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XVII Materiales para revisar y aprender con Paideia de Jaeger, de Joaquín Meabe

Joaquín E. Meabe
Seminario sobre Paideiade Werner Jaeger
Corrientes - Argentina - 2017

Materiales de estudio
para revisar y aprender con Paideia
de Werner W. Jaeger 17

La paideia en el horizonte del soldado, del aristócrata
rural y del caballero.1


Con una similar dirección de primacía instrumental y política, encontramos en la misma época de Platón e Isócrates, a la notable figura histórica e intelectual de Jenofonte.2

Este el aristócrata andariego, que tiene una marcada vocación empírica - manifiesta en el testimonio de sus hazañas, lo mismo que en el registro de los temas de su obra - , resume y proclama los valores socráticos con la finalidad explícita de cubrir aquellas extensiones educativas (la agricultura, la caza, la acción guerrera, la historia, la vida doméstica) cuya atención parecía, hasta ese momento, relativamente distante del foco de las preocupaciones programáticas de los que colocaron, en un nivel de la discusión explícita, el tema de la Paideia.

Su figura completa, en consecuencia, el cuadro de la etapa madura de la paideia griega y es, justamente, con ese sentido que incorpora Jaeger el estudio de su personalidad y de su obra, en el extraordinario cuadro de la edad clásica, en el que ya se insinúa el ocaso material de la civilización que había conquistado, para toda la humanidad y no solo para los helenos, el sentido protréptico, elevado y permanente de la educación y la autoafirmación humana.

La personalidad histórica de Jenofonte tal como el mismo la pone de manifiesto en la Anábasis, resulta tan atractiva en sus determinaciones como interesante por la inteligente aptitud para el testimonio objetivo e imparcial.3Ese maravilloso libro de aventuras de la desafortunada expedición de los 10.000 revela, sin embargo, mucho más que exóticos escenarios en el singular itinerario de ascensos y descensos que se inicia con el reclutamiento de los mercenarios griegos por parte de Ciro. Jaeger lo ha percibido con una extraordinaria capacidad de análisis, que demuestra un agudo sentido crítico y una fina sensibilidad, gracias a la cual contribuye a modificar la antigua imagen, del buen prosista, que nunca habría excedido el nivel de lo simple y que, por lo tanto, solo servía como recurso de apoyo en la referencias eruditas y por su mero valor testimonial.

Desde el horizonte de la problemática de la paideia y, por obra de Jaeger, el valor escolar de Jenofonte no se desmerece, pero queda definitivamente relativizado al lado de su importante contribución al desarrollo y a la formación de los altos ideales educativos que forjaron el espíritu clásico.

Con ese criterio de generosa amplitud se contempla, en Paideia, la obra de este fervoroso defensor de Sócrates en el contexto de su personalidad4y esta se ilumina de modo recíproco bajo la impronta de sus preocupaciones y sus valores, en particular en lo que hace a la constante afirmación de los deberes orientados a la prosecución de lo más bueno, lo mejor y lo más hermoso, que combina aquella exigencia de nobleza de trato y atención del cuerpo con el imperativo de cuidado del alma proclamada por aquel hombre considerado, en el testimonio del oráculo de Delfos al igual que en sus mejores discípulos, como el más sabio entre todos los griegos.

Ajustado en sus desempeños a esos patrones, con los que inordina además su propia obra literaria, Jenofonte siempre tiene a Sócrates como al más alto ejemplo moral de la conducta consecuente, y el mejor modelo del talento estrictamente griego, que a veces se insinúa como algo intransitivo al resto de los pueblos no helénicos.

Sin embargo, el acentuado particularismo del que es tributario no le impide llevar adelante un singular desplazamiento en orden a la extensión universal de la paideia que le permite aprovechar la enorme experiencia que le ofrece el trato directo con el mundo bárbaro.

Con inteligente diseño e indudable acierto anota Jaeger, en una de sus mejores páginas, dicha extensión cuando sostiene que la imagen que Jenofonte traza de la personalidad de Ciro en la Anábasis, después de relatar su heroica muerte en la batalla de Cunaxa, es un paradigma perfecto de la más alta kalokagathía.5

Todo lo que sigue apunta a aquel desplazamiento, que mencionamos más arriba, y bien vale la pena detenerse en la lectura que propone el autor en el mismo párrafo, donde dice que la figura de Ciro, para Jenofonte es un modelo que debe estimular a la imitación y demuestra a los griegos que la verdadera virtud varonil y la nobleza en el modo de pensar y de obrar no constituyen un privilegio de la raza griega como tal.6

Aunque en Jenofonte -agrega Jaeger- se trasluzca constantemente el orgullo nacional y la fe en la superioridad de la cultura y el talento griegos, está muy lejos de pensar que la verdadera aretésea un regalo de los dioses depositado en la cuna de cualquier filisteo helénico. En su pintura de los mejores persas se destaca por todas partes la impresión que despertara en el su trato con los representantes más destacados de aquella nación: la impresión de que la auténtica kalokagathíaconstituye siempre, en el mundo entero, algo muy raro, la flor suprema de la forma y la cultura humanas, que solo se da de un modo completo en las criaturas más nobles de una raza.7

Jenofonte ha captado, desde la perspectiva del soldado y del aristócrata8, la impronta que fija en el individuo la acción formativa y esto, que se advierte tanto en la Ciropedia9como en la Constitución de los lacedemonios10, le sirva a Jaeger para mostrar cómo se teje la trama de ideas y valores que permite incorporar al debate sobre la paideia ese extenso universo de los desempeños prácticos, guerreros y domésticos.11

Los detalles de la agoge espartana se examinan en ese contexto12y como muestra de la disciplina encaminada a guiar por medio de pautas rigurosas a los niños y a los jóvenes en la dura tarea de fortalecer el cuerpo y de interiorizar los deberes inherentes a la propia posición.13

Esa educación dirigida por la polis y asumida como una función pública o del conjunto lo mismo que el régimen obligatorio de servicio en la milicia es, como lo destaca Jaeger, un aporte decisivo a la historia de la cultura y de la paideia14; pero Jenofonte, que en todo momento se nos presenta como un admirador filolaconio15, jamás cae en la simplicidad panfletaria16y, en este sentido, nuestro estudioso, deja claramente sentado que aquel procura presentar su adhesión a las instituciones de Licurgo, como hace repetidas veces, bajo la forma cauta de dejar que el lector reflexivo decida por sí mismo si el legislador espartano, con sus medidas benefició o no a su pueblo.17

Por cierto, la simpatía hacia sus instituciones educativas no le impidió a Jenofonte, en su Historia de Grecia, criticar la conducta de los espartanos, poniendo de esa forma un límite al juicio de los acontecimientos que, como tal, queda separado de la valoración y le otorga a esta un alto criterio de objetividad.18

Similar actitud se encuentra finalmente en el conjunto de sus otras obras que tiene a Sócrates como interlocutor o protagonista y en las que, como bien lo destaca Jaeger, la colación de la enseñanza de aquel alcanza una extensión transitiva a las actividades domésticas y a la vida rural, incluida la caza, que a nosotros nos asombra pero que, quizá, no habría sorprendido demasiado al incisivo tábano de Atenas.19

La conservación del espíritu socrático, sin embargo, contrasta con la libertad que se toma Jenofonte para retratar al filósofo, al que atribuye muchas ideas propias, que Jaeger distingue con cuidado.

Ahora bien, en lugar de censurar a Jenofonte por apartarse relativamente de la imagen estricta de Sócrates, que siempre será tributaria de Platón, parece más apropiado desenredar la madeja de propósitos que conduce a ese escenario en el que irrumpe la caballería, la equitación, la economía, la vida doméstica y la caza, como objetos o materias que interesan por el detalle de las acciones normativas que se involucran en su ejercicio y que lleva a su reconsideración en términos de educación y de desempeño correcto y adecuado. Jaeger elige la última vía, de una forma inteligente y precisa, que despega al estudio de Jenofonte de aquel tipo de irresoluble controversia acerca de su valor como fuente histórica para el estudio de Sócrates, al estilo de Maier o Burnet, y con ello facilita la comprensión de lo que, en los llamados escritos socráticos del gran polígrafo ateniense (las Memorables, el Económico, el Banquetey la Defensa oApologíade Sócrates), resulta ser el gran tema que los une y los proyecta al porvenir y que no parece ser otro que el tema de la paideia.

Mirar la agricultura desde su faz educativa hoy no impresiona como un asunto de importancia fuera del ámbito que interesa a las disciplinas de la economía técnica, la geografía de los recursos primarios y la sociología rural, lo que hoy puede admitirse como una consecuencia casi natural de la compartimentación de la vida moderna y de baja estima que tiene la vida campesina o rustica en un mundo básicamente urbano, industrial y telemático.

Ni siquiera la reivindicación comunitaria, idealista y utópica, que alimenta la variedad de reacciones contraculturales de nuestra actual época postmoderna20, alcanza para enjuiciar o colacionar los valores de la paideia económico-rural de Jenofonte si omitimos el peculiar contexto que tiene, en el horizonte agrícola del mundo antiguo, la base material de toda práctica y el fundamento también material de los recursos posibles que alimenta la civilización que la nutre.

Jaeger, que es consciente de esa específica cesura contextual, nos propone por eso un examen de detalle de las extensiones normativas que Jenofonte considera como elementos indispensables para las actividades relacionadas con la explotación agrícola y con la vida rural en general. Ocurre que el agricultor y el soldado tienen, para Jenofonte, una afinidad que solo se descubre en la disciplina formativa que sostiene a ambas profesiones, lo que proviene en parte de su propia experiencia, pero que también se deriva de una situación social más amplia que Jaeger analiza y explica en forma precisa.

Junto a la agricultura y también en el marco de vida rustica aparece, finalmente, el tema de la caza, al que le dedica un tratado específico (el Cinegético), en el que se reproduce de nuevo el asunto que inordina al conjunto de su concepción de la paideia, que no es otra cosa que la educación del carácter, y donde la verdadera savia de la areté - como dice Jaeger a modo de conclusión sobre Jenofonte - no son las palabras () sino el contenido () y las ideas (). 21

(Texto revisado el 29 de junio de 2017)

1 Organizado inicialmente para servir de apoyo en las clases destinadas a los participantes del Seminario de Filosofía Práctica Clásica del Instituto de Teoría General del Derecho (ITGD) que ha funcionado en la órbita de la Facultad de Derecho de la UNNE de Corrientes, los textos que aquí se vuelven a discutir en estos drafts originariamente se leyeron en cuatro sesiones consecutivas durante las dos últimas semanas de abril y las dos primeras de mayo de 1998 y se ha utilizado como material complementario para el estudio de Paideia que se ha llevado a cabo en dicho Seminario en el primer semestre del mismo año y luego en años sucesivos y hasta la actualidad. Tal como se expuso fue editado con un tiraje muy limitado en 1998 (Corrientes, ITGD, 1998 [edición no comercial]) y así se reeditó el año 2000 (Corrientes, ITGD, 2000 [edición no comercial]). Con posterioridad se hizo en hiso una edición comercial en 2012 que también ha tenido una circulación limitada (vid J. E. Meabe: Introducción a Paideia de Werner Jaeger. Una guía para el conocimiento de sus principales temas – cuatro Lecciones, Corrientes, Moglia ediciones, 2012). En esa última edición se agregaron numerosas notas a pie de página y se actualizaron algunas referencias sin alterar para nada el texto de 1998. Estos drafts están destinados a una futura reedición ampliada de la obra. En adelante las referencias a Paideia remiten al capítulo 3 de la cuarta parte de la obra. Vid Werner Jaeger: Paideia, trad. cast. de Joaquín Xirau y Wenceslao Roces, México, ed. FCE, 1985: 857-869.
2 Vid: Paideia, 951-981 (IV, 7).
3 Vid: Paideia, 952 (IV, 7).
4 Vid: Paideia, 953-954 (IV, 7).
5 Vid: Paideia, 956 (IV, 7).
6 Vid: Paideia, 956 (IV, 7).
7 Vid: Paideia, 956-957 (IV, 7).
8 Vid: Paideia, 959-960 (IV, 7).
9 Vid: Paideia, 963 (IV, 7).
10 Vid: Paideia, 964 (IV, 7).
11 Vid: Paideia, 963 (IV, 7).
12 Vid: Paideia, 965 (IV, 7).
13 Vid: Paideia, 962 (IV, 7).
14 Vid: Paideia, 966-967 (IV, 7).
15 Vid: Paideia, 965-966 (IV, 7).
16 Vid: Paideia, 968-969 (IV, 7).
17 Vid: Paideia, 967 (IV, 7).
18 Vid: Paideia, 969 (IV, 7).
19 Vid: Paideia, 976 (IV, 7).
20 Esta cuestión se examina en detalle en la obra citada en la nota 236.
21 Vid: Paideia, 980 (IV, 7).


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