Las consignas que avivaron al izquierdismo radical de los años sesenta, setenta y ochenta sonaban, por entonces, como el anhelo de la realización de la “utopía concreta”. La “liberación nacional” y “el socialismo” eran, en efecto, las grandes banderas de la lucha, el motivo de la exigencia de quienes, en medio de una época de “reacomodos geopolíticos” y en nombre de la “