracia terrenal y parcial de un mero instante. Y por eso en el abandono de Cupido simbolizaremos ahora la materialidad más aplastante que pueda ser representada en un mínimo instante de belleza terrenal. Para esto no compensaría toda aquella búsqueda anhelosa de un ser perdido entre las sombras. ¿O sí? Es ahora aquí en la obra de Arte el reflejo, la capacidad de relacionar una manifestación terrenal con la otra... Pero, no es automática esa relación. No por el solo hecho de satisfacer un deseo terrenal alcanzaremos a vislumbrar la Belleza. Hay que entender para eso entonces el mito, el Arte y la gloria incierta. No hay certeza porque ahora no hay, no existe en nuestro mundo, esa Belleza. En el Arte la representaremos gracias a un reflejo de belleza terrenal que conocemos por su posibilidad material. El mito nos ayudará a poder imaginar esa otra posibilidad espiritual. Pero es una gloria incierta. No tenemos seguridad ni de que exista ni de que se alcance a poder tenerla. Sólo podremos sospecharla, imaginarla, representarla o vislumbrarla en nuestro inagotable deseo de profunda incertidumbre manifiesta. ¿Cómo no dejar que nuestro sentimiento de grandeza estética quiera llegar a contemplar, a veces, una incierta imagen de Belleza? 

(Óleo Cupido y Psique, 1817, del pintor neoclásico francés François Édouard Picot, Museo del Louvre, París.)



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