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XVIII MATERIALES PARA REVISAR Y APRENDER CON PAIDEIA DE JAEGER, POR JOAQUIN MEABE

Joaquín E. Meabe
Seminario sobre Paideiade Werner Jaeger
Corrientes - Argentina - 2017

Materiales de estudio
para revisar y aprender con Paideia
de Werner W. Jaeger 18

El Fedro. Dioniso y Platón. Las Leyes.
Demóstenes y la agonía de la polis.1


La etapa final del pensamiento platónico no deja de ser materia de las más intensas disputas en la erudición, más allá del reconocimiento generalizado acerca del carácter último de las Leyesque, tanto por su extensión como por hecho de quedar inacaba a la muerte del filósofo, suele utilizarse como fuente y medio de resolución de las disputas estilísticas y de datación cronológica.

Pero, toda esa controversia pasa, necesariamente, a un segundo plano cuando debemos afrontar el balance de la madurez de Platón que, sea cual fuere el criterio con el cual se valore su proyección en la etapa de apogeo de la Paideia clásica, aparece ligada de tal forma al programa y a los ideales de aquella, que la más particular cuenta de resultados del contencioso pedagógico de la filosofía no puede escapar de la trama de la producción final del maestro de la Academia.

En ese horizonte de plenitud del proceso civilizatorio griego - al que, a esta altura de nuestro estudio, ya se puede denominar con muy buenos fundamentos como la civilización de la paideia2-, Jaeger concluye su monumental recorrido con el examen de aquellas obras de vejez de Platón3que presentan un muy estrecho vínculo con el problema de la paideia

A modo de clausura y cierre agrega Jaeger un estudio sobre la vida y la producción de Demóstenes4, que aparece aquí como el último exponente de ese extraordinario esfuerzo de autoafirmación pedagógica de los individuos por obra de la cultura.

El balance de Platón arranca para Jaeger del Fedro5y se cierra en las Leyes6, colocando entre ambas obras el testimonio de las desafortunadas experiencias con Dión y Dioniso tal como nos transmite la tan discutida CartaVII.7

Platón aparece allí ya un poco de vuelta del debate agonal, de manera que se impone un enorme cuidado en el registro y en el desglose de los asuntos tanto del Fedrocomo de la Carta VII y de las Leyes.

Jaeger advierte la dificultad desde el primer momento y, por eso, arranca su inspección del Fedrocon una fundada justificación de su carácter tardío, que viene asociado a la estructura de su desarrollo argumental y que lo coloca, en forma concluyente, entre los llamados diálogosdialécticos, que forman parte de la etapa final, o de vejez, en la clasificaciones que se hacen del conjunto de la obra del filósofo.8

El Fedrotiene una estructura compleja que se desglosa en dos partes muy definidas9, que Jaeger examina en el orden sucesivo en el que aparecen. De un lado, encontramos al inicio la llamada parte erótica10, centrada en el discurso de Lisias y la crítica de Sócrates, y después tenemos la discusión de los defectos de la retórica y los méritos de la dialéctica. La desatención al vínculo que enlaza ambas partes es la causa de las dificultades, en ordene a la lectura de este difícil diálogo; y la perplejidad que provoca la interpretación puntual solo se salva reconociendo aquel nexo como señala Jaeger con acierto.

Debe comprenderse pues a este diálogo en el marco de la posición de Platón respecto de la retórica y del rol de la expresión en el contexto de la paideia, que encuentra, en esta etapa final del filósofo, un nuevo ajuste de cuentas a favor de la educación dialéctica. 11

Toda la discusión inicial alrededor del tema del eroses, desde luego, intensa y detallada12, pero como bien destaca Jaeger, conviene ver el asunto como algo preparatorio para la tarea de fondo, donde se pone en cuestión y se destaca la función sinóptica y diarética del método dialéctico13y su elevado rol formativo. 14

El asunto crucial hace al trato directo que cumple la palabra y, en particular, la palabra hablada, que no puede sino predominar en la acción genuinamente formativa.

Para atacar ese difícil frente Platón, como es habitual en el desarrollo argumentativo de sus diálogos, recurre a un mito que, en este caso, cuenta la historia de Theuth y Thamus15, donde se pasan revista a un conjunto de descubrimientos (el número, el cálculo, la geometría, la astronomía, el juego de damas y el de dados) hasta llegar a la escritura, cuya invención ofrece el primero a su imaginario interlocutor como un fármaco de la memoria y la sabiduría.16

Thamus, sin embargo, con descomedida ironía impugna tales virtudes y sostiene, por el contrario, que semejante invento no serviría más que para producir el olvido, pues las almas, al descuidar la memoria, yfiándose de lo escrito llegarán al recuerdo desde afuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos.17

Dice Jaeger que es difícil imaginarse que el Platón de la primera época, con este escepticismo ante la palabra escrita, pudiese acometer su gigantesca obra de escritor. En cambioa posterioripodría uno explicarse psicológicamente esa actitud ante la obra ya realizada, como un medio para preservar su libertad aun frente a la propia obra escrita.18

El razonamiento es ingenioso aunque débil pues la relativización de la escritura apunta a su valor mediato y a su eventual insolvencia directa para afianzar la transmisión de la cultura, dependiente ante todo de la acción dialógica y de la enseñanza oral, cuya reproducción en la obra escrita bajo la forma de diálogos plantea un estado de tensión, alimentado en el isomorfismo con la actividad locucionaria, de profundas consecuencias teóricas para la comprensión intelectual y para la asimilación o interiorización de pautas o valores.

Si ocurriera de otro modo, como sucede por ejemplo con la actual disputa, tan desafortunada como arbitraria en el diseño de un perfil contradictorio del filósofo que pondría el acento y la primacía en la oralidad como resultado de una imposible fijación de esa enigmática filosofía de los principios sostenida por la Escuela de Tubinga, la irrelevancia de la obra escrita tendría que haber dado lugar a una actitud de tipo socrático, donde se torna inútil o accesorio el registro escrito; de lo cual se debería seguir, para esa curiosa hermenéutica, que el propio Platón habría perdido una enorme cantidad de su precioso tiempo en la redacción de esos apuntes que hoy conservamos como el resultado de su obra escrita.

Incluso hasta el estricto postulado del largorodeoplatónico19perdería sentido si la experiencia dialógica no tuviera, como base y meta al mismo tiempo, la obra escrita, que obliga a reproducir, de manera cada vez más intensa, el proceso formativo del alma.20

De todos modos Jaeger no se pierde en la controversia sobre la oralidad21y apunta certeramente que, contra la retórica y sus triviales y artificiosas preocupaciones ancladas en la exterioridad gráfica de la escritura, Platón funda la superioridad educativa de la dialéctica filosófica sobre ella en el hecho de que se dirige directamente al espíritu y lo forma.22

La experiencia del largo rodeo educativo tiene un singular efecto de contraste en el compromiso con la construcción del orden ideal cuyo desafortunado y trágico desenlace encuentra un magnífico registro en la propia vida política del filósofo, que conocemos sobre todo por aquella discutida Carta VII que nos cuenta las desventuras y los fracasos de un hombre tan inusualmente inteligente como ingenuo a la hora de incursionar en el cenagoso terreno de la política práctica.23

Esta tragedia de la paideia como la denomina Jaeger con acierto24 es, a la vez, un cuadro de límites de las expectativas platónicas y un prevenido inventario de tensiones a las que se somete, en el mundo real, la pedagogía filosófica.

Luego de una etapa de incertidumbre acerca de la autenticidad de la CartaVIInuestro autor ha decidido inclinarse hacia aquella posición que reconoce su autenticidad25aportando, al viraje filológico apuntalado por Wilamowitz, una base de crítica interna y teórica bastante convincente.

Con arreglo a la reformulación que vuelve a integrar la Carta VII al corpusplatónico, la ampliación del horizonte de vida del filósofo permite, de cara a ese testimonio y a un adecuado análisis tópico, una mejor inspección teórica de las posibilidades de la paideia filosófica, cuya contrapartida permite enjuiciar los límites y las tensiones con base en el accionar directo del suceso histórico que, con independencia de su carácter genuino o espurio, resulta innegablemente contemporáneo en relación al programa del filósofo de la Academia.

Aun aquellos que nieguen la autenticidad no podrán dejar de reconocer que, sea cual fuere el autor de la CartaVII, la misma se ofrece como un inapreciable complemento para el juicio de la paideia filosófica e, incluso, para una más acotada comprensión de algunas de las extensiones prácticas del propio programa de Platón.

Y, aunque más no fuere solo por esto último, su lectura se nos impone en el específico plano de las fuentes, siempre escasas, fragmentarias y, a veces poco fiables por el irregular nivel de la tradición helenística y por la desigual capacidad de comprensión de algunos autores tardíos pero imprescindibles como Plutarco, Diógenes Laercio, Sexto Empírico o Jámblico que cubren el contexto del horizonte histórico.

Convencido de todo esto Jaeger anota con muy buen criterio que en realidad, no sería necesaria la existencia de esta carta para llegar a la conclusión de que el autor de la República y la las Leyestenía que sentir una grande y auténtica pasión por las cosas políticas, pasión que en un principio le impulsaba a la acción.26

Semejante acción, sin embargo, tiene poco o nada que ver con la preocupación contingente, relativa a la apropiación y control de aparatos gubernamentales o estructuras de mando (asambleas, magistraturas, partidos, etc.) de las que depende el funcionamiento del cuerpo político como lo señala Jaeger a propósito de la experiencia siciliana que examina y deslinda con detalle en este capítulo 9 del libro IV que aquí estamos analizando.27

Hay, desde luego, en Platón una explícita voluntad de transformación del orden social y una fenomenal utopía político-pedagógica, ajena sin embargo, a ese tipo de instrumentalidad del poder que se agota en las relaciones de mando y obediencia que nuestro autor ha captado de modo estupendo.

Entre su estado perfecto- dice nuestro autor en ese sentido - y la realidad política media un abismo muy profundo de principio, pero el filósofo tiene la conciencia de ello y constantemente hace hincapié en él. Solo una especie de milagro podía asociar esta sabiduría al poder terrenal. Indudablemente el fracaso del intento de Sicilia, acometido por él con tan grandes reparos, tenía necesariamente que hacerle desesperar de la posibilidad de ver su ideal puesto en práctica mientras él viviese, o nunca. Pero esto no impedía que siguiese siendo para el ideal y la pauta absoluta. Es absurdo creer que un Platón, solo con un poco más de psicología de masas o de flexibilidad cortesana, habría logrado hacer más plausible para el mundo que contemplaba, como el médico un enfermo grave, aquello que él consideraba lo más alto y lo más santo. Su interés por el estado no tenía nada de político, en este sentido. Así lo ha demostrado, por encima de toda duda, nuestro análisis sobre la estructura espiritual de la Repúblicay su concepto del hombre de estado. Por eso la catástrofe de Siracusa no vino tampoco a echar por tierra el sueño de una vida y, mucho menos, a destruir la ¨ mentira de una vida ¨ como se ha tratado de presentar la preocupación que Platón mostró siempre por el estado y su postulado del imperio de la filosofía.28

No obstante, es posible percibir el impacto del fracaso de su intento siciliano de poner en práctica, con la ayuda de Dión, el ideal del gobierno conforme al programa de su filosofía.

Quizá todo eso no sea suficiente para explicar el minucioso e inacabado esfuerzo puesto en el tratado sobre las Leyes, que es la obra más extensa de Platón y representa un poco más de la quinta parte del total de la producción que hoy le atribuimos, sin contar los textos considerados dudosos (Epinomis, SegundoAlcibíades, Hiparco, Minos, Rivales, Téages, Clitofonte) ni tampoco los decididamente espurios ( Sobre lo justo, Sobre la virtud, Definiciones, Demódoco, Sísifo, Erixias, Axioco, Cartas I, II, IV, V, VI, IX, XIIy XIII), que por cuestiones de interés circunstancial suelen incluirse en muchas ediciones de sus obras completas. Sea cual fuere, sin embargo, la pauta que se utilice para evaluar las relaciones entre el extenso e incompleto tratado y resto de la obra del filósofo, queda fuera de duda la decidida revalorización de la experiencia que ahora se vuelca hacia el detalle de las regulaciones de cada punto de vida ciudadana.

Para Jaeger se trata de un nuevo rumbo que viene de la mano de un cambio relativo de actitud filosófica, que surgiría, por inferencia, de trato disímil del uso de prescripciones concretas que casi no se encuentra en Repúblicay que ocupan todo el texto de las Leyes.

Ahora bien, sea o no ese el sentido de semejante cambio, en verdad, en el contexto de nuestro asunto, importan menos las implicancias de tal debate que la notable conexión de la obra en orden a la paideia y a la implementación del programa formativo que sustenta y da sentido al edificio intelectual de Platón.

Es cierto, y el propio Jaeger reconoce que las Leyesse hallan metódicamente, en muchos respectos, más cerca de Aristóteles29, pero incluso esa cercanía no oculta, como aclara nuestro autor a renglón seguido, que desde el punto de vista de Platón, la finalidad de la obra, en su conjunto, es construir un formidable sistema de educación.30

Desde tal perspectiva el examen de la obra póstuma de Platón ofrece una inusual ventaja, para el análisis temático, por la constante incidencia de la acción educadora de los dispositivos de regulación normativa que Jaeger aprovecha, en beneficio de la exposición, siguiendo una secuencia que respeta el orden de los asuntos presentados en el texto.31

Tamaña empresa no es de poco mérito, sobre todo si tenemos en cuenta la complejidad argumentativa de Platón en esta extensa obra32, que no resulta fácil de resumir, como se observa en los estudios que le dedicaran, por ejemplo, Theodor Gomperz33, Huntington Cairns34, Leo Strauss35y W. K. C. Guthrie.36Jaeger considera las Leyes, siempre en el restringido horizonte de la paideia filosófica, como el adecuado complemento instrumental de República,37algo con lo que coinciden después, desde otras perspectivas críticas y hermenéuticas Cairns38, Strauss39y Guthrie.40

El criterio de Jaeger41constituye además, respecto del texto mismo, una importante vuelta de tuerca en relación a las interpretaciones tradicionales como las de Gomperz42, que la ve como una obra senil, y Willamowitz43, que aconseja ahorrarse el esfuerzo de buscar en ella la filosofía del creador de la Academia.

En las antípodas de la sugerencia de Wilamowitz44, Jaeger considera el estudio de las Leyescomo la coronación necesaria de cualquier aproximación al programa platónico de educación filosófica.45

Con ese criterio desglosa su trabajo, abordando el texto a partir de la misión educativa del legislador46, a lo que sigue luego una inspección del espíritu de las leyes47y causas de decadencia estatal48, sus fundaciones49y normas50, la educación popular51y la de los regentes52, para culminar con el asunto relativo al conocimiento de Dios.53

Para algunos todo el valor pedagógico quizá no alcance a justificar la rigidez y el conservadurismo; y, más de un reparo, no dejará de ser legítimo en cuestiones como la eugenesia54, el control funcional55, la baja estima de la diferencia y de la libertad o el conflictivo rol del consejo nocturno. 56

Pero aun desde esas posiciones siempre será posible recuperar las funciones modeladoras de la dialéctica57y la disciplina platónicas58, con el sesgo que explota el autor en la dirección del elevado propósito formativo que tiende a uniformar el ideal divino con la virtud humana.59

Puede haber, en todo caso, un exceso de optimismo selectivo y parcialidad tópica en Jaeger60; sin embargo, aún en esto el escrúpulo impone al lector responsable un reconocimiento al rigor y objetividad del autor.

Después de considerar la obra de vejez de Platón, Jaeger concluye su monumental tratado con un análisis del pensamiento y la acción de Demóstenes61, con el que se cierra el gran ciclo civilizatorio de la Polis griega.62

En el escorzo de la historia de la paideia la figura de Demóstenes tiene una proyección no solo menor a la de Platón sino del todo distinta63, más próxima a la Tucídides64o a la de Isócrates65, con los que comparte el criterio realista de educar desde el terreno concreto de la acción práctica66y de la orientación normativa que se imprime en los desempeños forenses o en las asambleas políticas.

Jaeger destaca este rol que a su criterio constituye el último movimiento de autoafirmación individual en la línea de las grandes tradiciones helénicas67, que ya no encuentran al promediar la segunda mitad del siglo IV las fuerzas necesarias entre los griegos y, sobre todo, entre los atenienses, para enfrentar esa nueva forma de dominación imperial originada en Macedonia68, cuya pretensión hegemónica, militarizada y ritual no puede convivir con las ciudades de la helada más que bajo un régimen sometimiento que disuelve en su interior cualquier expectativa autonómica. 69

Así concluye la civilización y el gran ciclo de la paideia griega70, que nos relata con pasión e inteligencia esta extraordinaria obra, en la que se explica en detalle los mejores y más elevados fundamentos de la educación occidental.

(Texto revisado el 29 de junio de 2017)
1 Organizado inicialmente para servir de apoyo en las clases destinadas a los participantes del Seminario de Filosofía Práctica Clásica del Instituto de Teoría General del Derecho (ITGD) que ha funcionado en la órbita de la Facultad de Derecho de la UNNE de Corrientes, los textos que aquí se vuelven a discutir en estos drafts originariamente se leyeron en cuatro sesiones consecutivas durante las dos últimas semanas de abril y las dos primeras de mayo de 1998 y se ha utilizado como material complementario para el estudio de Paideia que se ha llevado a cabo en dicho Seminario en el primer semestre del mismo año y luego en años sucesivos y hasta la actualidad. Tal como se expuso fue editado con un tiraje muy limitado en 1998 (Corrientes, ITGD, 1998 [edición no comercial]) y así se reeditó el año 2000 (Corrientes, ITGD, 2000 [edición no comercial]). Con posterioridad se hizo en hiso una edición comercial en 2012 que también ha tenido una circulación limitada (vid J. E. Meabe: Introducción a Paideia de Werner Jaeger. Una guía para el conocimiento de sus principales temas – cuatro Lecciones, Corrientes, Moglia ediciones, 2012). En esa última edición se agregaron numerosas notas a pie de página y se actualizaron algunas referencias sin alterar para nada el texto de 1998. Estos drafts están destinados a una futura reedición ampliada de la obra. En adelante las referencias a Paideia remiten a los capítulos 8 a 11 de la cuarta parte de la obra. Vid Werner Jaeger: Paideia, trad. cast. de Joaquín Xirau y Wenceslao Roces, México, ed. FCE, 1985: 982-1.107.
2 La fórmula procede de Henri-Irénée Marrou Histoire de l'éducation dans l'Antiquité, Paris, Seuil, 1948. pero la idea se origina, fuera de toda duda, en el propio Jaeger (vid: Paideia, 3-16 [Introducción]).
3 El examen de Jaeger, sin embargo, no incluye una inspección de detalle del Timeo. Para la explicación de Jaeger vid: Paideia, 378 (III, Prólogo).
4 Las obras que privilegia en su examen son el Fedro, la Carta VII y Leyes.
5 Vid: Paideia, 982-988 (IV, 8).
6 Vid: Paideia, 999-1014 (IV, 9).
7 Vid: Paideia, 1015-1077(IV, 10).
8Theeteto, Parmenides, Sofista y Político.
9 Vid: Paideia, 984 (IV, 8).
10 Vid: Paideia, 984 (IV, 8).
11 Vid: Paideia, 985-986 (IV, 8).
12 Vid: Paideia, 987-989 (IV, 8).
13 Vid: Paideia, 988 (IV, 8).
14 Vid: Paideia, 989 (IV, 8).
15 Vid: Paideia, 996 (IV, 8).
16 Vid: Paideia, 997 (IV, 8).
17 Fed. 274e
18 Vid: Paideia, 997 (IV, 8).
19 Rep. 498 a, Theet.186 c, Fedr. 273 e , Carta VII, 341 c
20 Vid: Paideia, 994 (IV, 8).
21 Vid: Paideia, 997 (IV, 8).
22Vid: Paideia, 997 (IV, 8).
23 Vid: Paideia, 999-1000 (IV, 9).
24 Vid: Paideia, 1113-1114 (IV, 9).
25 Vid: Paideia, 999 (IV, 9).
26 Vid: Paideia, 999 (IV, 9).
27 Vid: Paideia, 1001-1012 (IV, 9).
28 Vid: Paideia, 1113 (IV, 9).


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