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Lullaby, the glass door and someone else


Aparecía lentamente, casi asomándose, casi desapareciendo entre el ventanal sin cortinas que separa a Lullaby de la calle, de la temperatura que hace afuera, y de las personas que pasan mirando su reflejo en el vidrio sin detenerse siquiera a mirar qué hay detrás de él y de nada.

Aparecía a veces; si quería sólo en la noche; si quería sólo en el día o sólo cuando éste se terminaba. Miraba hacia adentro como queriendo realmente saber quién estaba detrás del ventanal. En momentos se detenía, miraba hacia el suelo y se quedaba ahí como esperando seguir, como esperando huir. A Lullaby le agradaba verlo tanto como le agradaba ver poquísimas cosas. A veces quería salir a saludarlo, hablarle, decirle cualquier cosa y volver a entrar a su trabajo. A Veces Lullaby lo hacía. A veces Lullaby se arrepentía de no hacerlo más seguido.

Detenida en el tiempo, con su traje de señorita, con su postura de chica con tacos, con su pelo color miel, con su vestido rojo de los viernes, y con sus horas frente a los pasajeros que llegan al hotel, Lullaby se transforma en la mejor actriz para no recordar esos días que pasó arrojada como un pez muerto en la playa pensando en nada importante; ni siquiera en los días que venían, ni siquiera en el hecho que pasaban tan lento como él… mientras intentaba acercarse al ventanal, mientras la observaba desde afuera y mientras olía cada planta de cada jardinera que rodean al hotel. Sólo un par de veces Lullaby lo acarició y creyó que era lo máximo.
El gato negro amigo-no-amigo de Lullaby murió atropellado hace un par de días. Lullaby no quiso verlo tirado en la vereda. Sólo caminó en sentido contrario hasta alcanzar otra estación de metro mientras mascaba su rabia y su pena y mil cosas más que ciertos detalles le provocan cuando se los quitan sin siquiera avisarle. Uno de ellos son los gatos, otro son las situaciones absurdas, otro son algunas personas del pasado, otro es la canción Caramel, de Suzanne Vega, y otro es recordar el tiempo en que existían inocentes juegos de palabras que no llevaban a nada y llevaban a todo en realidad. Lullaby piensa en lo último y vuelve a sonreír por esos detalles que sólo dos conocen.


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