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Cornelia

   

Cornelia se subió feliz y emocionada al
Toffee y emprendió la que sería su primera visita a la casa familiar en Kärnten. Antes, como solía hacer habitualmente, llamó por teléfono y se puso la "cojuda" de su prima Trudi ―que a veces no era tan cojuda―, pero en esta ocasión demostró su bien ganada fama.

―Ya salí ―dijo Cornelia.
―¡Ay, qué bien! ―contestó Trudi.
―¿Cómo está el día por allí? ―pregunta lógica, porque en Viena había comenzado a nevar y estaba preocupada.
―¡Liiiiindo! Con sol…, y la nieve caída anteriormente está preciosa.
Cornelia se alegró ante la perspectiva de poder ver el sol, después de tres semanas.
―Será motivo para dar una vuelta en cuanto llegue ―contestó, ilusionada.
―Ya veremos, pues… ―fue la respuesta que obtuvo.
A Cornelia eso de “ya veremos” le sonaba, pero en fin, no pensó en nada malo.
―¿Me llamas Media Hora antes de llegar y ya vemos cómo lo hacemos? ―prosiguió Trudi.
En efecto, cuando faltaba esa media hora, el reloj daba las tres y veinte, el tiempo suficiente para aprovechar la tarde hasta las cinco, hora en la que oscurecía. Y Cornelia volvió a llamar.
―Que en media hora llego ―confirmó.
―¡Ay! A las cuatro y media tengo que empezar a guardar los conejos… ―contestó la muy imbécil.
Cornelia odiaba a los “conejos de mierda”, esos animales inútiles, pobrecitos, aunque no tenían la culpa de ser conejos; que animales más inservibles, salvo para el horno, y en su caso ni para eso “porque a ella no le gustaba el conejo”. Brigitte, que hacía un paté de hígado de pollo regio, con su lomo de conejo al medio, ya había constatado que Cornelia solo rebañaba los alrededores.
Bueno, al final, que es lo que importa, Trudi prefirió guardar sus conejos que dar un paseo con su prima recién llegada. ¡Cornelia tuvo que aguantarse para no morder el volante del “Toffee” de pura ira!
Esa fue la primera...
―Y entonces, ¿qué? ―preguntó Cornelia, y esperó un rato la posibilidad de una respuesta, pero nada, ninguna reacción.
Nada por parte de la desempleada “prima que ni el burro se la cacha por idiota”, y nada por parte de la tía jubilada, a pesar de disponer ambas de un huevo de tiempo, que no ofrecieron a Cornelia ni una simple sopa, ni siquiera por compromiso o educación.
Como a ella no le gustaba amargarse y la tarde estaba preciosa, se marchó a dar un paseo por el lago, lástima que no pudo hacer algunas tomas con su cámara por la falta de luz, pero se olvidó del disgusto que le habían dado y así se evitaban futuras úlceras. Después se fué a la feria del pueblo y pidió un buen pescado con mucho ajo y papas sancochadas. Como tenía el estómago un tanto furibundo, por lo acontecido, no hizo buenas migas con el ajo y se sintió indispuesta, pero nada de qué preocuparse. Lo importante es que pudo relajarse y se desquitó a su manera.

© Nora Cárdenas (Foto)


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