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USTED


Usted
pudo haberse llamado Julia
Rita, Annelise o Francesca
y haber crecido
toda su vida en Praga,
Japón, Perú o Venecia.

El tema es
que su nombre no es el tema,
ni mucho menos las canciones
que la hicieron ser lo que fue
aquella noche de septiembre.


Yo también
pude haberme llamado
Oscar o Mark Lamstrom,
no importa.

Pude haber sido judío
que creció con Chopin
o un caribeño feliz
que predicó Bob Marley.

Ya ve.
Uno al fin puede ser cualquier cosa.
Un abogado, un geólogo, un artista.

El tema
es que su risa desheló
lo más oscuro de mi pecho
y eso en el fondo se agradece.
Porque uno no quiere
andar repartiendo ecuaciones tristes
o arritmias insolentes a media noche
con extrañas o extraños
que le entregan el corazón
en un abrir y cerrar de ojos.


Uno va por el mundo, querida,
sin darse cuenta
y tarareando párrafos
de libros que hicieron clic
a medio semáforo
o inundando de soledad
una sala de cine
sin pensarlo
y con diálogos
de poporopos destruídos
por el pasmo de lo cotidiano.


Pero usted y yo coincidimos.

Nos encontramos, pues,
como dos luces
que se encuentran
en una heladería de verano
donde vimos
como las nieves
y los dulces de leche
se derretían sin dudas
sobre los conos crujientes
de la realidad más incongruente.

Al unísono
de los orgasmos
nos fuimos conociendo
y en las pláticas
que construimos
nos sumergimos lento
como un submarino al fondo del mar.


Por eso hoy que pienso en usted,
no quiero que piense lo contrario.


El presente es una tierra fértil
y el futuro un puerto abundante
que esperamos sin dudarlo.

Porque ya lo pasado, pasado.
Y aunque no me interesa
saber qué hace, qué siente,
puedo decirle
que no hay clítoris
que rime mejor con Cerati.
Y que sus piernas fueron parteaguas
donde encallaron
mis deseos más esdrújulos.

Ya ve. Uno es lo que vive.

Así que no se sorprenda
si con esta canción
de los Arcade Fire en piano
y con una cerveza oscura
la pienso
como un tsunami
que se aparcó en mi costa apacible.


Posiblemente
no la vuelva a ver más, o tal vez sí,
eso no lo sabemos ahora.

Lo que sí sé con certeza
es que aunque usted
pudo haberse llamado
María del Carmen García
o Jessica Lanford,
su mirada de aquella madrugada
donde invocamos al espíritu del amor
fue algo sagrado que abrió la puerta
hacia otros senderos.

De más está decir
que fue en el pueblo más insensato de América
o en la madrugada más febril del trópico.
Ese instante fue sagrado
y en serio le agradezco.


Ese caminar pausado
me trajo hasta aquí,
Martina, María, Laura, Mónica.

Usted me trajo a este hangar
de vuelos inesperados
donde escribo estos garabatos,
donde tiernamente la celebro.


Así que gracias
por el recuerdo
de bosques, piscina y volcán
donde los lepidópteros salvajes
fueron física, sexo y movimiento.


Ahora solo son ceniza
de otro costal de arena y tormenta
mientras veo el Volcán de Fuego
cubierto de granizo blanco y hielo.

Mañana será solo noticia en los diarios.
y usted y yo seremos sombras
de una canción que habita los escombros.


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