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LA FERRETERIA







La ferretería “El Tornillo” era desde hacía años la rebotica del barrio, el sitio donde los vecinos paraban después del trabajo para enterarse de las últimas novedades, fumar un cigarrillo y a veces tomar un vino de alguna botella que el dueño sacaba debajo del mostrador o que algún tertuliano traía guardada en una bolsa de plástico para que Pepe, el dueño del bar no la viese y los fuera a acusar de competencia desleal.

Belarmino, el dueño dela ferretería era un hombre pequeño, prematuramente calvo, porque era todavía joven pero tenía la cabeza como una bola de billar. Si, como una bola de billar porque tenía una cabeza redonda y una sonrisa de oreja a oreja, que hacía que todos lo quisieran y él quería a los vecinos y hacía favores a los que se lo pedían y también a algunos que no se lo pedían. A cambio su negocio era próspero, porque la gente del barrio compraba en aquella ferretería que vendía de todo, como las antiguas tiendas de pueblo.

- Mino, ¿por que no buscas una chica buena y te casas?. Candidatas no te faltarían - Siempre había algún tertuliano que con la mejor intención quería ejercer de celestina y no sobraban vecinas que serían felices calentando la cama del ferretero.

Pero Mino sonreía y no se comprometía con ninguna. Sus únicas pasiones conocidas eran la ferretería, los tertulianos y la colección de tornillos de todos los tipos y tamaños que exhibía en una pared del fondo del negocio, una pared recubierta de listones de madera de pino, ensamblada con la mayor y más variada muestra de tornillería que los tertulianos habían visto nunca.

Una tarde de rebotica Mino tuvo un ligero desfallecimiento y los amigos llamaron al médico, que diagnosticó un episodio de estrés y le recomendó unos días de descanso y hacer algo de ejercicio.

Él no quería cerrar el negocio, pero entre todos los convencieron y finalmente se marchó una semana a Benidorm, sus primeras vacaciones en los veinte años que llevaba regentando la ferretería, que dejó cerrada con un letrero en la puerta:

“Cierro una semana por prescripción facultativa.

Pero vuelvo sin falta el lunes de la próxima semana.”

Y volvió, pero con una sorpresa para regocijo de sus amigos y decepción de las vecinas casaderas. La sorpresa se llamaba Trinidad, era morena, pequeñita, vivaracha y con unos ojos verdes y un cuerpo de muñeca que pronto se ganó la simpatía incluso de sus decepcionadas rivales.

- Vaya, Mino ¿donde encontraste a esa preciosidad? - Era un pregunta absurda porque todos sabían que se había ido a Benidorm y el ferretero no era un aventurero. Si dijo Benidorm, seguro que de allí no se movió en toda la semana.

Mino no decía nada cuando le hacían esas preguntas. Sonreía y cambiaba de tema.

El viernes siguiente, durante la tertulia anunció que se casarían en el próximo mes de Julio y que si no lo hacían mañana mismo era por el tiempo que hacía falta para arreglar todo el papeleo. Aquella noche la fiesta duró en la ferreteria hasta la hora de abrir al día siguientes. Cuando cada quien se retiró a su casa, todos llevaban una o varias copas de más y hasta Trinidad a la que todos llamaban ya Trini, había bebido varias copas de sidra achampanada. Todos menos Mino que los contemplaba con una sonrisa de felicidad. Mino la mandó a dormir y abrió la puerta de la ferretería como todos los días. Había recibido la tarde anterior un pedido de tornillos grandes y estaba impaciente por probarlos en los listones de pino de la pared trasera.

Y los días transcurrieron como una precuela feliz del matrimonio, Los vecinos festejando la próxima boda, Trini, como la perfecta enamorada, haciendo las compras y arreglando los papel necesarios mientras Mino miraba al futuro desde su mostrador de honrado comerciante, satisfecho de la vida que se abría ante si.

Nadie se esperaba que tres días antes de la boda, con lágrimas en la ojos, Mino dijese a todos que Trini se había marchado, sin darle explicaciones, cuando más feliz parecía. Había dejado una nota escrita a máquina:

Lo siento, no puedo seguir.

Perdóname

Trini.

Nadie entendía que había pasado. Mino cerró la ferretería durante tres días, pero al lunes siguiente abrió la puerta como todos los días y aunque parecía triste reanudó su vida, la vida de siempre, vendiendo tornillos y conviviendo con los vecinos y amigos de siempre.

Todos en la calle sentían el dolor del ferretero como algo propio, como el dolor que se siente por por la desgracia de un hermano, de un amigo. Pero la vida siguió y para el otoño todo parecía haber recobrado la normalidad de los días siempre iguales del barrio.

La víspera de Navidad, cuando estaba atendiendo a un cliente, el ferretero se sintió repentinamente mal, se sentó un momento en la silla que tenía detrás del mostrador y murió sin una queja, sin una palabra, con el gesto sonriente que tantos años exhibió tras el mostrador.

Fue un acontecimiento en el barrio, su funeral fue el más concurrido en muchos años y todos en voz baja atribuían la muerte de su convecino a la decepción amorosa de su fallida relación con Trini.

Mino no tenía herederos directos y todos sus bienes pasaron a manos de unos primos lejanos que exhibieron un testamento ológrafo otorgado ante testigos muchos años antes. Cuando un juez dictaminó que eran los herederos legales en ausencia de ningún otro testamento o manifestación escrita, los beneficiarios manifestaron su intención de traspasar el negocio con existencias incluidas.

Contrataron a un perito que valuase los bienes, que les informó que de acuerdo con lo registrado en el catastro, al local le faltaban aparentemente cuarenta metros cuadrados, que parecían haber desaparecido detrás de la pared del fondo.

Ante la expectativa de revalorización, contrataron a unos albañiles para que tirasen aquella pared que después de las primeras indagaciones comprobaron que estaba hueca. Descubrieron un cuarto de diez metros por cuatro, insonorizado y con diez cadáveres atornillados a las paredes del mismo con gruesos pernos de distintos modelos. El más reciente, aunque ya la carne se había podrido y solo quedaba la osamenta fijada a una mesa  en el centro de la habitación, era el de Trini, vestida con su traje de novia. El forense dijo en su informe que había sido atornillada a la mesa cuando aún estaba viva, aunque le habían cortado la lengua y las cuerdas vocales para que no pudiera gritar.

Diez años más tarde, cuando me mudé a vivir al barrio, aún se hablaba en el bar de Pepe de los crímenes del ferretero.



Imagen de Daniel Agrelo en Pixabay 




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