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¿Hacen mal los muertos en volver?

Comentaba en el post anterior la situación en la que Rosario Sánchez Mora, "la dinamitera" tras la guerra civil encontraba a su desaparecido marido casado de nuevo con una mujer y con dos hijos, este caso me hace acordarme –y me sirve de pie- para comentar el relato de Honoré de Balzac titulado El coronel Chabert. ¿Y qué le sucede al pobre coronel Chabert? Vayamos a un pequeño diálogo del relato que lo resume todo:

—Caballero, le dijo Derville, ¿á quién tengo el honor de hablar?
—Al coronel Chabert.
—¿A cuál?
—Al que murió en Eylau, respondió el anciano
.

Chabert es un coronel a las órdenes de Napoleón, que lucha en la dura batalla de Eylau contra las tropas imperiales rusas. En un ataque de la caballería francesa dirigido por él consigue partir en dos a las tropas rusas; sin embargo en la carga el coronel es herido gravemente en la cabeza y cae medio muerto junto a su caballo, mientras el resto de la caballería le pasa por encima. En el fragor de la batalla es dado por muerto, y como su corazón apenas late y él permanece inconsciente, su cuerpo es confundido con un cadáver, y amontonado junto al resto de finados en una de las fosas donde lo medio entierran. Por suerte el coronel no queda del todo sepultado, y cuando cobra algo de consciencia consigue pedir ayuda a unos campesinos que contemplan los despojos que quedan después de la gran batalla.

Pero las heridas que ha sufrido Chabert son tan graves que restará muy malherido durante muchos meses, en un estado delirante sin recordar quién es. Y cuando al fin recupera la consciencia, nadie le cree cuando afirma ser el ya dado por muerto coronel Chabert, así que como único premio a su heroico valor en la carga que da a los franceses la victoria, es que le recluyan en distintas instituciones psiquiátricas como si de un loco cualquiera se tratase.



De tal manera que tarda nada más y nada menos que diez años en retornar a su ciudad de origen: París, pero aún así no tiene demasiados medios para conseguir ser reconocido por su identidad verdadera, ya que no tiene familiares directos (salvo su mujer y ella no está por la labor de reconocerle). El rostro del coronel ha envejecido mucho durante estos años de exilio, y ha quedado también alterado por la enorme cicatriz que le cruza la cabeza, además su voz también ha cambiado debido al periodo de enfermedad que ha sufrido. Y para colmo su mujer se ha vuelto a casar durante este tiempo de ausencia con el conde Ferraud, y fruto de esta unión tiene también dos nuevos hijos –igualito que el marido de la dinamitera-, y ella a riesgo de ser acusada de bigamia y perder la pensión que le fue otorgada por el Emperador, niega que el Coronel Chabert sea realmente quién dice ser, y por el contrario le trata de mendigo loco.

Por suerte cuando el coronel vuelve a París consigue al menos el apoyo de un procurador que acaba creyendo su historia, y que está dispuesto para luchar por la restitución de la identidad de Chabert, pero éste al final en un gesto muy propio de Balzac que se movía muchas veces entre el amor y el odio hacia las mujeres, hace que su causa se venga al traste cuando la propia condesa en una conversación privada entre los separados cónyuges, manipula al coronel pidiéndole que por el amor que éste aún le tiene, renuncie sus derechos perdidos, y se resigne a vivir el resto de su vida sin su verdadero nombre, condición que el valeroso coronel Chabert acaba aceptando, renunciando a su venganza.

Dejando al margen la cuestión de la maldad de la condesa, la visión de la bigamia que plantea Balzac, hoy desde luego quedaría disculpada, ya que mientras Balzac lo plantea como un motivo deshonroso hacia ella, hoy veríamos más a esa esposa como desgraciada víctima de un entuerto que otra cosa (casos parecidos los he visto en películas como Naúfrago o Pearl Harbor y en ambos casos ellas quedan como víctimas que por las circunstancias han quedado entre medias de dos aguas y tienen que elegir -por poner un símil marítimo acorde-).

Es divertido cuando varios pasantes a los que Chabert confía su caso, se ríen de la situación de bigamia de la condesa comentando: “He ahí una mujer que puede ir los días pares a casa del conde Ferraud y los impares a casa del conde Chabert” (y da la casualidad que este comentario me ha hecho recordar que estos días debido a la contaminación de París, esta ciudad ha restringido según días pares o impares el uso de las correspondientes matrículas. Veo a Balzac como un precursor en el uso de los pares y nones!)

Y respondiendo al título, hay un momento que el pobre Chabert le pregunta a la condesa en un gesto que denota su fatalidad y su resignación: “¿Hacen mal los muertos en volver?”. Pues desde luego a veces parece que es un incordio, y si no que se lo digan a los que ya han visto esa espectacular serie francesa que es Les Revenants (a la cual creo que le dedicaré mi siguiente post).

Conclusión: los muertos que vuelven después de muchos años de ausencia y que afectaron a sus parejas en cuestiones amorosas, no esperen encontrar a sus enamorados recogiendo del suelo aún los pedazos de sus corazones rotos, ya que la vida siempre sigue hacia adelante y la gente tiene la sana costumbre de intentar recomponer de alguna manera sus corazones rotos y antes o después acaban encontrando nuevos amores. Aunque las cicatrices perduren. Encontrar un final adecuado para estas relaciones a tres bandas que el destino provoca, suele ser complicado. Si tuviera que elegir un final me quedaría con el de Naúfrago de Robert Zemeckis, ya que es un final abierto que deja a un Tom Hanks algo triste pero comprensivo con su amor perdido, y me gusta especialmente la última escena en la que él se dirige al rancho de una mujer a la que acaba de conocer en un cruce, ya que se acaba de dar cuenta que ella es la propietaria del rancho al que se dirigía. Sin duda, creo que es uno de los mejores finales para una película dramática que recuerdo.



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