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Capítulo 1: La duda del creyente

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Eran las seis de la tarde del 12 de marzo del 20XX en Lima Perú, Emilio Strife caminaba bajo una fuerte lluvia, la temperatura era muy fría, por lo que la gente iba por la calle con ropa muy abrigadora. La ciudad estaba teñida de sus habituales colores tenues, las aceras mojadas y algo sucias, nuestro protagonista es un joven de 22 años, alto, contextura delgada de cabello corto y negro. Andaba vestido con un polo blanco algo desgastado, sobre el cual se había puesto un abrigo gris oscuro, pantalones Jean y zapatillas blancas. Mientras caminaba dañaba la parte inferior de sus pantalones, mojándolos con el agua que había formado charcos en su camino. Nunca fue una persona que se preocupara por los pequeños detalles de su apariencia personal, como manchas en la ropa, hilos sueltos, barba e incluso peinarse eran cosas que para el siempre estaban en un segundo plano.
En ese momento, por su mente solo surcaba un pensamiento “¿Existe realmente Dios?”, hacía unas horas había ido a una misa católica con su madre, costumbre semanal de ambos desde que Emilio hizo su primera comunión, en el sermón hablaron de temas como que si pedimos a Dios cosas con fe él nos escuchará o que si vivimos nuestras vidas siguiendo sus enseñanzas y guardando sus mandamientos al morir recibiremos una gran recompensa en el cielo. Pero… ¿de verdad Dios escuchaba a todo aquel que le pide algo con una profunda fe? ¿Realmente si existe una vida después de la muerte la naturaleza del destino de nuestra siguiente existencia está solo delimitada por si cumplimos o no diez preceptos anunciados por una persona hace más de 2 mil de años? Existen millones de cristianos en todo el mundo padeciendo dolorosas enfermedades, viviendo en pobreza, con dificultades familiares, etc. ¿Porque no simplemente rezan para que Dios los ayude? y si ya lo han hecho ¿Por qué Dios no les ha respondido a sus ruegos? No existe una verdadera coherencia entre la realidad con lo escrito en ese libro milenario de cientos de hojas.
Desde pequeño Emilio había sido instruido en los dogmas católicos y había recibido los sacramentos de bautismo, comunión y confirmación. Nunca había dudado de estar en lo correcto, no hasta ahora. Alguna vez escucho algunos pensamientos ateos pero no les prestó importancia, pero ahora pensó ¿y si estaba esa manera de pensar en lo correcto? ¿Y si de verdad no hay Dios? ¿Y si lo que he creído toda mi vida está basado en un error o una mala interpretación? De ser así ¿Cuál es la verdad? ¿Somos fruto de la espontaneidad del universo?
Con estos pensamientos martillándole la cabeza el chico llegó a la puerta de su casa, estaba mojado por la lluvia. Vivía en una pequeña casa de color melón, de dos pisos de alto, situada en un barrio de clase media de su país, se le había dejado su abuelo cuando falleció hace dos años, pero siempre consideró que era demasiado dos pisos para un joven soltero, aunque en algunas ocasiones le pudo sacar buen provecho al espacio para organizar alguna fiesta con sus compañeros de la universidad, escuela o barrio. Se detuvo frente a una puerta de madera, la abrió y rápidamente cruzo el pequeño patio de la vivienda, en seguida abrió una segunda puerta  e ingresó al interior de la sala, encendió las luces, era un espacio acogedor la parte delantera tenía 2 sofás pequeños de color blanco para una persona cada uno y uno de mayor tamaño para tres personas, también blanco, todos alrededor de una pequeña mesa, mientras que la parte de atrás, separada por un mueble repleto de adornos producto de los viajes de su familia alrededor del mundo, constaba de una mesa larga de madera rodeada por seis sillas con diseños floreados, se sacó el abrigo que tenía encima, lo colocó en el perchero de madera que tenía en la entrada de la estancia y se fue a la cocina, la cual estaba en la habitación contigua, a prepararse una té para calentarse un poco, estaba casi tiritando.
Mientras lo preparaba, las dudas que lo acompañaron durante el camino a su casa seguían en su cabeza, no se las podía sacar de encima. Una vez preparado el té se dirigió a la sala se sentó en uno de los sofás personales, el cual era su favorito, le agradaba especialmente este sobre los otros dos que había allí porque era uno que le traía agradables recuerdos de hace muchos años, pues solía jugar de pequeño con su abuelo sobre él. Al lado de él se encontraba una pequeña radio, antigua pero funcionaba muy bien, estiró la mano y la encendió para escuchar las noticias del día, era una costumbre suya relajarse de esa manera y además tenía la esperanza de que las noticias lo distrajeran un poco de sus dudas existenciales del momento.
Lastimosamente fue todo lo contrario a lo que hubiera deseado, las noticias hablaron de desastres naturales, inundaciones, tornados y terremotos en diferentes partes del mundo. “Es seguro que en esos eventos han habido, cristianos, musulmanes, judíos y ateos afectados” pensó.
Tomó el último sorbo de té de su taza y la dejó sobre la pequeña mesa en frente de él, se levantó del sofá, apagó la radio ya no necesitaba oír más de las desgracias que aquejaban a las personas en diversas partes del mundo, en la parte de atrás de la sala tenía una puerta de cristal que daba a un pequeño jardín con lo que pudo ver que la lluvia había cesado, por lo que atravesó la puerta y se dirigió a ese ambiente que había al final de su casa, era un espacio de aproximadamente dos metros de largo por tres de ancho, tenía algunas plantas, que Emilio cuidaba cuando el tiempo se lo permitía, además en el se podían ver las pocas estrellas en el cielo que las luces de la ciudad le dejaban ver. Al fondo del jardín había una mesa de plástico blanca con 4 sillas del mismo material, donde muchas veces se había reunido con sus amigos en ocasiones pasadas para jugar cartas y tomar unas cervezas. Se sentó en una de ellas y contempló el cielo, estaba más despejado de lo que nunca lo había visto, las estrellas brillaban con intensidad a pesar de que eso sería casi imposible de verse en una ciudad como Lima, mirando esa imagen astral, dijo para sí mismo:
-¿De verdad todo esto fue creado por obra de la casualidad o realmente existió alguna entidad inteligente que creó y diseñó todo este universo?
Había escuchado alguna vez la teoría del diseño inteligente, la cual manifiesta que una de las pruebas de la existencia de una divinidad de la cual surgió todo el universo, es que todo es tan perfecto y armónico que no era posible que se haya generado por el azar, sino que debió de haber una inteligencia superior que coloque cada elemento en el lugar exacto para que la vida pueda existir, pero esto en estos momentos no le ayudaba,  se sentía solo y abandonado. Juntó las manos y en su mente dijo “Dios, si de verdad estas ahí por favor envíame una señal”.
Luego de hacer esto miró a ambos lados con la esperanza de que algo sucediera, había oído testimonios de religiosos que dijeron que Dios se les manifestó mediante el viento o algún aparato eléctrico que se encendió o apagó solo. Pero no pasó nada, solo hubo silencio, ni siquiera se escuchaban los sonidos emitidos por los animales del vecindario. Se comenzó a sentir estúpido y pensó que era una fortuna que nadie lo estuviera viendo.
Siguió contemplando el firmamento unos minutos más, aún guardaba la ligera esperanza de ver algo así como una estrella fugaz o un fenómeno similar, pero nada sucedió. Antes de levantarse decidió hacer un nuevo intento de comunicarse con Dios y obtener alguna respuesta, ya que en realidad no tenía nada que perder, hizo lo siguiente: tomó aire, junto las manos de nuevo, cerró los ojos y dijo en voz baja:
-Señor, tú que eres bueno, te pido por favor que alivies mi corazón que anda muy necesitado de algo de esperanza en la cual creer. Sé que tú tienes un plan para todos, pero si al menos me dieras una señal de que tú de verdad estas ahí, escuchándome y observándome prometo aceptar tu voluntad en el plan que me has preparado cualquiera que este sea.
Dicho esto abrió los ojos y observo a su alrededor nuevamente, con la esperanza de ver la mínima señal de que de verdad había sido escuchado esta vez. Pero nuevamente no vio absolutamente nada que pudiera interpretarse como una señal divina. Desilusionado, se levantó de su silla y  comenzó a caminar de nuevo hacia el interior de su casa, tenía una taza que lavar, atravesó la puerta que unía el jardín con la sala, cuando se disponía a cerrarla se detuvo completamente paralizado por lo que veía en su jardín, una extraña luz había aparecido repentinamente a un metro de él, esta fue aumentando a tal extremo que Emilio tubo que taparse los ojos con la mano por el deslumbre. Unos segundos después, al percibir que la luz ya había desaparecido, abrió los ojos.
La impresión de la imagen que estaba en frente de él era tal que si aún hubiera tenido la taza de té en su mano esta se hubiera caído al piso. Trató de gestionar alguna palabra pero la voz no le salía, estaba tan impresionado por lo que veía que solo atinó a balbucear. En frente de él había una hombre de aproximadamente un metro setenta y cinco de alto, de ojos azules tez clara y cabello rubio, corto y lacio, vestía un traje negro muy elegante, una camisa blanca y un pañuelo blanco en el bolsillo superior izquierdo del saco y con una amable sonrisa le dijo:
-Hola Emilio, soy Salvador y soy el último enviado de Dios.


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