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LA ILUSIÓN DEL PODER.


Rafael Varón Gabai
TEXTO COMPLETO

1Una característica de la conducta de la hueste conquistadora fue la alternancia entre la violencia y el trato amistoso, buscando simultáneamente generar el temor entre la población y las alianzas con determinados grupos nativos. Para ello, los españoles se sirvieron de indígenas que fueron utilizados como instrumentos de comunicación, en diversas modalidades, entre los que destacan los intérpretes o “lenguas”, los señores étnicos, las mujeres de la nobleza regional y cuzqueña, Villac Umu (el llamado “sumo sacerdote” del culto solar del estado) y el propio Inca Atahualpa y sus sucesores nombrados por los españoles. Escapa a las intenciones del presente capítulo realizar un análisis detallado de todos ellos, pero sí conviene detenerse en los casos menos conocidos o que tuvieron mayor relevancia para los vínculos iniciales entre conquistadores e indígenas, especialmente cuando se relacionaron con Francisco Pizarro y su familia.
2Cieza de León había hecho notar que cuando Pizarro llegó a Jauja, “procurava traer a su amistad a los Guancas e Yayos [sic por Yauyos] [pero] por entonces no pudo venir en efeto su propósito”.1 Resulta interesante plantear, dentro de este contexto inicial de la conquista, que, al igual que los españoles, los señores indígenas obraron con iniciativa política propia, decidiendo por sí mismos en qué momento les convenía efectuar el acercamiento al invasor europeo. Al explicárseles que los españoles venían “por mandado del Emperador a poblar aquellas tierras de cristianos y a que les diesen noticia de nuestra fe”, con sagacidad, según Cieza, respondieron, “lo que vieron que convenía para estar seguros”.2 Sin embargo, sería difícil determinar cómo les convenía actuar. El caso del cacique Çopeçopagua permite apreciar la situación, cuando recibió el mensaje enviado por Benalcázar para que se aproximase pacíficamente y así se evitaría que “lo tuviesen que prender de mano armada”. En palabras de Cieza, Çopeçopagua temía que le avían de apretar por el oro de Quito, porque estava claro [que] los cristianos no buscavan ni pretendían otra cosa [más] que ello y plata, mas no se hallava seguro en parte ninguna, porque ya los mismos naturales unos a otros se heran traidores, porque ni guardavan amistad, ni parentesco, ni querían más que sustentarse con el fabor de los nuestros.3
3La población indígena se enfrentaba a una situación novedosa a partir de la conquista y de la presencia española. No tenían más remedio que participar en el juego político de los europeos. Las jerarquías prehispánicas podían servirle al individuo como referente, pero ahora las reglas eran distintas y, para algunos, se presentaban posibilidades previamente inexistentes de acceder al poder político y a las riquezas.
4En las próximas páginas examinaré la situación del ámbito andino durante la conquista desde la perspectiva indígena, con énfasis en esa minúscula franja temporal en la que aún seguía vigente y predominante el aparato político prehispánico; es decir, hasta la ejecución del Inca Atahualpa. En la primera sección mostraré cómo hombres vinculados a la administración incaica recibieron la noticia de la llegada de los españoles. En las siguientes se verá el caso de algunos individuos que por sí mismos desempeñaron un papel importante en el mundo peruano de la conquista, como los conocidos intérpretes Felipillo y don Martín, las sucesivas mujeres de Pizarro, doña Inés y doña Angelina, y el gobernante “títere” Paullu Inca. Asimismo, se expondrá el caso de etnías que exhiben una estrategia política en sus acciones y en las que los actores individuales aparecen delineados con diverso grado de nitidez. Es el caso de los cañaris, los huaylas, los limas y, por último, las naciones charcas, todas ellas vinculadas estrechamente a los Pizarro.
LA PERCEPCIÓN INDÍGENA DE LA INVASIÓN
5Disponer de información sobre la percepción que tuvieron personas ligadas a la administración incaica acerca de la llegada de los españoles, la captura del Inca y el acopio del oro y plata del Tahuantinsuyo permitirá lograr una mejor comprensión de la reacción indígena. Utilizaré para ello como eje de la exposición un documento singular, que a pesar de su importancia no ha sido debidamente valorado: la declaración de testigos indígenas en el pleito seguido por Hernando y doña Francisca Pizarro contra la corona, para recuperar los gastos en que incurrió Francisco Pizarro en el levantamiento indígena de 1536.4 Los dieciocho declarantes afirmaron ser oriundos ya sea de la provincia de Yauyos o de Huarochirí, a excepción de un noble cuzqueño, “nieto que dijo ser de Pachacuti Yupangui”. Cada uno de ellos recibió la noticia de la llegada de los españoles en Yauyos, Huarochirí, Jauja, Cuzco o Huamachuco. Todos eran hombres adultos al momento de la invasión, habiendo llegado a presenciar el saqueo que hizo Hernando Pizarro de Pachacámac (salvo dos de ellos), y participando (excepto siete) en el sitio de Lima de 1536.5
6En 1573, cuando se realizó el interrogatorio, en opinión de los funcionarios reales los testigos aparentaron tener entre setenta y noventa años, menos uno que pareció cercano a los sesenta. Habían pasado cuatro décadas cataclísmicas en las vidas de estos hombres, cuya buena fortuna les había permitido encontrarse entre los pocos que sobrevivieron a las guerras, plagas y otros males de este período: uno de cada cinco en promedio.6 Sin importar las simpatías que cada personaje pudo haber despertado al momento de la invasión, que podríamos deducir de su ocupación, —de los que la indicaron, cuatro eran soldados del ejército de Huáscar; uno era “ovejero del Inca”, en Pariacaca; otro, “mayordomo del cacique Guacora Pacora”, en Jauja, y, el último, estaba en el ejército de Atahualpa, en Cajamarca—, no era difícil que concentrasen al unísono en las personas de los Pizarro el resentimiento que seguramente contendrían por la desgracia que les había ocurrido, coincidiendo así en sus propósitos con las intenciones del fiscal español que buscaba incriminar a los Pizarro.
7Los declarantes dejaron traslucir sus sentimientos y prejuicios y sus declaraciones no son precisamente ingenuas. Más aún, las preguntas fueron largas y detalladas, y expresaron, como era la costumbre de la época, la opinión inequívoca de una de las partes, en este caso del fiscal. Los declarantes se comunicaron por medio de intérpretes y en presencia del corregidor. El resultado fue que sus respuestas aparecieron sospechosamente parecidas y, en ocasiones, idénticas. Sin embargo, el examen detenido y la búsqueda de variantes en cada uno de los textos, así como la confrontación con otras fuentes en los pocos casos en que esto es posible, permiten obtener información valiosa.7
8Un testigo afirmó que apenas entraron los navíos de los españoles a Paita, “se dijo por todos estos reinos que habían llegado ciertas gentes barbudas en unas casas por la mar”.8 Otro aseguró que cuando se encontraba en el Cuzco, sirviendo al Inca Huáscar, llegó ahí la noticia de que los españoles habían desembarcado y “poblado un pueblo” en el valle de Tangarará.9 Otros agregaron que en la provincia de los Yauyos se anunció que “venían españoles y cristianos” contra Atahualpa, “que se llamaban los capacochas... y que ellos y sus caballos comían oro y plata”.10 Atahualpa, para verlos, los indujo a que avanzasen hasta Cajamarca, sintiéndose seguro debido al reducido número de los españoles y al respaldo del ejército que había congregado contra Huáscar
9Una vez que el Inca fue reducido y se comenzó a acumular el oro del rescate, Hernando Pizarro decidió proseguir el reconocimiento del país, a la vez que apuraba la recolección de oro y plata. Fueron unos capitanes de Atahualpa, Inga Mayta y Urcos Guaranga, quienes por temor que los matasen informaron a los conquistadores sobre la existencia del “tesoro y adoratorio y depósito” de Pachacámac, y luego acompañaron a la expedición.11 La nueva se oyó por toda la tierra. Hernando Naypa Xulca, “ovejero del Inga”, se encontraba en Pariacaca, adonde llegaron mensajeros de los “capitanes” indígenas que acompañaban a Hernando Pizarro ordenando se juntase “todo el oro y plata que tenían, y joyas de mujeres, y mamaconas y servicio de su casa, de plata, y chaperías de sus ropas, y guacas, y adoratorios y depósitos, ” todo lo cual debía llevarse a Pachacámac.12
10Un caso en el que se encuentran evidencias del uso que hicieron los invasores del sistema administrativo incaico en sus más altas jerarquías, para cumplir con sus propósitos de recoger los tesoros: un declarante informó que vio acopiar en Pachacámac “muy grandes tesoros, y muchas chaperías, y culebras, y sapos de oro…, y leones, y zorras…, y hombres y mujeres”, y, luego, todo ello “vio este testigo también dar y entregar al dicho Hernando Pizarro y meterlo todo ello en una casa muy grande que llamaban de Chumbe Sagua, mayordomo del inga”.13
11Otro testigo, don Diego Poma Ricuri, “mayordomo del cacique Guacora Pacora” —más conocido como Guacra Paúcar—, dijo que por mandato de su cacique hizo juntar gran cantidad de objetos de oro y plata, los que fueron cargados “en indios” y entregados “en la provincia de Bonbón, que es en los Atauillos” a los orejones del Cuzco, que eran “criados del dicho Ataualipa”.14 Un punto en el que todos los declarantes concordaron fue en su franco desprecio hacia el conquistador y sus hermanos. Un testigo manifestó que oyó decir a Manco Inca y a Villac Umu, que “antes se dejarían todos despedazar que no sujetarse a los Pizarros”.15 Este debió ser el testimonio más útil que pudo conseguir el fiscal en su causa contra los Pizarro, siempre que las autoridades judiciales metropolitanas considerasen dignas de crédito las declaraciones de los testigos indígenas.
12Parece importante destacar dos aspectos referentes a los testimonios citados. Por un lado, se trata de manifestaciones de indígenas pero transmitidas por españoles y por lo tanto sujetas a alteraciones debidas a los intereses de los funcionarios y dificultades del lenguaje. Por otro, estos testimonios definen una imagen aparentemente opuesta a aquella creada por las versiones de los cronistas de la conquista.16 Así, según esta nueva versión, al poco tiempo de llegados los españoles dejaron de ser vistos como una curiosidad exótica y sin riesgo, para ser entendidos como una amenaza por los indígenas. A partir de ese momento lograron introducirse en la política interna del Perú —especialmente para aprovechar en su favor las diferencias entre el grupo dominante de los incas y las etnías sujetas a ellos,— y controlar el sistema de autoridad, que llegaba a su cúspide en la persona del Inca. Una vez cumplido ese propósito, resultaba natural utilizar los servicios de comunicación, acopio y almacenamiento del Inca, sobre todo en cuanto a la persuasión para la recolección de todo tipo de objetos de oro y plata. De manera similar, los cristianos consiguieron proteger sus vidas en base a la actitud que asumieron frente al Inca.
13Estos meses tempranos pueden pensarse como un plazo de cálculos y cautela política desde ambos bandos. Guillén ha reivindicado la figura de Manco Inca en sus primeros tiempos, considerándolo un Inca auténtico y político planificador y no un conformista ante la presencia de los españoles.17 Desde esta perspectiva, Manco Inca, miembro de la facción adicta a Huáscar y, por tanto, opuesta a Atahualpa, resultó el soberano victorioso en la lucha por el poder del Tahuantinsuyo. Pizarro aparecería, entonces, como un aliado del nuevo Inca vencedor,18 nublándose así ante los ojos indígenas el manifiesto propósito español de conquistar el Perú.
LOS INTÉRPRETES
14Entre los indígenas que jugaron un papel de relevancia en la conquista destacan dos que fueron recogidos y preparados para cumplir la labor de intérpretes. En esa función participaron en la vida y conflictos de la sociedad española, influyendo en el curso de algunos renombrados acontecimientos. El más famoso de los intérpretes fue conocido con el nombre de Felipillo, ocasionalmente nombrado también Felipe y don Felipe. El otro fue conocido como Martinillo en su juventud, y luego llamado don Martín, usando con frecuencia el apellido Pizarro. Desde muy temprano en la conquista los dos intérpretes se enemistaron entre sí, quizá debido en parte a que don Martín debió proceder de la alta nobleza regional chinchana o aún Inca, mientras que el origen de Felipillo debe encontrarse entre los comunes tallanes,19 a lo que habría que agregar las diferencias de personalidad y ansias de poder de cada uno.
15Los dos intérpretes fueron llevados por Pizarro a España en 1529, y ambos participaron en la expedición desde sus inicios. Ambos estuvieron presentes en Cajamarca, pero las fuentes no permiten determinar cuál de los dos fue el que tradujo las conversaciones de los españoles con Atahualpa.20 Felipillo se unió al bando de los almagristas; partícipe de la expedición a Chile, huyó cuando se planeaba un alzamiento indígena contra los españoles, siendo luego capturado y ejecutado.21
16Don Martín se hizo pizarrista, manteniéndose leal a la familia del conquistador hasta el fin de sus días. Fue uno de los contados indígenas que casó con española, recibiendo de Pizarro la encomienda de Huaura. En Lima vivía en el solar que le correspondió en su condición de fundador y vecino de la ciudad. Vestía como español y frecuentaba a sus camaradas conquistadores.22 Cuando se produjo el asesinato de Francisco Pizarro y el consiguiente alboroto y saqueo que le siguió en Lima, don Martín mantuvo como pocos su fidelidad al conquistador, ocultando en su casa un arca que había pertenecido al difunto y que contenía documentos de deudas y escrituras de diversa naturaleza.23 Su actuación en favor de Vaca de Castro, a quien se ofreció con astucia, como la mayoría de españoles, para enfrentar a los almagristas, le permitió incrementar sus encomiendas, recibiendo otras en el valle de Huarmey.24 Su propia lealtad a los Pizarro determinó su fin a causa de su participación en el alzamiento de Gonzalo. Al hallársele culpable y ser sancionado, el intérprete-encomendero se dirigió a Sevilla para apelar el fallo en su contra, pero en ese frustrado intento encontró la muerte.25
17José Antonio del Busto ha considerado con acierto al indígena don Martín “no un hombre ejemplar en absoluto, pero sí el primer mestizo de pensamiento” en la historia del Perú.26 Sin duda la importancia de ambos intérpretes radica en su actuación como verdaderos partícipes de la conquista y, en el caso de don Martín, también de la participación de un indígena en el medio español de la sociedad colonial temprana. Más aún, los intérpretes indígenas, al igual que los españoles, se alinearon con las facciones constantemente en pugna, especialmente entre pizarristas y almagristas, transmitiendo sus tendencias e intereses a los grupos de indígenas con quienes se vinculaban. El cronista Cristóbal de Molina, El Al-magrista, ilustra claramente esta situación al decir que,
el marqués Pizarro tenía una lengua e intérprete, el cual amenazaba de palabra al Inga [Manco], porque sentía que no era amigo del Marqués y lo era del Adelantado Almagro; y Almagro tenía otra lengua que se llamaba don Felipe, que era gran familiar y amigo del Inga, y entre estas dos lenguas había envidias y con sus pasiones alteraban [a] los naturales, porque cada uno de ellos daba a entender a los naturales que su señor era el Gobernador y el que había de permanecer.27
18Así, el intérprete desempeñó un papel que fue más allá que el de un traductor de lenguas y culturas, interviniendo con su propio juego en los eventos de la conquista.
LOS CAÑARIS, CENTINELAS DE LOS CONQUISTADORES
19El territorio histórico de los cañaris se ubica al sur del Ecuador, pero sucesivas migraciones los llevaron a formar colonias que mantuvieron su identidad étnica en diversos lugares de los Andes centrales. Los cañaris se relacionaron con los españoles desde muy temprano, manteniendo vínculos amistosos hasta bien entrada la colonia. A título personal o grupal, colaboraron con el invasor en diferentes modalidades, evidenciando los conflictos del pasado prehispánico. La huella incaica en la región Cañar del Ecuador se remonta por lo menos a la época de Pachacútec, según las fuentes documentales.28 Los restos arqueológicos confirmarían la presencia incaica sólo en tiempos de Túpac Inca Yupanqui y Huayna Cápac.29 Esta diferencia entre las fuentes no resulta extraña debido a que es probable que cada uno de los soberanos Inca mencionados haya penetrado en la región Cañar, el primero a manera de expedición en búsqueda de botín y los otros, posteriores, con la suficiente fortaleza como para asentarse de manera permanente.




20Durante el gobierno de Túpac Inca Yupanqui y Huayna Cápac, poblaciones foráneas de mitimaes fueron trasladadas al país de los cañaris. En consecuencia, se ha detectado la presencia de caciques cuyos nombres muestran una etimología de origen quechua, aymara, araucana, mochica, chimú, uru y chincha, así como chiriguana.30 El cronista indígena Juan de Santa Cruz Pachacuti afirma que, llegando al Cañar, Guayna Cápac




manda traer agua de un río horadando al cerro y hace una ciudad y en ella éntrala [el agua] así que caracoleda de esta manera [signo]. Y otra mitad de gente se ocupa en edificios de casas de Coricancha, cosa temerario.31


21Esas construcciones indicarían, por un lado, una mejora en la infraestructura productiva y, por otro, la simbolización y sacralización de la presencia estatal. Simultáneamente, grupos de cañaris fueron apartados de su territorio: algunos fueron enviados a las guerras como soldados del ejército imperial, mientras que otros fueron constreñidos a trabajar en la colosal modificación del valle de Yucay, en el Cuzco.
22A la muerte de Huayna Cápac, los cañaris, de quienes se dice que eran “lanceros” y guardia personal de Huáscar, tomaron partido por la facción de este Inca cuzqueño.32 La decisión cañari desató la furia de los oficiales de Atahualpa, quienes en represalia asesinaron cruelmente a poblaciones enteras y destruyeron la sede estatal incaica de Tumipampa. Debió ser tan grande la matanza que el notorio descenso de la población de los cañaris se ha atribuido principalmente a este hecho.33 Cieza relata que el conquistador Sebastián de Benalcázar se enteró de la buena disposición de los cañaris hacia los españoles y llegó a un acuerdo con ellos, prometiéndoles tenerlos por amigos y dar castigo a sus enemigos. Los cañaris mantuvieron esta alianza con los españoles, a pesar de haber sido molestados y habérseles hecho “lo que suelen hazer en todos los demás”.34
23No debe sorprender, entonces, encontrar mensajeros cañaris en Tumbes —entre los que había un cacique—, iniciando el acercamiento político con los forasteros recién desembarcados, de quienes los norteños ya habían tenido noticia en el viaje anterior de los conquistadores.35 Esta actitud, en definitiva, tendría gran importancia en la conquista española del extremo septentrional del Tahuantinsuyo.
24La razón principal por la que Atahualpa se encontraba en Cajamarca cuando llegaron los españoles, era que, de haberse alejado de la zona y de haber enrumbado al Cuzco, se habría expuesto a un ataque de los quiteños y otros pueblos del norte del Tahuantinsuyo. Dice al respecto Cieza que porque los de Tomebanba y muchos de los comarcanos a Quito y a otras tierras de los Chachapoyas, Guancachupachos, Ingas36 de los llanos, se mostravan amigos de temor e no de amor, los quales tenían gran fe con Guascar e como le viesen çerca del Cuzco [a Atabalipa] todos se juntarían y darían en él por las espaldas, con que se vería en travajo de muerte e de perdición.37
25Un interesante documento consultado por Udo Oberem, con testimonios de ancianos indígenas, permite afirmar que el cacique cañari don Diego Vilchumlay y su gente marcharon con Pizarro a Cajamarca y presenciaron ahí la captura del Inca Atahualpa, para luego participar en el avance español sobre la provincia de Quito a cargo de Benalcázar.38 Sin embargo, la definición partidaria no era homogénea en Quito, ya que si bien los cañaris apoyaban a Huáscar, la tendencia general en la región era favorable a Atahualpa. Cieza agrega que, luego de muerto Atahualpa, “quedó todo el Perú rebuelto, porque muchos [indígenas] que estavan mal con Atabalipa se holgaron con su muerte”.39
26El testimonio del cronista Pedro Sancho, partícipe de los hechos de Cajamarca, induce a pensar que luego del ajusticiamiento de Atahualpa los españoles tuvieron la convicción de que la seguridad de Quito peligraba a causa del espontáneo alzamiento de los indígenas, y por ello Pizarro se apresuró a nombrar al sucesor del Inca. Dice el cronista que hízolo tan presto para que los señores y caciques no se fueran a sus tierras, que eran de diversas provincias y muy lejos unas de otras, y para que los naturales no se juntaran a los de Quito, sino que tuvieran un señor separado al que habían de reverenciar y obedecer y no se abanderizaran.40
27Así como los cañaris se habían diferenciado del resto de los quiteños al aliarse con Huáscar desde antes de la guerra de sucesión incaica, algo similar ocurriría cuando este reacio grupo indígena se uniese a los conquistadores españoles, en contra de la corriente que predominaba en la región quiteña. Por un lado se tenía a la mayoría de quiteños, que pretendió alzarse en apoyo de Manco Inca.41 Por otro, a los cañaris que se habían aliado con los españoles. Aquí considero relevante repetir la apreciación de Frank Salomon, quien afirma que la guerra de las tropas imperiales incaicas contra España pronto degeneró en una guerra contra los aborígenes aliados a España. Un veterano español recordaba pocos años después de los hechos que “Quizquiz, capitán de Atabalipa... dava mucha guerra en la dicha tierra [de los alrededores de Quito] matando a los naturales que abían venido de paz a [los] españoles”.42
28Avanzada la conquista, en el cerco indígena de Lima Diego de Sandoval, encomendero de los cañaris, marchó con sus guerreros indígenas al socorro de la capital, encontrándose entre los guerreros el mencionado cacique don Diego Vilchumlay. Un testimonio asegura que el encomendero “púsose en camino con ellos, y prosiguiéndolo, sabido por los indios cercadores [que] venían los cañares contra ellos, alzaron el cerco”.43 En este caso, al igual que en muchos otros en que los indígenas o sus encomenderos buscaban mercedes reales, el efecto de la presencia de los cañaris fue exagerado, al aparecer como los únicos protagonistas que habían defendido a los españoles. En realidad, numerosos casos individuales mencionados a lo largo de este capítulo muestran que fueron muchos los grupos indígenas que apoyaron a los españoles.


29El 15 de junio de 1540, Francisco Pizarro, con acuerdo del obispo Valverde, otorgó la encomienda de los cañaris a su hermano Gonzalo, debido a que los cañaris eran,




gente belicosa, e amigos despañoles, e que sienpre... les han ayudado e servido como leales vasallos de Su Magestad, y es bien que vos, el dicho capitán Gonzalo Pizarro, como gobernador de las dichas provincias los tengays en vuestra cabeza y encomienda... [para que] biban más contentos, y vos podays servir a Su Magestad en la guerra con su ayuda.44
30A causa de los desplazamientos migratorios prehispánicos y coloniales, los cañaris se establecieron en diversos lugares del Perú, especialmente en Cajamarca, Trujillo, Huánuco, Lima, Ayacucho, Cuzco y Jauja.45 Aquellos que llegaron a Lima durante la invasión española se apropiaron de algunas tierras del curaca Guachinamo. Posteriormente, don Gonzalo Taulichusco, sucesor en el curacazgo, entabló acción judicial ante la Audiencia de Lima para que le devolviesen esas tierras. Documentos únicos, aunque desafortunadamente muy deteriorados y de difícil lectura, permiten afirmar que Francisco de la Torre representó a Santiago Chincomasa y a los otros cañaris que, según su declaración, habían sido yanaconas de Francisco Pizarro.46
31Don Gonzalo, con apoyo de Jerónimo de Silva y Nicolás de Ribera, en su condición de autoridades edilicias, había conseguido que “se quiten sus lampas” a los cañaris, impidiéndoles así el uso de las chacras en conflicto. Los yanaconas cañaris aseguraron que éstas les habían sido entregadas por Pizarro y el cabildo de la ciudad “por los muchos y grandes servicios que hezimos a Vuestra Alteza… e que mediante nuestra ayuda y [roto] el dicho marqués pazificó y conquistó este dicho reyno”.47 Don Gonzalo se opuso, debido a que la chacra de Chuntay, objeto del litigio, era de su propiedad “desde el tiempo de los Incas”, y que los limas las necesitaban porque les habían tomado muchas otras para edificar la ciudad y dar huertas a los españoles, “y las que les que-[roto: dan] son sin provecho”. Pero a continuación don Gonzalo planteó un asunto de especial interés para comprender las relaciones entre el grupo indígena foráneo y el nativo. El curaca preguntó:
Yten, sy saben que los dichos yndios cañares que [roto: al pre-] sente pretenden la dicha chacara Chuntay nun-[roto: ca han] tenido ni poseído como cosa suya ni nunca ha si-[roto: do] y si algún tiempo han estado en ella ha sido con conse- [roto: ntimiento] del dicho don Gonzalo y aviéndosela prestado [roto] y por que le servían y tributaban y no [roto] de los dichos indios.48
32Don Gonzalo insistió que los encausados no habían sido yanaconas de Pizarro, y los que sí lo habían sido ya estaban todos muertos; éstos eran “yndios bagamundos que se han recogido y allegado a la dicha chácara por no travajar ny tributar a nadie, debaxo de dezir que heran yanaconas de [roto] dicho marqués”.49 La sentencia de los alcaldes favoreció a los cañaris, y ésta fue luego confirmada por la audiencia.50
33Los cañaris participaron en diversas operaciones durante las guerras de conquista. Según el cronista Diego de Trujillo, Francisco Chilche se habría aproximado a Pizarro para ofrecer sus servicios, diciendo: “Yo vengo a servir y no negaré a los cristianos hasta que muera”. Chilche acompañó a Pizarro al Cuzco, donde “se pusieron en favor de los cristianos los indios cañares y chachapoyas, que serían hasta cincuenta indios, los unos y los otros, con Chilche”.51 Pizarro nombró a Chilche curaca de Yucay, poniendo a un aliado extranjero sobre la autoridad de los propios orejones del Cuzco. En poco tiempo el cañari se había apropiado de gran parte de las tierras del valle sagrado de los Incas y disponía de fuerza de trabajo suficiente para hacerlo producir.52
34Además de las funciones conocidas de guardas de ciertas autoridades reales, los cañaris ocuparon oficios vinculados al ejercicio cotidiano del poder. Así, encontramos a un intérprete indígena llamado Diego de Cañar actuando en una información requerida para un proceso judicial entablado entre encomenderos españoles, en el lugar de Curacullu de la provincia de Huaylas, en el año de 1557.53 A mediados del siglo xvi, sin embargo, las autoridades coloniales iniciaron el proceso por el cual Chilche perdería las tierras en favor de los nuevos propietarios españoles.54
35A pesar del indudable apoyo prestado a los conquistadores y de su privilegiada posición inicial, en breve la mayoría de los grupos cañaris habían sido despojados de sus prerrogativas y eran tratados como cualquier otro grupo indígena.55 Sin embargo, es importante recalcar la habilidad que tuvo este pueblo para mantenerse aliado con la dirigencia de los invasores, en una época de enfrentamientos entre españoles. Así, los cañaris estuvieron de parte de Pizarro, García de Castro, Alonso de Alvarado, Gasca o Toledo,56 cuando convino a sus intereses y emulando el juego político cotidiano de la mayoría de los españoles.
LOS HUAYLAS, PAULLU INCA Y DOÑA INÉS57
36La relación más íntima que tuvo Francisco Pizarro con un pueblo indígena se dio, sin lugar a dudas, con los pobladores de Huaylas, región ubicada en la sierra norcentral del Perú.58 Esto se debió en parte al vínculo que mantuvo el conquistador con doña Inés, quien era natural de esa zona, pero también debieron entrar en juego otros factores que hicieron apetecible esta provincia para tomarla en encomienda y, a diferencia de muchas otras, mantenerla hasta el fin de sus días. Huaylas era una zona de grandes riquezas naturales, favorecida por el acceso rápido a diferentes pisos ecológicos. Las condiciones para la agricultura y ganadería de productos nativos eran excepcionales, y lo mismo sucedió al trasladar ahí plantas y ganados europeos. Tampoco faltaron minas de oro y plata que eran explotadas por los indígenas en tiempos prehispánicos y que despertaron gran entusiasmo durante la colonia.59 Al igual que otros pueblos sometidos por los incas, los huaylas decidieron apoyar a los conquistadores al poco tiempo de iniciada la invasión del Perú. Más aún, Paullu, quien prestó valiosos servicios a los españoles y fue nombrado Inca en remplazo del rebelde Manco, era hijo de Huayna Cápac y Añas Colque, una mujer de la élite de los huaylas.
37La llamada provincia de Huaylas (Guaylas en la documentación colonial), se encuentra inscrita en el Callejón de Huaylas, un hermoso valle interandino delimitado por la Cordillera Blanca y la Cordillera Negra, dos ramales de los Andes Centrales que corren paralelos, entre la desértica franja costera y la Amazonía. De sur a norte fluye el río Santa, que súbitamente cambia de orientación y gira hacia el oeste al llegar al extremo septentrional del Callejón, punto estratégico en el que se encuentra el sitio arqueológico de Atun Huaylas, posiblemente un centro administrativo incaico (ver ilustración 3).60
38Cuando llegaron los españoles, la provincia estaba dividida políticamente en dos mitades: Ruringuaylas (o Luringuaylas), al extremo sur, y Ananguaylas al extremo norte.61 Cada una de estas mitades estaba, a su vez, subdividida en seis guarangas, cuyo modelo ideal era abarcar a mil tributarios en cada una. La evidencia sugiere que, además del uso administrativo, esta división tenía también una significación social, económica y ecológica —tanto antes de la conquista, como en las primeras décadas que le siguieron—, que respondía a la abrupta geografía de la región.62
La encomienda de Ruringuaylas y el Inca Paullu
39Añas Colque era una mujer “principal”, es decir, perteneciente a la élite regional de Ruringuaylas.63 Como resultado del vínculo que sostuvo con el Inca Huayna Cápac nació su hijo Paullu, también llamado ocasionalmente Paulo o don Pablo y, luego de convertido al cristianismo, Cristóbal (ver ilustración 4). Cuando Manco Inca huyó a Vilcabamba y declaró su rebeldía contra los españoles, Almagro designó Inca a Paullu, quien se convirtió en gobernante “títere” y desempeñó un importante papel en apoyo de sus captores.
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Ilustración 3. Mapa de Huaylas
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Ilustración 4. Genealogía de los huaylas
40En 1556 se realizó una reveladora información en Lima resultante de las aspiraciones de Francisco de Ampuero sobre el repartimiento de Luringuaylas.64 Según la declaración de don Antonio Poma, curaca del vecino repartimiento de Ananguaylas, el Inca Huayna Cápac, dio a la madre de don Pablo, su hijo, que era natural de la dicha provincia de Guaylas, otros seis mil indios en el repartimiento que agora tiene Aliaga, e licenciado Torres, e Barba e Hernando de Torres, menor, e que asimesmo oyó decir cómo las dichas mujeres de Guayna Cápac habían tenido e poseído los dichos repartimientos e indios que el dicho Inga les señaló, no sabe qué tiempo porque este testigo no lo vio, más de haber oído a sus padres.65
41La situación de la madre de Paullu parece haber sido similar a la de Contarguacho, madre de doña Inés, que se detalla más adelante, en cuanto a su vínculo con Huayna Cápac y la gracia concedida sobre los recursos procedentes de una mitad de la provincia, aunque lamentablemente no se dispone de mayor información al respecto.
42Francisco Pizarro otorgó la encomienda de Ruringuaylas a Sebastián de Torres y Gerónimo de Aliaga, en conjunto, según provisión fechada en Jauja el 11 de agosto de 1534. Una información efectuada en el año 1557 entre los curacas, con motivo de un pleito entre los encomenderos que sucedieron a Torres y Aliaga, permite rescatar una única noticia referente a esta región.66 Torres y Aliaga eran “compañeros” en diversas empresas desde antes de la conquista del Perú.67 Aliaga declaró en Lima, el 23 de mayo de 1544, que “este testigo conosció al dicho Sebastián de Torres y fue amigo e conpañero suyo en los yndios que tuvieron encomendados en nonbre de Su Magestad”.68 Sin embargo, en algún momento que no puede precisarse pero que debió ser al tiempo de la concesión o poco después, los socios encomenderos debieron dividir sus tributarios, siguiendo la demarcación indígena de las guarangas.69
43Torres debió pensar en dejar temporalmente el Perú, debido a que en 1536 la reina lo autorizó a mantener su encomienda de indios en el Perú mientras durase su viaje a España, adonde iría a “casarse y recoger a su mujer” para llevarla al Perú.70 En 1537 Torres pidió la confirmación real de los indios que le había otorgado Pizarro en repartimiento, así como un escudo de armas.71 En la “Información” que acompañó, rubricada en Lima por Francisco Pizarro, declaró que había llegado al Perú, procedente de Nicaragua en la expedición de Benalcázar, a socorrer a Pizarro. Había estado en la captura del Inca en Cajamarca y luego integró un grupo que permaneció en Jauja, donde fue atacado por las tropas incaicas al mando de Quizquiz. Torres aseguró que doña Francisca Ximénez, su mujer, había sido la primera mujer “honrada y casada” que llegó a Jauja; con ella y sus hijos mantenía una casa en Lima al momento de efectuar la declaración.72 Hacia fines del mismo año, la reina firmó otra cédula por la que pedía a Pizarro que favoreciese a algunos conquistadores, entre los que se encontraba Torres.73
44Un curaca afirmó haber estado en Jauja al momento de la concesión de la encomienda, habiendo sido uno de los “que así repartió” Pizarro, mientras que los demás conocían los hechos por relatos de parientes cercanos o conocidos, y parecían tener la memoria muy fresca sobre los asuntos del interrogatorio. En teoría, la guaranga debía congregar a mil varones tributarios, pero la declaración de un testigo permite aclarar que, en la práctica, “en tiempos del ynga” las cifras eran bastante más reducidas, según se ha registrado en el cuadro l.74
45Es frecuente apuntar que en época tan temprana los españoles aún no tenían un conocimiento cabal de la región afectada ni de los recursos disponibles. En apoyo de esta opinión puede citarse que en las declaraciones de los caciques se insiste que algunos españoles equivocadamente llamaban Paribina al cacique Pariona, mientras que otros lo nombraban Oychuana, que era el lugar de su residencia y no su nombre.75 Sin embargo, considero que es importante destacar en este caso que los colonizadores sí lograron identificar, aunque a grandes rasgos, las unidades económicas que les interesaba repartir, especialmente en términos de tributarios, gracias a las tempranas declaraciones hechas por los curacas huaylinos en Jauja.
46El encomendero Sebastián de Torres tenía fama por sus crueldades contra los indígenas, a quienes sometió a diversos maltratos, como cuando “aperreó” a uno de los curacas, causándole la muerte.76 Los indígenas respondieron también con violencia y asesinaron al encomendero. El relato de un declarante demuestra que en 1557 su recuerdo aún se mantenía vivo, al decir que por mandado del dicho Sebastián de Torres hazían malos tratamientos a los dichos indios y los azotaban e breaban y aorcaban un negro y los yanaconas del dicho Sebastián de Torres... por que no le davan muncha plata por que en aquella sazón no estava tasado lo que avían de dar los dichos yndios... y por estos malos tratamientos que les hazía le mataron los dichos indios al dicho Sebastián de Torres.77

Cuadro 1. Repartimientos y guarangas de Ruringuaylas, 1534
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Fuente: AGI, Justicia 405-A, n. 1, r. 2, ff. 186-198.
Notas
1. Las fuentes designan a cada repartimiento como una "provincia" al igual que cuando se refieren a Huaylas en su totalidad.
2. También se nombra a este curaca Marca y Paribina.
3. "La Collana que se dice Marca" se ubica en la jurisdicción del repartimiento de Guaraz, pero los testigos indígenas la tratan de una manera especial por motivos que se desconocen.
4. También llamado Vilcacochache.
5. También llamado Guayna Collas.

47Cabe notar que tanto los esclavos negros como los yanaconas habían asumido una actitud al servicio de los españoles, al igual que los mestizos en otras ocasiones, enfrentándose a los indios del común. En cuanto al atentado contra la vida del encomendero, Pariona debió ser tenido por responsable, ya que se le castigó con la muerte.78 La situación de intranquilidad despertó temor entre los españoles de la colonia, especialmente porque la reacción indígena se convirtió en un levantamiento en Huaraz, Huaylas y la vecina provincia de Conchucos. Pizarro envió una expedición de represalia al mando del capitán Francisco de Chávez “a hazer la conquista e pacificación de las provincias... do los naturales estaban alzados”. El capitán Diego de Roxas, que integró la expedición, aseguró que había estado en ella “siete meses, hasta que los naturales quedaron pacíficos”.79 La represión española fue feroz y ejemplar, y la noticia trascendió las fronteras de la gobernación de Pizarro. Así, fray Tomás de San Martín, correligionario e informante de Bartolomé de las Casas, recordaba este espisodio tres lustros después en una carta que dirigió desde el Perú al Consejo de Indias.80
48Resulta interesante detenerse a examinar la trayectoria de Paullu, el Inca colonial. Como se vio líneas antes, era hijo de Huayna Cápac y Añas Colque, y por lo tanto hermano paterno de Manco Inca, a quien apoyó en los inicios y representó temporalmente cuando el Inca se ausentó del Cuzco para acompañar a Francisco Pizarro y luego a Hernando de Soto, en sus desplazamientos de 1534.81
49A su regreso al Cuzco, Manco Inca envió a Paullu y Villac Umu al mando de las tropas incaicas en la jornada a Chile organizada por Almagro y que partió del Cuzco en julio de 1535. El solo hecho de equiparar a Paullu con el poderoso Villac Umu sugería que el hijo de la noble huaylina había llegado a una de las más altas jerarquías incaicas. Esta condición parece haber sido la norma antes de la conquista. Respecto a la descendencia del Inca habida con mujeres que no fuesen la Coya dice Cieza: A los hijos que los señores avían en estas mugeres, después que eran honbres mandávanles prove[e]r de canpos y eredades, que ellos llaman “chácaras”, y que de los depósitos ordinarios les diesen ropas y otras cosas para su proveymiento, porque no querían dar señorío a estos tales, porque en aviendo alguna turbación en el reyno no quisiesen yntentar de quedarse con él con la presunción de ser hijo del rey.
Y así ninguno tuvo mando sobre provincia, aunque, quando salían a las guerras y conquistas, muchos dellos eran capitanes y preferidos a los que yvan en los reales; y el señor natural que ere-dava el reyno los faborescía, puesto que si ordían algúnd levantamiento eran castigados cruelísimamente; y ninguno dellos ha-blava con el rey, aunque más su hermano fuese, que primero no pusiese en su servir carga liviana y fuese descalzo como todos los demás del reyno a le hablar.82
50Por otro lado, a pesar de las repetidas sospechas, a Paullu nunca se le pudo demostrar traición a los españoles.
51En julio de 1537, mientras el Cuzco estuvo bajo el control de Almagro, éste organizó una ceremonia por la cual, en ausencia del Inca huido, despojó a Manco de la borla imperial, imponiéndosela a Paullu. La participación política de un hijo del Inca que procediese de un matrimonio que no fuese el principal, es decir con la Coya, no era permitido para los cuzqueños, y por la descripción de Cieza, referida líneas antes, parece haber sido una situación temida por los gobernantes del imperio. Paullu, el nuevo Inca, obtuvo de inmediato la obediencia de los indígenas, especialmente de aquellos que favorecían a los almagristas, apoyando a Almagro contra los Pizarro y proporcionándole guerreros e información sobre los movimientos del enemigo. Luego, en la batalla de las Salinas, que Almagro perdió contra los Pizarro, Paullu actuó a favor de su antiguo aliado apoyándolo con seis mil hombres. Sin embargo, poco después de vencido y muerto Almagro, Paullu no tuvo reparos en pasar al bando pizarrista. Para estas épocas Paullu estaba enemistado con Manco Inca, habiéndose convencido de que los españoles se quedarían en el Perú y, por lo tanto, su mejor opción era estar del lado de ellos.83
52Almagro entregó a Paullu el palacio de Colcampata en el Cuzco, que anteriormente había sido de Huáscar, y Pizarro le concedió el repartimiento de Hatun Cana, con una renta anual de 12,000 pesos. Además, Paullu reclamó el derecho sobre unos indios mitayos en Alca, cerca de Arequipa, que eran de su propiedad personal, así como algunas tierras en lȧ península de Copacabana y otras en el valle de Jaquijaguana. En 1543 Paullu aceptó su conversión al cristianismo, adoptando el nombre de Cristóbal, en reconocimiento de su simpatía hacia el gobernante Vaca de Castro. Lo siguieron numerosos indígenas que habían rehusado la conversión hasta entonces, entre los que destacan, por el vínculo familiar: su esposa, Mama Tocto Ussica, quien se convirtió en doña Catalina; su madre, Añas Colque, se convirtió en doña Juana, y su hermana en doña Beatriz Huaylas.84
53Muerto Paullu, sus funerales siguieron el ritual cristiano lo mismo que el indígena. El cronista fray Bernabé Cobo asegura que, Aunque Paullu-Inca murió cristiano y como tal fue enterrado en la iglesia, con todo eso, los indios le hicieron una estatua pequeña y le pusieron algunas uñas y cabellos que secretamente le quitaron; la cual estatua se halló tan venerada como cualquiera de los otros cuerpos de los reyes Incas.85
54Paullu cumplió también, luego de su muerte, su papel de intermediario entre el poder político incaico, ya subyugado, y el colonial que pugnaba por afianzarse. De acuerdo al testimonio anterior, Paullu fue reconocido como sucesor de los soberanos Incas a pesar de su madre provinciana y un nombramiento evidentemente irregular al trono imperial.
La encomienda de Ananguaylas y dona Inés86
55Doña Inés Huaylas, llamada Quispezira, Quispezisa o Mama Quispe antes de la conquista, era hija del Inca Huayna Cápac y de Contarguacho, mujer noble originaria del lugar de Tocas en Ananguaylas. Raúl Porras calcula que debía tener unos dieciocho años cuando, según el testimonio del veedor Salcedo, el propio Atahualpa se la entregó a Pizarro mientras le decía: “Cata ay mi hermana, hija de mi padre, que la quiero mucho”.87
56Es relativamente poco lo que se sabe de doña Inés —también llamada doña Inés Huaylas Ñusta e Inés Yupanqui—, a pesar de encontrársele mencionada en numerosas crónicas y documentos por haber sido la mujer de Francisco Pizarro y con quien tuvo a sus dos hijos mayores.88 Por un lado, las crónicas escasean en detalles; por el otro, los documentos administrativos y judiciales disponibles difícilmente pueden ser contrastados entre sí debido a que todos ellos tuvieron como finalidad promover los propios intereses de doña Inés o de Francisco de Ampuero —con quien Pizarro la casó luego de terminada su convivencia con ella— y, por lo tanto, resultan muy parcializados. Los principales de estos documentos son: primero, las peticiones de mercedes e informaciones de los años 1538, 1556, 1559 y 1572;89 segundo, una real cédula de 1552 que autoriza la elaboración de una información sobre la encomienda de Huaylas de doña Francisca Pizarro;90 y, tercero, el testamento de Francisco de Ampuero91. Puede agregarse a éstos la carta de poder que otorgó doña Inés a Juan de Samano, secretario real, el 13 de marzo de 1537, para que en su nombre obtuviese la autorización para efectuar su Información de méritos.92 Igualmente, son estas mismas fuentes las que proporcionan los datos sobre la madre de doña Inés, tanto antes de la conquista española como durante ella. Sin embargo, algunos documentos novedosos permiten ampliar esa información y confrontarla con versiones que reflejan intereses distintos a los de doña Inés y Ampuero, como se verá a continuación.
57En 1556, el curaca del repartimiento de Ananguaylas, don Antonio Poma, de treintaicinco años de edad, encomendado a Vasco de Guevara, declaró por medio del intérprete don Martín que no había conocido a Huayna Cápac pero sí a Contarguacho, “porque era su tía, hermana de Pornapacha, su padre deste testigo”. A Contarguacho le oyó decir que con Huayna Cápac había tenido un hijo varón, que murió, y luego tuvieron a doña Inés.93 En cuanto a la tan repetida “propiedad” de Contarguacho sobre la provincia de Huaylas, el mismo curaca aseguró que había oído decir a sus padres que Huayna Cápac le había “dado e repartido… y señalado en el dicho repartimiento de Guaylas seis guarangas que eran seis mil indios que son el repartimiento que era de doña Francisca Pizarro”.94
58Don Diego Cinchi, cacique principal del repartimiento de Huaraz (Guarás según la grafía antigua), en Ruringuaylas, encomendado a Ruy Barba,95 dio un testimonio valioso en cuanto a la información novedosa que proporcionó. Luego de manifestar que su padre, llamado Cinchi Caqui, había sido cacique principal del mismo repartimiento de Huaraz aclaró que oyó decir a los dichos sus antepasados cómo el ganado de ovejas de la tierra que en el dicho repartimiento de Guaylas había del dicho Guayna Capa, e a él le daban, así del dicho ganado como coca, ají, maíz y otras cosas que el dicho Inga tenía señalado para sí, mandó a los dichos caciques principales e indios de la dicha provincia que todo aquello, y aun lo que fuese suyo dello, se lo diesen e acudiesen con ello a la dicha Contarguacho su mujer…, pero que en cuanto si le dio la dicha provincia e repartimiento de Guaylas por suya o no, que n0 lo sabe ni tal ha oído decir.96
59Se desprendería de lo anterior que la merced que Contarguacho había recibido del Inca era, únicamente, el producto de los rebaños y tierras pertenecientes al Inca Huayna Cápac en la jurisdicción de Ananguaylas y no toda la producción o tributo, menos aún señorío de la provincia.
60El testigo Pedro de Alconchel relató que había estado en Huaylas y se había interesado en averiguar algunos pormenores. Dijo el conquistador que había estado en el pueblo de Hatun Guaylas, e oyó dezir como la dicha provincia era de la madre de la dicha doña Ynés, y este testigo preguntó que cómo era suya la dicha provincia siendo muger, y los dichos yndios respondieron a este testigo que porque abía sido muger de Guaynacapa e avía tenido en ella a la dicha doña Ynés por su hija.97
61Insatisfecho, Alconchel inquirió a sus informantes por qué Contarguacho tenía tanta gente, a lo que le respondieron “que el dicho Guaynacapa se lo avía dado todo e más que no parecían, que eran trecientas mugeres e muchos yanaconas para su servicio”,98
62Otro testigo, don Pedro Sulca Collas, curaca del repartimiento de Allauca Guaraz, en Ruringuaylas, informó que su padre “se llamaba Guaranca, que solía ser criado del dicho Guayna Cava, e como tal andaba siempre con él acompañando en la guerra y en lo que le mandaban”. Cuando murió Huayna Cápac, Contarguacho regresó del Cuzco a Huaylas con doña Inés, que fue cuando el testigo la conoció, siendo pequeño. El testigo agregó que Contarguacho era natural de la provincia de Huaylas, del pueblo de Tocas, y finalizó, con un aire didáctico, anotando que “su padre della era cacique principal de la dicha provincia, e que por tal hija de tal cacique el dicho Guayna Cava la tomó por mujer”.99 Puede verse aquí con nitidez la intención política de la alianza del Inca con el señor de Huaylas, que luego es transformada al ser empleada como justificación de méritos dentro del ordenamiento jurídico europeo. Así, según el petitorio del mestizo Martín de Ampuero, su abuela Contarguacho tenía el repartimiento “como vienes dotales... del tiempo de su infidelidad”, debido a que el Inca Huayna Cápac había sido “casado a su modo” con ella. Aquí puede agregarse una fuente a todas aquellas usadas tradicionalmente sobre este tema, y que las resume. Es la consulta elevada al rey por el Consejo de Indias para su opinión antes de emitir la sentencia final (ver anexo 2).100
63Pizarro debió encomendar el repartimiento de Ananguaylas a su hija doña Francisca, quien, en palabras del mencionado don Antonio Poma, “como tal repartimiento lo tovo e poseyó con las seis guarangas enteras, como e de la manera que este testigo oyó decir a sus padres que lo había tenido la dicha Contarguacho”.101 El mencionado don Pedro Sulca Collas afirmó haber oído decir a don Cristóbal Carima, curaca principal del repartimiento de Ananguaylas, lo siguiente:
Agora somos todos de su hija de doña Ynés Yupangue, doña Francisca, e hija del dicho marqués, que es apo que quiere decir ‘señor desta tierra’ e a ella le habemos de obedecer e acudir con los tributos.102
64A pesar de los nuevos datos obtenidos sobre las características de la merced de Contarguacho en Huaylas, es lamentable que la información disponible aún no permita realizar una aproximación hacia el interior estructural de Ananguaylas, como la elaborada previamente para Ruringuaylas.
65Resulta difícil establecer las características del vínculo que relacionó políticamente a Pizarro con Contarguacho. Waldemar Espinoza opina que estas alianzas lograron “suavizar el descontento de la nobleza del reino de Huaylla frente a los cusqueños, a quienes veían como a invasores e imperialistas”. Franklin Pease, por su parte, ha propuesto que “el matrimonio del Inka con hijas o hermanas de los curacas era justamente un canal para establecer relaciones de reciprocidad entre aquél y los señores étnicos”. El mismo autor se cuestiona, acertadamente, por qué se mantuvo la situación de privilegio de Contarguacho una vez caído el Tahuantinsuyo, si los huaylas eran enemigos del Cuzco (y por ende debían serlo de esta mujer que representaba el poderío imperial en su medio).103 Quizá pueda buscarse la respuesta en el hecho de que los huaylas, así como muchos indígenas peruanos, actuaron con iniciativa propia frente al conquistador y no como sujetos pasivos. Por lo tanto, no debiera extrañar que el acercamiento de Contarguacho a Pizarro —al brindar hospedaje a los españoles en Huaylas, o por medio de su hija—, hubiese tenido una voluntad política en previsión del peligro que se avecinaba.
El cerco de Lima en 1536
66José Antonio del Busto se planteó tiempo atrás dos preguntas que aún mantienen vigencia: la fecha del cerco de Lima y la causa de la retirada.104 Si nos ceñimos a la información de las fuentes, los mismos documentos citados anteriormente afirman que fue Contarguacho quien informó a Pizarro de la sublevación indígena de Manco Inca en 1536. Más aún, estas fuentes aseguran que el sitio impuesto por la resistencia imperial incaica sobre Lima se levantó a causa de los diez mil indígenas que envió Contarguacho desde Huaylas.105 En este caso no se dispone de nueva documentación que amplíe el panorama, pero debe tenerse en cuenta tanto la naturaleza y finalidad de los documentos citados como afirmaciones semejantes hechas por otras etnías. No son pocos los expedientes promovidos por los propios interesados, como en este caso, en los que se presentan a sí mismos como los únicos protagonistas de un acontecimiento que en realidad tuvo muchos. Por otro lado, no deja de llamar la atención una explicación generalizada, antigua y moderna, según la cual se atribuía la retirada indígena del sitio de Lima a la muerte del general Quiso, quien estaba al mando de las tropas incaicas.106 Una explicación complementaria es que el terreno llano de la capital favorecía el desplazamiento de la caballería española, dejando a los indígenas en desventaja,107 además del hecho de estar luchando fuera de su propio territorio y a merced de los despreciados costeños y numerosas etnías enemigas. Por último, resulta curioso el hecho de que, a pesar de tener la ciudad cercada, no se hubiese dado ningún enfrentamiento de importancia.108 En definitiva, no cabe duda alguna de que los indígenas de Huaylas —y, de ellos, especialmente los de Ananguaylas—, apoyaron a los españoles contra las fuerzas incaicas en la arremetida de 1536, pero no de manera exclusiva sino en conjunto con los cañaris, huancas y muchos otros grupos más, impidiendo que el cerco de Lima durase más de ocho días y ayudando a mantener el dominio español en el Perú.
67El fin del sitio de la capital y del alzamiento indígena coincidió con la ruptura entre Pizarro y doña Inés. E


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