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El pincel de Cristo

A las puertas de la iglesia se arrincona un Hombre que traza el rostro de Dios, dice que el don lo adquirió de él, la inspiración de su talento.
En sus inicios, cuando de niño deambulaba por las calles de San Juan, su niñez humilde, su hambre regateada, betuneando en las plazas, vendiendo frutas y golosinas en el mercado, halló su camino en la pintura, sin maestro ni escuela.
Aprendió el oficio del pincel por soledad, en silencio.

Se escuda de la ciudad detrás de un cartel que lee, ¡la Gente es mala! le pregunto el motivo y responde que la gente solo critica, que lo mira con desprecio, que le dicen que mal gasta papel en sus dibujos, él solo calla y grita al mundo con sus frases escritas en papel.

Recuerda a un caballero, protector de la humanidad, de escudo luminoso e impenetrable. Resguardado detrás de su pantalla de cartón, protegido por palabras, devuelve el insulto con criterios, con conclusiones. ¡La gente es idiota!
Que aquello no ayuda en nada dice, criticar sin motivo, llamarle loco sin dignarse a dirigirle la palabra, un ausente que retrata a Dios. Olvidado

Al tercer día de visitarle, de arrinconarme en su espacio, de transcurrir en su tiempo, al olor de orines detrás de una puerta de iglesia, los creyentes entran y salen de la oscuridad del templo, la guarida de los dolientes.

Fausto Imbacuan su nombre, proveniente de Ibarra, de 33 años, nacido en el invierno, con la dicha amarga de la pobreza, los reclamos, recordatorios hirientes de la apatía que sienten contra él, los padres, los hermanos, los escasos platos de comida.

El hombre pinta para transitar, gestos que se repiten a lo largo de la plegaria.
El portal de la iglesia le sirve de ocupación, con un horario puntual,
Considerando los imprevistos, acude a su oficio.
Ha andado así desde hace dieciséis años.
Cuando la vida se acomodo en aquel lugar.
Sentado en un banco de madera, arrima la espalda contra aquel muro de promesas,
Y se dispone aguardar, a quedarse allí, pintando a sombra de su cartel.

El no mendiga, como dueño y amo de su arte; lo oferta por un dólar.
Extiende la mano y ofrece un dibujo, mira el rostro a los que se le acercan y aprecian su arte. Detrás de los muros un murmullo insistente, cóncavo, de labios humedecidos en angustias, penitentes que sacuden sus rodillas. A su alrededor merodean mendigas ancianas, quejumbrosas, amargas y metiches, que alertan al transeúnte que el es loco, que se alejen; con señas y bocas tapadas murmuran del hombre refugiado. El atento, con la pluma hiriente garabatea otra observación hostil de este mundo, otro reclamo a su manera panfletaria de existir. ¡La gente es mala ¡
Otra pincelada a favor de Dios, sigue aguardando.
Cada vez se ahonda más en el silencio.

Con todo y su abandono, mantiene el buen ánimo.
Refugiado en historietas bíblicas, desnuda su devoción en tinta.
Eso sí, aclara que solo pinta a Jesús.
A más nadie.
Ni siquiera a María le pregunto, la virgen santísima, o a los tantos santos.
Repite, solo pinto a Jesús, los otros son tonterías.

Ofrezco ayudarle con material de pintura en consideración a sus dibujos.
El aceptando el ofrecimiento se dispone a escribir, en lista enumera los materiales que necesita, pintura buena, pincel fino, con el dedo señala el rostro de Jesús, para resaltarle me dice, que parezca más real.
Me enseña unas estampas que guarda en su costal, es Cristo con la mirada piadosa sufriendo su destino sobre esta tierra de pecado,
Quiero pintarle a Jesús así, extendiendo el dibujo hacia mí.
Regreso con pinturas, pinceles y papel
Él mira el frasco de pintura con experiencia,
- he pintado con estas antes, no sirven, se manchan.
Lo que yo necesito son acrílicos, pinturas buenas de colores fosforescentes.

Me conversa que solo le Gusta vestir camisas de flores, con detalles y en colores, los pantalones tienen que ser a cuadros, ningún otro, y el sombrero verde.
Que le gusta el verde para un sombrero
Que jamás pinta a otro que no sea Jesús
Que su nombre es Fausto
Que la gente es idiota
¿Verdad? ¿Mentira?

Que cuando llego el dólar la gente se hizo mala,
En tiempos del sucre
La gente colaboraba más.
Tenía para dar.

Son estos los desvaríos de un hombre abandonado.
Impresiones erradas del progreso, del bienestar.
Hubo una vez un niño,
Una infancia, un rasgado al parir.
Queda del hombre un rostro, un pedazo de cielo.
D i s t a n c i a.Hoy día lo encontré con su radio grabadora, guardada dentro del costal, sigilosa.
Resonaba una armonía dentro de el. Me conversa que le gusta escuchar a los Prisioneros de Chile, los Ilegales, Hombres G, también gusta de Luís Miguel, C Castro. Lo miro con mas cariño, un tipo sincero, ausente de los demás.
Testigo ocular, resto de hombre en el flujo de la humanidad.

Con la tarde agonizaban las baterías doble AA, su ánimo sonreía, buscaba los colores más luminosos, dedicado a su trabajo la tarde le contemplaba.
Junto a el corretean unos niños, asombrados por los dibujos.
Se acomodaban a su lado, miran sobre su hombro los trazos de colores.
Lo veía sonreír y disfrutar de su tarde, sin más ánimo que pintar, con un nuevo motivo escrito en su cartel. Hoy lee: una ayuda para esferos.

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