Robert Fellow acababa de tomar posesión de su nuevo despacho, hacía días que le habían dado la grata noticia de su ascenso; aquel chaval que entró hacía una década a trabajar en uno de los más prestigiosos bufetes de la City, el primer año como ayudante sin cobrar un duro, mientras terminaba la carrera de derecho en Cambridge; había pasado tras siete años de empleado en Berckeley, Morris