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El poder de las tinieblas

Saliendo Jesús, se encaminó, como de costumbre, hacia el Monte de los Olivos; y los discípulos también Lo siguieron. Cuando llegó al lugar, les dijo: “Oren para que no entren en tentación.”

Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra, y poniéndose de rodillas, oraba, diciendo: “Padre, si es Tu voluntad, aparta de Mí esta copa; pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya.” Entonces se apareció un ángel del cielo, que Lo fortalecía. Y estando en agonía, oraba con mucho fervor; y Su sudor se volvió como gruesas gotas de sangre, que caían sobre la tierra.

Cuando se levantó de orar, fue a los discípulos y los halló dormidos a causa de la tristeza, y les dijo: “¿Por qué duermen? Levántense y oren para que no entren en tentación.”

Mientras todavía estaba El hablando, llegó una multitud, y el que se llamaba Judas, uno de los doce apóstoles, iba delante de ellos, y se acercó para besar a Jesús. Pero Jesús le dijo: “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?” Cuando los que rodeaban a Jesús vieron lo que iba a suceder, dijeron: “Señor, ¿heriremos a espada?”

Y uno de ellos hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Pero Jesús dijo: “¡Deténganse! Basta de esto.” Y tocando la oreja al siervo, lo sanó.

Entonces Jesús dijo a los principales sacerdotes, a los oficiales del templo y a los ancianos que habían venido contra El: “¿Como contra un ladrón han salido con espadas y palos? Cuando estaba con ustedes cada día en el templo, no Me echaron mano; pero esta hora y el poder de las tinieblas son de ustedes.”

Después de arrestar a Jesús, se Lo llevaron y Lo condujeron a la casa del sumo sacerdote; y Pedro los seguía de lejos. Después que encendieron una hoguera en medio del patio, y de sentarse juntos, Pedro se sentó entre ellos. Una sirvienta, al verlo sentado junto a la lumbre, fijándose en él detenidamente, dijo: “También éste estaba con El.”

Pero él lo negó, diciendo: “Mujer, yo no Lo conozco.”

Un poco después, otro al verlo, dijo: “¡Tú también eres uno de ellos!”

“¡Hombre, no es cierto!” le dijo Pedro.

Pasada como una hora, otro insistía, diciendo: “Ciertamente éste también estaba con El, pues él también es Galileo.”

Pero Pedro dijo: “Hombre, yo no sé de qué hablas.” Al instante, estando él todavía hablando, cantó un gallo.

El Señor se volvió y miró a Pedro. Entonces Pedro recordó la palabra del Señor, de cómo le había dicho: “Antes que el gallo cante hoy, Me negarás tres veces.” Y saliendo fuera, lloró amargamente.

                                                                                                                                                          Lucas


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