Era joven, alto y guapo. Siempre iba vestido con prendas de temporada y de gran calidad. Sus largos y negros cabellos y su caminar elegante, hacían suspirar de amor a las muchachas y despertaban la envidia de los hombres.
Sin embargo, Pedro no era feliz. Se sentía muy inseguro. Salía a la calle lleno de complejos, se veía viejo, casi enano y horriblemente feo. Tenía la sensación de ir vestido con andrajos y procuraba evitar el encontrarse con conocidos por pura vergüenza de su aspecto.
La puerta de su armario tenía un Espejo Deformante y no lo sabía.
Su Espejo duró más que él, que murió atropellado por un autobús que no alcanzó a ver mientras caminaba con la mirada gacha de pura vergüenza de su aspecto.
Y es que ya no se fabrican espejos como los de antes.
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