Esa madera necesita un corazón que la humedezca.
Gustavo Cerati
Escribo mal,
no sé escribir.
Le pongo epígrafes de autores asustados a mis poemas blandos
pa' que parezcan densos, sórdidos y temibles. Importantes.
De nada me sirvió estudiar la carrera
y leer una eternidad de libros que fueron oasis a medio día.
Todo el camino estaba muerto con Kafka y Kerouac.
Todo presagio de luminiscencia era Houellebecq tocándose la pija.
No sé escribir.
Nadie me instruyó en eso.
Fui a algunos talleres de escritura
pero siempre me aburrí
y salí a fumar eternos cigarros
o terminé escapándome con la más desubicada del grupo.
Vi tantas rosas hasta pulverizarlas.
Se me quemó algo dentro y ahora soy ceniza de otro tiempo.
Me creí un pequeño Dios que usaba gabardina y David Huerta bajo el brazo.
Después de un rato empecé a sufrir y solo de eso terminé escribiendo.
Soy sed ausente
y fiebre fría con adioses muertos
dioses aniquilando espasmos de concreto a media noche.
Mi regocijo está en otra parte.
Me gusta palpar las pieles jóvenes de la vida
sin tregua, ni oscuridad y sin negociaciones obtusas de madrugada.
Quiero dejarle a alguien
lo que todo el mundo le privó.
No me interesan las multitudes.
Me interesa tocar el corazón de una rota
que aúlla como a media canción de Cerati
entre sábanas tristes y poros tremendos. Sedientos.
Soy el descosido de un grito que sale fácil.
Un pecho tatuado por serpientes y símbolos oscuros
que fluctúan con el cosmos más apretado y sombrío.
A veces bailo.
Y cuando bailo,
siento vibrar al sexo del poema en todo el cuerpo de la poesía.
Gustavo Cerati
Escribo mal,
no sé escribir.
Le pongo epígrafes de autores asustados a mis poemas blandos
pa' que parezcan densos, sórdidos y temibles. Importantes.
De nada me sirvió estudiar la carrera
y leer una eternidad de libros que fueron oasis a medio día.
Todo el camino estaba muerto con Kafka y Kerouac.
Todo presagio de luminiscencia era Houellebecq tocándose la pija.
No sé escribir.
Nadie me instruyó en eso.
Fui a algunos talleres de escritura
pero siempre me aburrí
y salí a fumar eternos cigarros
o terminé escapándome con la más desubicada del grupo.
Vi tantas rosas hasta pulverizarlas.
Se me quemó algo dentro y ahora soy ceniza de otro tiempo.
Me creí un pequeño Dios que usaba gabardina y David Huerta bajo el brazo.
Después de un rato empecé a sufrir y solo de eso terminé escribiendo.
Soy sed ausente
y fiebre fría con adioses muertos
dioses aniquilando espasmos de concreto a media noche.
Mi regocijo está en otra parte.
Me gusta palpar las pieles jóvenes de la vida
sin tregua, ni oscuridad y sin negociaciones obtusas de madrugada.
Quiero dejarle a alguien
lo que todo el mundo le privó.
No me interesan las multitudes.
Me interesa tocar el corazón de una rota
que aúlla como a media canción de Cerati
entre sábanas tristes y poros tremendos. Sedientos.
Soy el descosido de un grito que sale fácil.
Un pecho tatuado por serpientes y símbolos oscuros
que fluctúan con el cosmos más apretado y sombrío.
A veces bailo.
Y cuando bailo,
siento vibrar al sexo del poema en todo el cuerpo de la poesía.