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Roma - Nikolái Gógol



"(...) ¡Ni con la palabra ni con el pincel era posible reproducir la armonía prodigiosa y la combinación de los planos de aquel paisaje!"





Gógol, Nikolai. Roma
Barcelona: Editorial Minúscula, 2001

Roma. Traducció de Selma Ancira
Col·lecció Paisajes Narrados, 4



::: Què en diu la contraportada...
La bellísima Annunziata deslumbra a un joven príncipe romano. Todo parece indicar que se trata del comienzo de una historia de amor, hasta que se cae en la cuenta de que la verdadera protagonista de este relato es la Ciudad Eterna. Cuando en 1842 se publicó por primera vez en la revista Moskvitianin, apareció con el subtítulo «fragmento» debido a lo inconcluso de la trama, pero el tema central está ampliamente desarrollado. Gógol ve a la Roma del siglo XIX como un antídoto contra los valores efímeros de la modernidad. Las sugerentes descripciones y las finísimas observaciones que dan fe de su pasión por esta ciudad alcanzan su apogeo cuando la espléndida vista desde lo alto del Gianicolo lleva al príncipe a olvidarse «de sí mismo, de la belleza de Annunziata, del misterioso destino de su pueblo y de todo lo que hay en el mundo».

::: Com comença...
Intenta mirar un relámpago en el instante mismo en que irrumpe como un torrente de resplandor por entre las nubes negras como el carbón. Así son los ojos de Annunziata de Albano.

::: Moments...
(Pàg. 15)
(...) la naturaleza italiana, amante de los placeres sosegados, no estalló en una rebelión como había hecho la francesa sin penarlo demasiado; todo terminó en un deseo irresistible de ir más allá de los Alpes, a la Europa verdadera. Su eterna vitalidad y esplendor centelleaban a lo lejos de forma muy atractiva. Allá se encontraba lo nuevo, lo opuesto a la decrepitud italiana; allá comenzaba el siglo XIX (...).

(Pàg. 18)
¡Ahí estaba París, eterno cráter de emociones, fuente que salpica chispas de novedad, cultura, moda, gusto refinado y pequeñas pero fuertes leyes a las que no podían sustraerse ni siquiera quienes las censuraban; encrucijada y feria de Europa, grandiosa exposición de todo lo que ha sido producido por la maestría y el arte, y de todo talento nacido en los rincones más recónditos del continente europeo; anhelo y sueño acariciado por todo joven de veinte años!

(Pàg. 25)
Asistía a las clases de todos los profesores célebres. El estilo despierto y con frecuencia arrebatado, los nuevos puntos de vista u los aspectos en los que reparaban aquellos locuaces profesores eran del todo nuevos para el joven italiano. Sentía que poco a poco se le iba cayendo la venda de los ojos y de una manera muy distinta, mucho más vívida, veía surgir frente a sí cuestiones en la que nunca antes había reparado, mientras que las huellas de los conocimientos adquiridos en el pasado, que en la mayor parte de las personas suelen caer, inútiles, en el letargo, se despertaban y, vistas con otros ojos, se grababan para siempre en su memoria.

(Pàg. 27)
¡Qué divertido y agradable resultaba habitar en el corazón de Europa, donde, cuando uno caminaba, sentía que se elevaba cada vez más alto y comenzaba a formar parte de la gran colectividad universal!

(Pàg. 31)
(...) Y vio, por fin, que a pesar de todos sus rasgos brillantes, sus arranques de magnanimidad, sus ímpetus caballerescos, la nación entera era algo pálido, imperfecto, un vodevil ligero que ella misma había engendrado. No contenía ninguna idea sublime y grave. Abundaban las alusiones al pensamiento, pero los verdaderos pensamientos estaban ausentes; abundaban las medias pasiones sin que hubiera pasiones verdaderas; todo estaba inconcluso, todo sólo bosquejado, trazado con mano veloz; la nación entera constituía una espléndida viñeta, mas no el cuadro de un gran artista.

(Pàg. 37)
(...) Y he aquí por fin el Ponte Molle, las puertas de la ciudad y el abrazo de la más hermosa de las plazas, la Piazza del Popolo. Miró al Monte Pincio con sus terrazas, sus escaleras, sus estatuas y la gente que caminaba en la cima. ¡Dios! ¡Cómo palpitaba su corazón!

(Pàg. 47)
(...) el arte enaltece al hombre y confiere nobleza y una finura prodigiosa a los movimientos del alma. Frente al lujo estable y fecundo que rodeaba la hombre de objetos que estimulaban y pulían su alma, ¡qué bajos le parecían los insignificantes adornos actuales, abortados año tras año por la inquieta moda! Qué extraño e inconcebible le resultaba el fruto del siglo XIX ante el que se postraban en silencio los años, un fruto que aniquilaba y destruía todo lo que fuera colosal, grandiosos, sacro.

(Pàg. 54)
Nunca, en ninguna parte, había visto que el campo se encendiera en llamas igual que el cielo. Lleno de inexpresable admiración, permanecía inmóvil frente a aquella vista y se quedaba así, simplemente, sin admirar nada, olvidándolo todo hasta que el sol desaparecía, el horizonte se apagaba a toda velocidad y también se apagaban, en un instante, los campos ennegrecidos.

(Pàg. 55)
Su vida transcurría en la contemplación de la naturaleza, del arte y de la antigüedad.

(Pàg. 61)
(...) a fin de cuentas, la prodigiosa reunión de épocas pasadas y el encanto de su fusión con una naturaleza eternamente floreciente existe para despertar al mundo, para que el habitante del norte, como en un sueño, se imagine de vez en cuando el sur, y para que la visión de ese sueño lo arranque del ambiente de una vida gélida, dedicada a las ocupaciones que endurecen el alma (...).

(Pàg. 65)
(...) era un pueblo en el que estaba vivo el sentido de la propia dignidad: aquí se trataba de il popolo y no de la plebe, y llevaba en su naturaleza los principios heredados directamente de los primeros quirites.

(Pàg. 69)
Las mujeres aquí eran como los edificios en Italia: o palacios o cuchitriles, o beldades o adefesios; no existía el punto medio: no había mujeres bonitas.

(Pàg. 77)
En su imaginación revoloteaban aquella carcajada luminosa y aquella boca abierta que mostraba dos maravillosas hileras de dientes. “Es el brillo de un relámpago y no el de una mujer”, se repetía una y otra vez (...)

(Pàg. 94)
- (...) Oye, Peppe, voy a pedirte un favor.
- ¿Qué desea, eccellenza? –respondió solícito Peppe.
Pero en ese momento el príncipe lanzó una mirada hacia Roma y se interrumpió: frente a él se extendía, en un maravilloso y radiante panorama, la ciudad eterna. Todo el luminoso cúmulo de casas, iglesias y cúpulas estaba intensamente iluminado por el brillo del sol poniente. Por grupos o en solitario, iban apareciendo una tras otra las fachas, los techos, las estatuas, las terrazas y las galerías; por allá aparecía abigarrada y resaltaba entre juegos de luz una masa de campanarios de cimas muy finas y de cúpulas con el ornamento caprichoso de las linternas; más allá despuntaba completo un oscuro palacios; allá se veía la cúpula achatada del Panteón; allá la punta decorada de la columna Antonina, con el capitel y la estatua del apóstol Pablo; un poco más a la derecha se alzaban los remates de los edificios del Capitolio, con sus caballos y sus estatuas; todavía más a la derecha, sobre la resplandeciente multitud de casas y tejados, se elevaba en toda su grandeza, majestuosa y austera, la oscura mole del Coliseo; allá, de nuevo, aparecía una juguetona serie de muros, terrazas y cúpulas, arropada con el brillo deslumbrante del sol. Y sobre toda esa masa reluciente se ennegrecían a lo lejos, con su oscuro verdor, las copas de los pétreos robles de la Villa Ludovisi y de la Villa Medici, y por encima de ellas descollaban en el aire, como un rebaño entero, las copas en forma de cúpula de los pinos romanos, sostenidas sobre sus esbeltos troncos. Después, a lo largo del horizonte, se elevaban y azulaban los montes, transparentes ligeros como el aire, envueltos en una especie de luz fosforescente. ¡Ni con la palabra ni con el pincel era posible reproducir la armonía prodigiosa y la combinación de los planos de aquel paisaje! (...)

::: Què en penso...
Petit gran relat de Nikolái Gógol que, escrit durant la seva estada a Roma que, amb una sensibilitat extrema i amb una habilitat a l’abast de pocs autors, captiva al lector des de l’inici, seduint-lo amb l’emoció i el sentiment que tenyeix tota la narració.

Concebut inicialment com a novel·la, va acabar veient la llum en forma de relat o nouvelle, encara que per alguns, Gógol la va deixar inconclusa. Personalment crec que tot depèn de la lectura que se’n faci.

Així, si es cerca un desenvolupament narratiu tradicional, sí; sens dubte és una obra inacabada. Si pel contrari, i sospito que és que l’autor cercava, el lector es deixa embolcallar pel sentiment estètic que amara l’obra, llavors és una narració rodona, perfecte i imperfectament completa. Ja veieu doncs que estem davant d'un treball literari força disruptiu.

I és que Roma és un relat atípic. No s’emmotlla en els paràmetre narratius estàndards. Ni els personatges ni l’estructura argumental estan del tots definits. El temps va i bé. No té un principi i no té un final. De fet sembla més un arravatament, fruït de la passió que l’autor sent pel que veu –Roma- i la seva necessitat d’expressar-ho posant-ho negre sobre blanc.

Malgrat aquests qüestionaments formals l’obra remou i emociona al lector que vulgui seguir el joc esteticista de Gógol. Així, en molt poques pàgines, el doll de bellesa, nostàlgia, melancolia i sentiment és tant intens que el lector bé podria dir-se víctima del síndrome d’Stendhal.

En tot cas, Roma no és una novel·la. És la crònica d’un amor foll per una ciutat – la città eterna-. Una passió que captiva a l’autor pel seu passat monumental però també pels racons, palaus, paisatges i carrerons que conformen un present majestuós a la vegada que romànticament decadent.

Nikolai Gogol atribueix a Roma una capacitat balsàmica, en contraposició a París que, malgrat ser una ciutat moderna en constant ebullició, acaba sent víctima de la immediatesa.
En canvi Roma és. És, ha estat i serà. Des d'aquest punt de vista, la contundència de la Història no té pal·liatius. Roma sembla existir fora del temps. Fora de la voràgine europea. Just al marge. Just en aquell espai on l’ànima necessita descansar.

Sí, Roma també és un relat amarat per una mena de sentiment espiritual que escomet l’ànima
de l’escriptor (i de retruc la del lector) durant la contemplació de tanta beutat.

Roma és doncs una lectura que, si el lector l’accepta i la comprèn estrictament pel que és - no pel que volia ser- enlluerna amb força i deixa una forta petja.

::: Altres n'han dit...
Memorias de lectura, Cine, literatura y vida, Revista de Letras (Diana Argelich), Letras libres (Martín Casariego).

::: Enllaços:
Nikolai Gógol, l'autor i Roma, la pàtria platònica, context de l'obra, ànima romana.

::: Llegeix-la:
Rus (html, html)


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