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Ese puerto existe: Blanca Varela

Blanca Varela

 En el mes de diciembre del año 2013 me tocó viajar a Supe para participar en el ''Festival de Poesía Cielo Abierto''. Fue un viaje muy importante por el significado que tiene este lugar que acogió, en tiempos pasados, a grandes referentes culturales del país. Entre los cuales podemos mencionar a Blanca Varela, José María Arguedas y al mismo Fernando de Szyslo. Allí conocimos a Rosa, la sobrina de Arguedas, que hasta la fecha vive en ese puerto. Fue también una grata sorpresa encontrarme en dicho lugar con la Doctora Ruth Shady, excelsa antropóloga, arqueóloga e investigadora peruana que puso a la Civilización Caral en los ojos del mundo. A la doctora Shady la recuerdo cuando siendo yo empleado del Museo Nacional de Historia, bajo la dirección de la doctora María Rostworowski, la veía a Ruth Shady laborar en el museo vecino, el Museo Nacional de Antropología y Arqueología que era dirigido por el maestro, Luis Guillermo Lumbreras.
Los poetas, escritores y artistas participantes en el encuentro tuvimos el privilegio de bailar por las calles de Supe con el acompañamiento al violín de Máximo Damián, el mismísimo amigo de Arguedas. Como recordaremos Arguedas le había pedido expresamente a Damián que toque el violín en su velorio y así lo hizo Damián. Arguedas por su parte le dedicó a Máximo Damián el libro ''El zorro de arriba y el zorro de abajo''. Máximo Damián compuso para Arguedas la tonada ''La Agonía''.
Rosa, la sobrina de Arguedas, posa con uno de nuestros libros

Jorge Aliaga Cacho con la doctora Ruth Shady, y su hermano en Puerto Supe, con la ocasión de un encuentro literario en la municipalidad del puerto.
Jorge Aliaga Cacho

El siguiente poema es del primer libro de Blanca Varela, gran poeta limeña, que a sugerencia de Octavio Paz tituló la obra: ''Ese puerto existe''. La obra fue publicada por primera vez en México el año 1959.

BLANCA VARELA (Lima, 1926- 2009)

Está mi infancia en esta costa,
bajo el cielo tan alto,
cielo como ninguno, cielo, sombra veloz,
nubes de espanto, oscuro torbellino de alas,
azules casas en el horizonte.
Junto a la gran morada sin ventanas,
junto a las vacas ciegas,
junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.

¡Oh, mar de todos los días,
mar montaña,
boca lluviosa de la costa fría!

Allí destruyo con brillantes piedras
la casa de mis padres,
allí destruyo la jaula de las aves pequeñas,
destapo las botellas y un humo negro escapa
y tiñe tiernamente el aire y sus jardines.

Están mis horas junto al río seco,
entre el polvo y sus hojas palpitantes,
en los ojos ardientes de esta tierra
adonde lanza el mar su blanco dardo.
Una sola estación, un mismo tiempo
de chorreantes dedos y aliento de pescado.
Toda una larga noche entre la arena.

Amo la costa, ese espejo muerto
en donde el aire gira como loco,
esa ola de fuego que arrasa corredores,
círculos de sombra y cristales perfectos.

Aquí en la costa escalo un negro pozo,
voy de la noche hacia la noche honda,
voy hacia el viento que recorre ciego
pupilas luminosas y vacías,
o habito el interior de un fruto muerto,
esa asfixiante seda, ese pesado espacio
poblado de agua y pálidas corolas.
En esta costa soy el que despierta
entre el follaje de alas pardas,
el que ocupa esa rama vacía,
el que no quiere ver la noche.

Aquí en la costa tengo raíces,
manos imperfectas,
un lecho ardiente en donde lloro a solas.


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