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Bali (MG)

Maria Guilera
Tú y yo en Bali para siempre jamás. El milagro.
Te observo a veces, de madrugada, cuando te levantas de esta cama enorme, Dos Metros por dos metros, y te acercas al ventanal. Hace un rato, cuando estabas tumbado, miraba tu perfil izquierdo. La boca entreabierta, el labio un poco caído. Respirabas tranquilo, con un brazo por encima de la cabeza y esa laxitud que tienes siempre cuando duermes después de hacer el amor. ¿No puedes decir follar como todo el mundo? me preguntas. No, no puedo, ya lo sabes. Te ríes.
Ahora estás de espaldas, te ha despertado la luz que tan de mañana entra en la habitación. Algunas  veces, el reflejo de un tejado se cuela entre las cortinas casi transparentes y veo el polvo bailando en el aire. Me parece una ilustración de los cuentos que leía de pequeña. 
Se oyen los primeros signos de vida, las voces de la gente que madruga y empieza su trajinar para asegurarse el pequeño mercadeo diario. Trabajan de sol a sol de esa manera tranquila que admiro tanto. Mientras les miras distraído, puede que pienses en otras imágenes, las que empezamos a ver juntos ayer noche, tumbados en la cama. Calla, calla, me dijiste. Pero yo no decía nada.  Te acercaste a la pantalla del televisor como si quisieras descubrir, entre las escasas personas que cruzaban la calle de nuestra ciudad al otro lado del mundo, algún rostro conocido bajo la mascarilla. Un desconfinamiento progresivo, decía el periodista repitiendo el discurso del ministro. Los niños serán los primeros en salir a la calle bajo la tutela de un adulto. Algunos sectores se reintegrarán al trabajo. Una entrada en la Nueva Realidad. He imaginado las mayúsculas y he sentido un escalofrío.
Puede ser que pienses qué he hecho, qué estoy haciendo. Incluso es posible que imagines tu Regreso a casa, cómo pedirás perdón, qué razones  darás, qué excusas, para ser aceptado de nuevo en la familia traicionada. Añoras tu vida aburrida, a tus hijos mayores, cada uno en su casa y tan distantes. Sobre todo a ella, a la manera confortable y tranquila de vivir a su lado con esa forma algo triste con la que os queréis las parejas tras tantos años de convivencia.
Me doy cuenta de cómo, casi imperceptiblemente,  se elevan tus hombros. El movimiento delata una respiración profunda que ensancha tu pecho. Un suspiro, pienso. El alivio de haber tomado una decisión, la contraria a la que yo he pedido cada atardecer cada vez que encendía una varita de incienso en la pequeña  capilla que encontramos de regreso al hotel. Que se mantenga el confinamiento, que se extremen las medidas, que no haya vuelos de regreso, que no capturen al monstruo todavía.
La que tenía que haber sido una escapada como tantas otras, cinco días de placer camuflados  bajo la capa de un congreso inexistente, se convirtió en seis semanas de amor encerrado en el paraíso de las lunas de miel. Pero ni el humo del incienso elevado a la diosa ha conseguido revertir la sentencia. Nada es eterno.


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