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LA PAJILLERA





 Cristina estaba decidida a marcharse del pueblo donde había nacido en busca de una vida mejor en la ciudad. Con una maleta en la mano, se despidió de su familia y emprendió viaje.

Sabía que lo que la esperaba no era fácil, pero era su única oportunidad de emprender una vida nueva. Al llegar a la ciudad, Cristina encontró empleo como criada en casa de un rico industrial llamado Borja María Rodríguez de la Esperanza, un rico industrial casado y con cuatro hijos, porque el grupo religioso al que pertenecía le obligaba a que solo mantuviera relaciones con su esposa para procrear.

Pero pronto descubrió que el trabajo no era fácil: Borja María era un hombre lascivo, que buscaba fuera del matrimonio lo que la esposa no le daba y empezó a acosar a Cristina constantemente.

- Cristina, por favor, tráeme un refresco al despacho.

Y cuando ella le llevaba lo pedido, el trataba de tocarla y manosearla. Solo se frenaba cuando Cristina amenazaba con contárselo a su esposa, porque el dinero de los negocios procedía de la familia de ella y Borja María tenía miedo de que la esposa se enterase de sus escarceos. Pero el acoso cada día era más agresivo y Cristina temía que en algún momento no lo podría frenar.

El primer domingo de Mayo, doña Macarena, la esposa de don Borja María, se ausentó desde primera hora porque tenía una reunión matinal de su grupo religioso, para rezar por los pecadores de la carne. Y el marido, como siempre, intentó acosar a Cristina, hasta que esta se fue de casa, pretextando que era su día libre.



No sabía que hacer ni donde ir hasta última hora de la tarde en que regresaba doña Mercedes y ella no quería volver a casa hasta que ella no estuviera. Vio un cine que se anunciaba como de sesión continua y entró. Un hombre le ofreció dinero a cambio de que lo masturbara. A pesar de su reticencia, Cristina aceptó el dinero, viéndolo como una manera de sobrevivir en la ciudad y abandonar la casa donde tan mal lo estaba pasando. Decidió que usaría el tiempo libre que le quedaba para estudiar y formarse. Quería ser Ayudante Técnico Sanitario.

Cuando salió del cine que había ganado aquel día tanto como como en un mes en casa de sus amos. Así que aquel mismo día se despidió de su señora, no sin antes dejarle claro que se iba por el acoso de su marido. Probablemente no la creyó, pero ella se sintió mejor.

Después de terminar lo estudios Cristina, por sus buenas notas, pudo entrar a trabajar en un hospital como Ayudante Técnico Sanitario, y dejó de ejercer su trabajo de pajillera.

Cristina era feliz con su trabajo, pero se sentía muy sola en la ciudad. Un día, al pasar por delante de una iglesia, decidió entrar buscando sentirse acompañada aunque fuera por unos feligreses que no se preocuparon por su presencia.

Cristina no se acordaba de ninguna oración, porque nunca había sido muy religiosa, así que se dedicó a mirar a las personas que estaban en la iglesia en aquel momento. Y al cabo de un rato de observar a los reunidos, vio a un joven llamado rezando con una devoción que le llamó la atención en un hombre tan joven. Cristina no lo supo en aquel momento, pero aquel joven, que se llamaba Elías y era sobrino del párroco de la iglesia, don Félix, que era un hombre bonachón, querido por sus feligreses y que quería mucho a Elías, porque era la única familia cercana que le quedaba, después que doña Mercedes, la madre de Elías, hubiera muerto hacía dos años.

Y Elías correspondía a don Félix con un cariño filial, ya que su padre había muerto en un accidente de tráfico cuando él era pequeño.

El único motivo de disgusto que Elías le daba a su tío, era su pertenencia a un grupo ultrarreligioso, una secta en opinión de don Félix, que poco a poco iban alejando a Elías tanto de él como de la vida normal de un muchacho de veinticinco años que tenía Elías.

- Hijo, tienes que abandonarlos, no son verdaderos cristianos. Cristo predicó el amor, no el odio ni la intransigencia.

- Tío, no los conoces bien, ellos no son como tu dices.

- Pero te piden la mitad de lo que ganas y mientras tu vives con modestia y los pobres del mundo cada día están más necesitados, ellos nadan en dinero que emplean en negocios poco claros.

- Tío, no quiero disgustarme contigo, que eres como un padre para mi. Pero no trates de separarme de ellos. Si les doy la mitad de mis ingresos, es por voluntad propia y estoy seguro de que lo emplean con quien más lo necesita.

Don Félix se entristecía al comprobar lo ciego que estaba su sobrino, pero no quería forzar una ruptura y se callaba. Aunque a la primera oportunidad, volvía a sacar el tema.

Elías cuando se levantó de su oración, vio y Cristina y no pudo evitar retener la mirada más de lo que hubiera sido normal.

- Es preciosa-pensó- y tiene un aspecto tan virginal.

Pero salió de la iglesia sin saber como dirigirse a ella, porque no estaba acostumbrado al trato con mujeres.

Un día, cuando Cristina estaba pensando en dejar su trabajo y volver a su pueblo natal, descubrió que Elías había sido ingresado en su planta del hospital. Después de ser operado de una apendicitis, Elías se recuperó rápidamente y fue dado de alta. Al salir del hospital, Cristina encontró a Elías esperándola afuera y la invitó a salir.

- "Quiero que sepas que soy un hombre decente y que voy con buenas intenciones"- dijo Elías seriamente.

Cristina estaba encantada de haber encontrado a alguien que parecía tan honorable y sincero, pero tenía miedo de que descubriera su pasado de pajillera.

Una tarde de sábado, cuando Elías la vino a buscar, le dijo que tenía una sorpresa para ella:

- ¿Que sorpresa? - preguntó Cristina, entre feliz y preocupada.

- Vamos a merendar a casa de mi tío Félix. Es el párroco de la iglesia donde nos conocimos y la familia más cercana que tengo.

A Cristina aquello le pareció que significaba un paso más en su relación, así que accedió contenta y se sintió muy feliz.

Cuando llegaron a la casa parroquial, don Félix ya los esperaba. Cuando lo vio, Cristina se sintió desfallecer, era uno de sus mejores clientes de su época de pajillera.

Don Félix le dio un beso en la mejilla, sin dar señas de haberla conocido con anterioridad, y la trató con la deferencia que se destina a la novia de su sobrino preferido.

Cristina estuvo toda la comida muy nerviosa y a punto de perder los nervios. Cuando estaban terminando de tomar el café, Elías se disculpó, porque necesitaba ir al servicio.

Don Félix la miró fijamente y le preguntó:

- ¿Quieres mucho a Elías?.

- Si, padre. Es lo mejor que me ha pasado en la vida.

- Muy bien, hija. Si tu no me descubres, yo nunca te descubriré y estoy seguro de que harás muy feliz a Elías. -y añadió, sonriendo- No tiene experiencia con las mujeres.

A Cristina se la iluminó la mirada y no sabiendo muy bien cual era la reacción correcta, hizo señal de arrodillarse.

- No hija, no te arrodilles, yo también soy un pecador. Solo una cosa…

- Dígame padre.

- Espero que sigas haciéndome feliz cada vez que tengamos la oportunidad- y sonrió beatíficamente.

Cristina , por un momento, pensó que el mundo se le caía encima. Pero después reflexionó y vio que tampoco le pedía nada que no hubiera hecho con anterioridad.

- Si, padre.

Y cuando Elías salió del baño, brindaron con vino de misa por la futura felicidad de la pareja.

Cuando el confesor del grupo ultrarreligioso en el que estaba Elías se enteró de que iba a casarse, primero trató de convencerlo de que no lo hiciera y después quiso mostrarse demasiado cariñoso con él. Elías, después de rechazarlo, lo acusó ante el director del grupo, pero no lo quisieron creer. Entonces se dio cuenta de que su tío tenía razón cuando los acusaba y abandonó la secta.

Y así fue como Cristina hizo feliz a dos hombres con su mano experta. Y es que el bien, a veces, acaba triunfando.




Imagen creada con Inteligencia Artificial.




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