Pocos lo recuerdan hoy, después de todos estos aciagos años de tiranía gansteril. A no ser para -los unos- desempolvar sus viejos prejuicios, etiquetándolo, sin haber realizado el menor esfuerzo hermenéutico, de dogmático, dado que la señora Marta Harnecker tuvo el atrevimiento de catalogarlo con semejante gaffe o, simplemente, despachándolo de entrada, bajo los cargos de furibundo comunista