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Ikigai nuestro trabajo no determina quienes somos

Ikigai

Nuestro Trabajo no determina quienes somos

Pedro Ramos

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Han vuelto los mirlos. El más claro sigue igual de despeluchado, el oscuro, quizá más delgado. Las currucas, las dos, juegan en el galán de noche a la hora del almuerzo y los gorriones, después de comer. Descarados, pasean a saltitos por el patio hasta el sumidero. Y vuelven en sentido contrario. Bajo su peso, las ramas se comban hasta casi tocar el suelo con sus puntas. Las currucas son mucho más delicadas, gráciles, se mueven de una rama a otra con una precisión imposible, introducen su pico en las flores y vuelta a empezar. Nos divierte observarlas mientras almorzamos, interrumpimos la conversación para solo mirarlas. Giras la cabeza con cuidado, como si ese gesto pudiera espantarlas. Y disfrutamos, en silencio, del espectáculo.

El galán de noche esperando que lleguen las currucas.

Después de comer, vemos el vídeo que nos recomendó Lorena: una charla donde una pareja de amigos de su hermano cuentan como pasaron de sedentarios a nómadas. No te duermes. No cierras los ojos ni un segundo, ni siquiera das una cabezada, atenta. Te lo digo y me echas en cara que ponga cosas interesantes y yo le echo la culpa a Lorena. Terminamos de ver la charla y preparo una infusión. En barco, no, pero en una caravana, te digo. Un año para recorrer la costa italiana. Suena bien. Bromeas con el poco espacio que tendríamos, yo contraataco: con la limpieza que estamos haciendo… Por la tarde ordenamos la despensa, hacemos sitio a los manteles (vamos a regalar la mitad de los que teníamos guardados, ¿para qué?) porque hemos hecho sitio a los DVDs y a los CDs. Escuchamos Golosinas  de Pedro Guerra, el disco que poníamos a todas horas en el cuco, nuestro primer piso, allá en el Madrid de los Austrias, año 2.000.

El mueble nuevo huele a pino, a almacén de IKEA, bromeo.

Abrimos las puertas, pasamos la aspiradora (otra vez), buscas un cuadro, un cartel de la noche de San Juan que tenías guardado y yo había olvidado (o no sabía que existiera), sugieres que lo enmarquemos y lo pongamos en el hueco que ha dejado la palmera. Puede quedar bien, transijo. Pero tengo otra idea en la cabeza: quiero poner una foto tuya, grande. De la serie que te hizo Andrés o de las que te hiciste desnuda. No te lo digo. Quiero volver a verlas. Las de Andrés las tengo localizadas, pero las otras, no. Lo haré unos días después, en el fragor de la semana, durante la comida mientras, de nuevo, vuelan las currucas atravesando el galán. Y tú me regalas un libro  ¡Es la microbiota, idiota!  de la Doctora Sari Arponen. Te doy las gracias, sorprendido. Sabías que tenía ganas de este libro, pero no me lo iba a comprar. Tiempo y dinero. No tengo tiempo para leer todo lo que quiero y tenemos un presupuesto que cumplir, si queremos mantener este ritmo de vida. Queremos.

Los descubrimientos sobre la microbiota constituyen una de las mayores revoluciones de la historia de la ciencia y la medicina. […] A lo largo de mi carrera, me he dedicado sobre todo a las enfermedades infecciosas y a combatir a los microorganismos. Mi perspectiva cambió hace muchos años: la medicina farmacocentrista que se practica en el siglo XXI no era la solución para muchos de mis pacientes y tampoco para mí misma —ser médico no te libra de enfermar—. Entre el doctorado en Medicina y algún máster de Infectología, me formé también en medicina evolutiva, nutrición y psiconeuroinmunología clínica. Estudié mucho, sané por el camino y conseguí ayudar a mis pacientes de una forma que nunca imaginé. […] Te contaré cómo sentar las bases para equilibrar tu microbiota y la de tus seres queridos. Tú tienes el poder en tus manos: eres el principal responsable de tu salud, y más en los tiempos que corren. […] La alimentación y el estilo de vida son herramientas imprescindibles que necesitarás para cuidarte.

Empiezo a leer durante la sobremesa. Aparco los tres libros que tengo empezados para descubrir que hay microorganismos que pueden cambiar la conducta del ser vivo donde se alojan. Por ejemplo, el Toxoplasma, te cuento, todavía asombrado. Entre el 30 y el 40 por ciento de los humanos están infectados (infección suena a enfermedad, pero no tiene que ser así). Hay datos que indican que estas personas practican relaciones sexuales “no convencionales y prácticas relacionadas con el sadomasoquismo, el fetichismo o la zoofilia”. El caso de los ratones me llama todavía más la atención: un ratón con Toxoplasma  se siente atraído por los gatos. No terminas de creértelo. El Toxoplasma  lo está manipulando para que el gato se lo coma y este parásito, un protozoo de una única célula, pueda reproducirse en el intestino del felino que, en sus próximas heces, eliminará millones de quistes de Toxoplasma. Alguno de estos quistes llegará a infectar a otros animales o personas. De ahí la prevención que deben tener las embarazadas con los excrementos gatunos.

Diagrama de Venn Zuzunaga del propósito.

Todavía me asombra más la siguiente coincidencia: el gráfico de la página 28 (similar a la que acabas de ver) es muy parecido a la imagen que tengo guardada en mi escritorio, pendiente de aparecer en un artefacto. Pero mi imagen es errónea. Arponen lo desarrolla con tanta claridad que tiene que ser verdad. Este diagrama no es ikigai. Este diagrama lo creó Venn Zuzunaga para “explicar” nuestro propósito en la vida y, tiempo más tarde, un bloguero llamado Marc Winn insertó la palabra ikigai en el centro del diagrama. Arponen incluso te ofrece los enlaces a la historia completa de este error y a la imagen original (que es la que yo he incluido, aunque la del libro es más explicativa). Bravo.

Pero, ¿qué es el ikigai? “El ikigai es la razón que tiene uno para levantarse por la mañana y disfrutar de la vida. […] Ikigai es >. En Japón es un término muy normal, sin el misticismo que nosotros le damos”. Y no tiene nada que ver con ganar dinero ni pagar facturas. Vivimos en una sociedad, como muy bien explicó Víctor Molero en la charla que compartió Lorena, que sitúa el trabajo como eje central. Muchas personas se levantan sólo y para ir a trabajar. El trabajo no les permite hacer otra cosa. Lo más triste, añado yo, es cuando este trabajo (la mayoría de los casos) sólo sirve para soportar un ritmo de vida consumista y no para realizarnos como personas.

Los líderes políticos, religiosos y empresariales han promovido esta visión durante siglos, desde el decreto del capitán John Smith de que los holgazanes serían desterrados del asentamiento de Jamestown hasta los gurús de Silicon Valley que pregonan el trabajo como una actividad trascendente. El trabajo es nuestro bien supremo; “haz tu trabajo”, nuestro mandato moral supremo.

Sin embargo, suele pasar que el trabajo no está a la altura de estos ideales. Para disentir de esta visión y crear una mejor, deberíamos partir de la idea de que cada uno de nosotros tiene dignidad, trabaje o no. Tu trabajo, o la falta de él, no define tu valor humano.

Nuestro trabajo no determina quienes somos. Nuestra identidad no equivale a nuestra profesión, ni siquiera a nuestra vocación. Yo no soy escritor, yo escribo. Soy Pedro. Y me gusta aprender, pensar y escribir. Aunque no me pagasen por ello, lo seguiría haciendo. Hace mucho tiempo que tomé la decisión de no hacer las cosas sólo por dinero, tú también, por eso somos tan felices, mucho más ahora que cuando ganaba 3.000 € al mes, vivíamos en el Madrid de los Austrias con una hipoteca de 300 € y yo trabajaba como publicista vendiendo y vendiéndome al mejor postor. Dice Arponen: “Tanto el ikigai como el propósito vital, encontrar tu vocación y ganar dinero honesto con ello son importantes para tu salud y la de tu microbiota”. Estamos en ello. Seguimos.

Sobre la puerta de entrada al complejo de Auschwitz puede leerse, en alemán: “El trabajo os hará libres”.

Recomendaciones de la semana

  • El libro ¡Es la microbiota, idiota!  de Sari Arponen puedes comprarlo aquí sin moverte de donde estás ahora mismo. Si te fascina, como a mí, cómo funciona nuestro cuerpo, te encantará.
  • Un ensayo, publicado en el New York Times (en español), de Jonathan Malesic: “El futuro del trabajo debería significar trabajar menos”.
  • La charla de la pareja que lo dejó todo y se fue a vivir en un barco, puedes verla aquí. Gracias, Lorena, por acordarte de nosotros y compartir este momento.
  • Un documental: Mañana. Si te preocupa el cambio climático, aquí tienes muchos ejemplos de personas, incluso gobiernos, que ya se han puesto en marcha. Mi momento preferido es la entrevista a Mark Burton, cuando explica que la mayor parte del dinero es creado por la banca privada a través de préstamos y que la única forma de que funcione la economía (actual) es que sigamos pidiendo préstamos. Él lo explica mucho mejor, en menos de 3 minutos, alrededor del minuto 70. El documental está disponible en Amazon (gracias, Dani).
  • Y una serie de terror (aunque terror terror no he pasado todavía): Misa de medianoche  de Mike Flanagan. Voy por el capítulo cuatro, así que no sé si aguantará hasta el final. Por ahora, tanto la trama como las interpretaciones y la fotografía se merecen un ratito de tu tiempo. No estoy teniendo esa sensación de “me están alargando la historia”. Está disponible en Netflix.
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Testimonios

"Los artefactos de Pedro Ramos Son su esencia. Son aprendizaje, pautas para aprender, para interiorizar. Para conocernos más y mejor".

A. P.

"Los artefactos son para mí una ventana al exterior y otra al interior".

Amalia Pfeiffer

"Los artefactos de Pedro Ramos son como suspiros de realidad".

Toño Alcalá

"La ventana indiscreta: cuando la vida se hace prosa. Eso son para mí los artefactos".

Eva Bagu

"Un momento de introspección, de recogimiento. Nunca sabes qué te vas a encontrar".

Geli

"Cada artefacto es para mí una ventana. Una ventana abierta sobre un paisaje que es de Pedro Ramos, pero que al mismo tiempo es mío. Tiene sus imágenes, pero hace vibrar en mí la música y la luz. Algunas veces, lo que me cuenta son temas desconocidos, otros ya vistos y con opiniones formadas sobre ellos, pero siempre hay ilusión y un mínimo de sorpresa".

Rosario Barros



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