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LECCIONES DE COCINA (Segunda y última parte)






Cuando nació el primer hijo, al que llamaron Agustín, Marisa dejó de trabajar. Agustín lo agradeció, porque así tuvo tiempo para aprender a llevar una casa. Él empezó a doblar turnos con el pretexto de ganar más dinero, pero en realidad lo hacía porque el crío lloraba por las noches y se dijo a si mismo que si tenía que velar, que por lo menos se lo pagasen.

A los tres años, cuando el crío ya los dejaba descansar por las noches, embarazó otra vez a Marisa y en esta ocasión fue una niña, a la que llamaron María Luisa. Todos les decían que eran unos afortunados por haber acertado a tener la parejita al primer intento. Pero Agustín no lo veía así, porque tenía que duplicar turnos otra vez para llegar a fin de mes y le parecía que los niños le había quitado protagonismo en casa.

Al fin, con el paso de los años se los pudo quitar del medio. El mayor encontró trabajo en una empresa alemana y solo lo veían por navidades y no siempre, para alivio de él y disgusto de Marisa. La chica se hizo novia de un amigo del hermano, que encontró trabajo en una petrolera de Noruega y desde entonces vivían felices en Oslo. Venían poco por España y cuando venían tenían que repartir el tiempo entre los padres y los suegros. A Agustín no le importaba, solo les deseaba que fueran felices.

Cuando llegó la jubilación, decidió descansar y vivir tranquilo, levantarse tarde, tomar un vino y dormir la siesta. Hasta que empezó con la manía aquella de aprender a cocinar. A Marisa la intrigaba esa afición tan repentina, porque no recordaba que nunca hubiera hecho nada en la cocina, salvo abrir la botella de vino para la comida o pelar un plátano de postre. Si la fruta que había era una naranja o una manzana, se la tenía que pelar ella. Y siempre le gastaba la misma broma:

  • Me gusta que me la peles – y era verdad.

Por eso Marisa estaba contenta con la súbita vocación de Agustín y aunque sentía la tentación de preguntarle el motivo, se aguantaba las ganas por no espantarle la afición.

Cuando estaban friendo las croquetas, Marisa quiso decirle algo simpático y le comentó:

  • Por supuesto, antes de empezar a hacerlas hay que lavarse bien las manos.

Y entonces fue cuando Agustín recordó que cuando ella le dijo de hacer croquetas estaba en el baño haciendo sus necesidades y con las prisas no se había lavado las manos.

  • Marisa …

  • Dime.

  • Que te parece si invitamos a tu hermana y a su marido a que vengan a comer y prueben mis croquetas.

A Marisa le hizo ilusión porque sabía que Agustín, aunque era muy bueno tenía un carácter muy suyo y no se llevaba bien con su hermana y menos aún con el marido.

  • Esto lo hace por mí, para agradecerme que lo enseño a cocinar – se dijo.

Al día siguiente vinieron a comer y elogiaron mucho las croquetas de Agustín. Por desgracia él no las pudo comer, alegando un súbito dolor de estómago. Cuando marchaban, les guardó en un tupper las que habían sobrado.

  • Las coméis para cenar, que de una hora para otra la bechamel está aún más buena - les dijo.

Y siguieron las lecciones de cocina. Paella, macarrones, cordero asado. Día a día Agustín se iba haciendo un chef experto, aunque cada día un poco más grueso. Y es que le gustaban sus propios guisos.

Y por fin Marisa decidió hacerle partícipe de los secreto más preciados de su cocina: los postres.

Le estaba enseñando a preparar unos frixuelos asturianos, cuando se decidió a preguntarle lo que llevaba tanto tiempo intrigándola:

  • Agustín…

  • Dime – dijo él sin prestarle mucha atención.

  • ¿De dónde te vino esta afición a aprender a cocinar?

Agustín que había batido los huevos y el azúcar y acababa de incorporar el anís, la leche, la sal y la ralladura de limón y se disponía a batirlo todo nuevamente, se la quedó mirando a las profundas ojeras que presentaba, las arrugas, el pelo lacio y la mirada apagada de su mujer y pensó, como tantos días:

  • Cada día está más acabada. Seguramente no durará demasiado y me falta mucho por aprender.

Sonrió, la acarició brevemente y le dijo sin ninguna convicción:

  • Por ayudarte, mujer. Por qué va a ser.

Cuando llegó la sexta ola de la pandemia y tuvieron que ingresarla en la UCI sin muchas esperanzas, Agustín se lamentó de que no hubiera tenido tiempo para aprender la receta de la tarta de almendra, que tanto le gustaba.


Puedes leer la primera parte de este relato en: https://angelb54-relatos-en-tiempos-del-caos.blogspot.com/2023/03/lecciones-de-cocina-primera-parte.html


Imagen creada con IA


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