Todo empezó porque quise comprarme una máquina de afeitar o, mejor dicho, porque asistí a una Feria Internacional de Muestras. En el departamento de electrónica exhibían un Analizador, y, embobado en la contemplación de la larga lengua blanca que salía de la boquita del monstruo, no advertí que alguien dejaba en mi mano un prospecto de propaganda. La misma firma que exhibía el analizador