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UNA TARDE DE VERANO




 

Cuando su madre lo abandonó a los pocos días de nacer, la Abuela de Darío se encargó de su crianza. Siempre lo cuidó con mucho cariño, pero Darío no podía evitar sentir un resentimiento hacia su madre que lo había desamparado y a veces también hacia su abuela que siempre trataba de justificarla y hacer que el niño no le guardase rencor.

Un día, mientras estaban sentados en el sofá de la sala de estar, la abuela de Darío lo miró con cariño y le dijo:

-    Sabes, Darío, siempre he querido lo mejor para ti. Te he criado con todo mi amor y toda mi dedicación. Pero a veces, me doy cuenta de que no puedo llenar ese vacío que tienes en tu corazón. Sé que te duele el abandono de tu madre, pero ella era joven e inexperta cuando te dejó. No puedes culparla por siempre.

Darío la miró con ira. Cada vez que su abuela mencionaba a su madre, sentía un puñal clavándose en su pecho.

-    No quiero escuchar tus disculpas sobre mi madre - gruñó Darío-. Ella no merece mi respeto ni mi perdón. No me importa si era joven o inexperta. Me dejó solo y nunca volvió.

La abuela suspiró. Sabía que era difícil para su nieto superar el dolor del abandono.

-    Lo entiendo, Darío. Pero tienes que aprender a perdonarla. Si no lo haces, ese dolor y esa ira te consumirán.

-    No quiero perdonarla. Nunca.

Y creció rodeado por el amor de su abuela que era algo más que un amor maternal y el odio que sentía hacia su madre, que en todos estos años nunca se había preocupado por él.

Cuando Darío terminó la carrera de Derecho, la abuela le preparó una fiesta de celebración, pero Darío tenía pocos amigos. Y su única familia además de su abuela, era su marido que Darío nunca supo a ciencia cierta si era su abuelo, porque ese parecía ser un tema tabú. Y el marido de su abuelo no se presentó a la hora de la fiesta, dando una disculpa de las que usaba habitualmente, un viaje de negocios de última hora, no volvería en una semana.

Comieron en un restaurante de lujo junto con cuatro amigos de Darío, que después de los postres se disculparon con distintos pretextos. Darío que quedó solo con la abuela, que había bebido más que de costumbre y la acompañó a casa.

Y en casa, la abuela siguió bebiendo, porque se sentía triste pensando que pronto Darío encontraría un trabajo y marcharía a vivir por su cuenta, o encontraría una chica de su edad con quien compartir su vida.

Darío, que en contra de su costumbre, también había bebido más de la cuenta, abrazó a su abuela, las cosas se enredaron y terminaron seduciéndose mutuamente.

Nadie podría decir quien fue más culpable de aquella aberración, pero cuando se dió cuenta de lo que había hecho se sintió fuera de si y empezó a gritarle a su abuela:

-    Eres como ella, como tu hija que me abandonó cuando nací.

Y casi sin darse cuenta, le tapó la cara con al almohada que habían profanado y apretó, apretó, apretó.

El médico certificó que había sido una muerte natural por un fallo cardíaco y Darío no sintió ningún remordimiento. Todo lo contrario, lo inundó una extraña liberación después de matarla. Por fin había realizado sus deseos más prohibidos, que eran violar a su abuela y matarla, porque había sido como si hubiera poseído y después hubiera matado a su propia madre.

Heredó una buena cantidad de dinero en efectivo y valores de su abuela y el abuelo, con la intención de perder de vista a Darío, le encontró un buen trabajo en un bufete de abogados que le debían bastantes favores, algunos de los cuales no se podían contar sin grave peligro de ser citados como imputados ante un tribunal. El viejo no era precisamente un ángel de la guarda.

Poco después, Darío comenzó a ayudar a las mujeres mayores que se encontraba en la calle. Las invitaba a su casa, donde las seducía, violaba y mataba. Cada vez que cometía un asesinato, sentía que su venganza se iba cumpliendo, aunque las víctimas no fueran las culpables de su resentimiento.

Ya había mandado al infierno a seis inofensivas abuelas y Darío había aprendido a disfrazar su rabia con una sonrisa amable y una actitud servicial. Por eso, cuando se encontró con Carlota en el hipermercado, se ofreció a ayudarla a llevar sus bolsas hasta su casa.

-    Muchas gracias, joven - dijo Carlota, sonriendo-. Ya no hay muchos caballeros como tú.

Darío sonrió con amabilidad.

    - Es lo mínimo que puedo hacer.

    - Me recuerda a mi abuela – añadió con una sonrisa.

Estaban en el aparcamiento del hipermercado y Darío guardó las bolsas en el maletero de su coche y con naturalidad le preguntó la dirección.

Cuando llegaron, Darío la ayudó a bajar del coche y sacó las bolsas del maletero

    - ¿Necesita ayuda para subir las bolsas a su casa?

    - No, gracias, estoy bien. Pero si quieres, puedo invitarte a tomar un café. Tengo un pastel delicioso en casa- dijo Carlota, inocente de lo que la esperaba.

Darío aceptó encantado. La mujer era mayor, pero todavía tenía un cierto encanto. Además, sabía que no tendría ningún problema para someterla a su voluntad.

Cuando llegaron a la casa de Carlota, Darío la ayudó a preparar el café y el pastel. Charlaron amistosamente, compartiendo historias y anécdotas. Carlota era una mujer encantadora, inteligente y simpática. Darío disfrutaba de su compañía.

Pero cuando se levantó para ir al baño, Darío se detuvo en seco. Vio una figura de porcelana en una estantería cercana. Era una figura de una mujer mayor con un sombrero de flores. De repente, Darío sintió una oleada de ira y odio hacia Carlota. La figura le recordaba a su abuela. Y de alguna manera, eso lo hizo sentir vulnerable.

Cuando Carlota regresó al salón, Darío la miró con ojos fríos.

    - No me gusta esa figura - dijo Darío, señalando el estante-. Debería deshacerse de ella.

Carlota lo miró con sorpresa.

    - ¿Por qué? Es una pieza preciosa. Me la regaló mi hijo hace varios años por el día de la madre.

Darío se arregló para rociar su pañuelo con un potente narcótico que siempre llevaba encima para estos casos. Le tapó la cara con él hasta que sintió que Carlota había perdido el conocimiento.

Y sosteniéndola, la bajó hasta el automóvil sin que nadie los hubiera visto. Eran las tres de la tarde, el termómetro marcaba treinta y cinco grados y la gente procuraba estar en sus casas, protegidos de la solana.

A Darío le gustaba matar en su casa. Más tarde ya se desharía del cuerpo.

Después de violarla, Darío se levantó para ir a buscar una almohada con la que ahogar a Carlota. Pero no tuvo en cuenta la ira de Carlota por la vejación sufrida. Se levantó mientras Darío le daba la espalda y cogiendo una escultura de hierro que había sobre la mesa del comedor se abalanzó sobre él, lo golpeó y lo dejó inconsciente.

Cuando recuperó la conciencia, Darío se encontró desnudo y pegado al suelo de parquet de su casa. Carlota había comprado aquella mañana un pegamento súper rápido que necesitaba para varias reparaciones en casa y casualmente lo llevaba en el bolso del abrigo.
Había rociado una abundante cantidad por los genitales de Darío que quedaron indisolublemente pegados al parquet, y después lo había extendido en las manos y los ojos de su violador y había pegado las unas a los otros. Finalmente le selló la boca con el pegamento para que no pudiera pedir auxilio.
Carlota le escupió antes de irse, aún sentía un gran odio hacia aquel ser que la había violado de una manera tan infame.
Ahora estaba segura de que no podría escapar. Y no estaba equivocada. Darío intentó liberarse desesperadamente, pero solo logró desgarrarse los órganos sexuales y los ojos. Fermín, el portero del edificio, encontró a Darío en esa horrible situación cuando subió al caer la tarde a recoger la basura y llamó a la policía y a los servicios de emergencia. Cuando llegaron, Darío ya estaba muerto. La autopsia reveló que murió desangrado a causa de las heridas que se había infligido tratando de liberarse del pegamento. La policía encontró evidencias en la casa de Darío que lo vinculaba con los asesinatos de varias mujeres mayores. La historia de su abuela muerta también se descubrió, y el público se horrorizó ante semejante historia de depravación.
Carlota nunca fue descubierta. En las tardes de calor, en los tórridos veranos de la segunda década del siglo, se sentaba en su terraza y masticaba despacio el rencor que aún sentía por Darío. Pero su venganza quedó grabada en la memoria de todos los que conocieron la historia.
Y así, la muerte de Darío se convirtió en una leyenda de terror que fue contada y recontada durante muchos años en aquella ciudad provinciana que tan pocas oportunidades tenía para saciarse con el horror de una buena historia .










Imagen creada con Inteligencia Artificial.

"ChatGPT, un modelo de lenguaje de inteligencia artificial"




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