Por José Ingenieros
(Extracto del libro ''El Hombre mediocre''
El buen lenguaje clásico llamaba doméstico a todo hombre que servía. Y era justo. El hábito de la Servidumbre trae consigo sentimientos de domesticidad, en los cortesanos lo mismo que en los pueblos. H abría que copiar por entero el elocuente Discurso sobre la servidumbre voluntaria, escrito por La Beotie mirativo elogio de Montaigne. Desde él, miles de páginas fustigan la subordinación a los dogmatismos sociales, el acatamiento incondicional de los prejuicios admitidos, el respeto de las jerarquías adventicias, la diciplina ciega a la imposición colectiva, el homenaje decidido a todo lo que representa el orden vigente, la sumisión sistemática a la voluntad de los poderosos: todo lo que refuerza la domesticación y tiene por consecuencia intevitable servilismo.
Los caracteres excelentes son indomesticables: Tienen su norte puesto en su Ideal. Su ''firmeza'' los sostiene; su ''luz'' los guía. Las sombras, en cambio, degeneran. Fácilmente se licúa la cera: jamás el cristal pierde su arista. Los mediocres encharcan su nombre cuando el medio los instiga; los superiore se encumbran en la dicha y en la adversidad, amando y despreciando, entre risas y entre lágrimas, cada hombre firme tiene un carácter. Las sombras no tienen esa unidad de conducta que permite preveer el gesto en todas las ocasiones.