Culpa mucha siempre de la guerrilla de las FARC
–como de los paracos que tan sanguinarios por igual-
aquella horrorosa e inolvidable ‘gran’ masacre
ocurrida en Bellavista (Bojayá – Chocó,
mayo 2 de 2002). Pero sin duda que le cabe
más culpa al Gobierno-Estado, porque no impidió
esa de sobra requeteanunciada barbarie.
Con saldo de más de cien almas despedazadas
por tatucos o cilindros bombas, o por misiles y por balas.
Heridos y lisiados a granel, como crecida la miseria.
De la población en esas horas de desgracia
quedó, amén de las ineludibles congojas, en pie apenas
esa ilusión de poder renacer de la muy palpable nada.
Renacer de los escombros, de las amargas cenizas.
Presencia del Poder hubo en la región a la semana
de la escabechina, saliendo con unas disculpas chimbas
para su responsabilidad en la carnicería negarla.
Como siempre con Negros y no Negros de la Colombia
relegada, hubo rosario de promesas de obras
que décadas después concretadas pero como ¡mamolas!