Abrieron la Puerta del baño y nos empujaron dentro. El más gordo nos tumbó en el piso, nos sentó de espaldas y, con una soga, nos ató las Manos, juntas, las de ella con las mías. Luego salió y cerró la puerta con llave. Nos quedamos en silencio esperando que se fueran, todo lo que había de valor en la escribanía ya se lo habíamos entregado. Sin embargo, antes de irse, dieron una última revisada.