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EL EGOISTA

 







En el barrio todos pensaban que Rubén era un egoísta. Podían haberlo calificado de egocéntrico, narcisista o vanidoso, pero no, siempre coincidían en que era un egoísta. Lo que les molestaba de Rubén no eran sus méritos o su ego, lo que les molestaba era su capacidad para dejar mal a los demás.

Si un ciego iba a cruzar la calle, Rubén lo ayudaba y todos se sentían señalados en esta acción, porque el ciego llevaba un cuarto de hora esperando para cruzar sin que Nadie le ayudase, hasta que llegó Rubén.

  • Es un egoísta, lo hace para dejarnos mal. Si nadie ayudase al ciego todos seríamos iguales – decían con justa indignación.

Lo mismo ocurría cuando una vieja Necesitaba Ayuda para subir la compra al quinto sin ascensor o cuando un niño necesitaba que alguien empujase el columpio, por poner dos ejemplos del egocentrismo de Rubén.

Ya en el instituto dio muestras de su peculiar defecto. Cuando jugaban al fútbol en el recreo, él que era el mejor jugador del barrio siempre hacía de capitán y al escoger los miembros del equipo siempre acababa incluyendo a los menos dotados para el fútbol, esos que nadie quería.

  • Es un egoísta, lo hace para destacar sobre nosotros – decían los del equipo contrario, aunque sabían que Rubén destacaba de cualquier manera, porque era mucho mejor que los demás jugando al fútbol.

Si algún compañero de clase necesitaba ayuda en los estudios, a Rubén le tocaba siempre ayudarle porque era el primero de la clase y mientras los demás salían a jugar al terminar las clases, Rubén se quedaba una hora más enseñándole matemáticas al torpe.

  • Lo hace por dejarnos mal. Si alguien no entiende las matemáticas, que suspenda – decían los compañeros mientras jugaban al fútbol, felices en el fondo de que no estuviera Rubén.

Porque todos pensaban que Rubén jugaba bien al fútbol solo para dejarlos mal ante los demás.

Cuando Rubén fue a la Universidad a estudiar Ingeniería Informática y después cuando consiguió un buen trabajo en una multinacional, todos esperaban que se trasladara a vivir a un buen piso en un barrio del centro, pero Rubén siguió viviendo en casa de sus padres, si bien la reformó y mejoró tanto la fachada como el interior. Cuando terminó la reforma hizo una fiesta e invitó a todos los amigos y conocidos. Todos murmuraban contra aquella muestra de egoísmo una vez más, mientras comían y bebían sin parar. Después de la fiesta, Rubén tuvo que encargar una nueva mano de pintura al salón y varias habitaciones, pero no lo tomó a mal ni se lo tuvo en cuenta a nadie.

  • Es pura soberbia, ni siquiera se enfada porque le hayamos manchado las paredes recién pintadas – se lamentaban los amigos.

Un viernes por la noche, uno de los borrachos del barrio al que todos conocían por el nombre de Pepe, aunque nadie sabía mucho de su vida ni de su posible familia, al salir del bar de la plaza tropezó y cayó, golpeándose la cabeza contra la acera. Sucio y borracho, quedó tirado en medio de la calle y empezó a sangrar profusamente.

A esa hora la calle estaba llena de gente y todos buscaron de forma instintiva a Rubén, porque estaba claro que el borracho necesitaba ayuda. Justo en ese momento salía del bar de tomarse una cerveza con los amigos como tenía por costumbre los viernes por la noche y al ver a Pepe en el suelo, su primer impulso fue ir a ayudarlo, hasta que vio la sangre manando de la sien derecha.

Rubén no soportaba la sangre, no podía ver a nadie sangrando ni siquiera era capaz de verse a si mismo sangrar por alguna herida casual, se empezaba a marear y llegaba a perder el conocimiento.

Así que nada más ver a Pepe empezó a nublársele la vista, dio media vuelta y mareado se dirigió hacia su casa, pensando en que los que quedaban en la calle se encargaría de llamar a una ambulancia.

  • Míralo, además de egoísta, ahora descubrimos que no le importan los demás – dijo un transeúnte al verlo marcharse.

  • Estos son todos iguales, mucho ir de buenos pero te dejan tirado a la mínima.

  • Claro y si Pepe se muere, la culpa será suya por no ayudarle – dijo un tercero.

  • Os apuesto lo que queráis a que no viene nadie a ayudar a Pepe por lo menos en una hora.

  • Que va, seguro que en media hora aparece la policía o una ambulancia. No ves que tienen cámaras por todos los sitios.

  • Apuéstate algo – dijo otro que llegaba en aquel momento

  • Venga, veinte euros a que tardan más de media hora – dijo el de antes, poniéndose delante del herido.

  • Acepto. Pero no vale ponerse delante para que no lo vean las cámaras.

Y así empezaron a cruzarse apuestas, según la opinión de cada uno y se sentaron en la terraza del bar a tomar una cerveza mientras miraban los minutos que transcurrían desde el accidente.

Mientras tanto, Pepe se desangraba en la calle y Rubén se había desmayado y estaba tirado en una esquina, ya que no había podido llegar a casa. Ninguno de los peatones que pasaban intentó ayudarlo.

Era viernes por la noche y todos querían divertirse un rato.









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