Han pasado dos larguísimos meses. Acostumbrado a ello, pudo ser más llevadero si no hubieramos estado incomunicados. Con todo el resentimiento del mundo por no recibir ni un sms, apareces en el MSN y dices "estuve de viaje por trabajo". No objeto nada, esta situación ya lo conozco a pies juntillas: No poseo derechos, no tengo por qué ponerme celoso, no soy nada tuyo, que no me meta en tu vida privada.

Diego acaba de cumplir 26. Nos vimos por primera vez a mediados de diciembre y como todos los chicos con músculos, mi primera impersión fue de un atorrante que balbucea monosílabos cortantes. Pero luego de estar en la cama, de la nada se suavizó, nos compenetramos y hemos repetido la ocasión desde entonces.

-Claro que me gustaría verte, sabes que sí.
-(¿Cuándo, dos meses más?) Mi día libre son los viernes.
-Entonces este viernes si o si, te lo prometo.
Debería de pensarlo bien, parece que le reprocho por dejarme sin ración de sexo. Con el tiempo Diego ha demostrado ser una gran persona, que pregunta y se interesa por mí. Pero de ahí a algo más serio es obvio que nunca habrá. Talvez sea la costumbre, talvez que ya me encariñé con él.

Sólo un breve saludo y ya estábamos adentro. No aguanté más y te abordé de la cintura hacia mí, te estampé un beso y mis lígeras manos empezaron a trabajar. Cierras tus pequeños ojos y te dejas tumbar sobre la cama. Uno, dos, tres, gimiendo en bruces. Cuatro, cinco, seis, jadeando y arriba los pies. Siete, ocho, nueve,  bramando y toques fuertes.
Caes, rendido, encima. Tomas mi mano y prometes ya no alejarnos tanto tiempo. Extiendes tu brazo debajo de mi cabeza, me apoyo entre tus amplios pectorales. No pasan ni cinco minutos y ya estás roncando. Yo sólo fraseo: "Al fin de la batalla y muerto el combatiente..."