Adoro hablar, servir las ideas cocinadas en bandeja. Para que mis interlocutores, famélicos, acaben atragantándose con ellas. Es gracioso.
Solo en algunos casos, cuando agonizantes, nerviosos o al borde del colapso, los rescato de una posible obertura mental, dándoles simplemente, la razón.
Las ideas más complejas hay que aromatizarlas con anécdotas, robándoles los sentidos a los comensales, pues muchas veces dejan mal sabor.
La sutileza, retrasar la exposición de conceptos, inducir el descubrimiento de un nuevo plato exótico… Son las claves que guiarán a los necios hacia la indulgencia o la generosidad sobre los demás, casi sin darse cuenta, o los hundirán en sus propios vómitos.
Cuando terminan, los observo, satisfechos. Ese cambio en su mirada, en su discurso, revelando reflexivo conocimiento. Sirvo a todo Hambriento que viene a mí, que quizá, no sabe cocinar la vida debidamente.
El relato Hambriento es de la fuente Anadesería - Reflexiones de la Vida y Pensamientos Abstractos.
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