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BRUJO, UN PERRO INTELIGENTE





-I-

Había nacido un 14 de Febrero y su padre, que no tenía mucha imaginación, decidió ponerle de nombre la onomástica del día. Consultó con el párroco de su barrio y este le propuso los nombres de Cirilo y Metodio. Después de un par de vasos de vino en el bar de Pepe y de invitar a una ronda a los parroquianos para celebrar el evento, se decidió por Cirilo.

Su padre no tenía imaginación, pero era bueno y trabajador y la madre era una mujer que tenía dos amores en su vida, el marido y su hijo, así que Cirilo fue un niño feliz, que siempre tenía una sonrisa a flor de piel. Ni siquiera le guardó rencor a su padre por la elección de un nombre tan peregrino.

Cuando empezó a la escuela y contra lo que pudiera creerse, no había sido víctima de burlas de los compañeros. Reunía muchos requisitos para haber padecido por ellas, por el nombre tan original, que hacía rima con muchas palabras que se podían considerar ofensivas, como bacilo, cocodrilo y otras. Además era pequeño de estatura y un poco gordito. Pero su sonrisa desarmaba a todos y nadie encontraba motivos para tratar de molestarlo.

No era buen estudiante, ni malo. Más bien mediocre, aprobaba justo más por su buena disposición que por los conocimientos que tenía de las asignaturas.

- A ver, Cirilo, sal a la pizarra a resolver el problema de quebrados que os puse ayer – el profesor de matemáticas se lo decía con simpatía.

Cirilo tenía la sensación de que estaba de su parte, salía con la libreta y empezaba a desarrollarlo en el encerado, pero solía tener algún error que lo hacía equivocarse y miraba para el profesor con cara de desconsuelo.

- No te preocupes, ibas bien. Mira, tienes un error aquí – y el profesor, don Anselmo, se lo corregía y a Cirilo se le iluminaba la cara, le sonreía y conseguía mal que bien terminarlo.

A Clara la conocía desde siempre, eran vecinos de calle y ya antes de empezar a la escuela, las madres los sacaban a jugar al parque que había a dos calles de su casa. Y mientras ellas charlaban de sus cosas Cirilo y Clara jugaban juntos. Clara era pecosa, con cara de traviesa pero con un corazón de oro.



Y empezaron juntos al colegio público del barrio. Vivían en un barrio de clase trabajadora y todos consideraban natural estudiar allí, donde casi todos los alumnos eran vecinos y conocidos. Clara y Cirilo iban y venían juntos al colegio, aunque no coincidían en clase porque él se apellidaba Zaragoza de primero y Clara Álvarez, lo que los hacía estar en grupos distintos.

Poco a poco, el coincidir con gente nueva los distanció un poco, Cirilo hizo nuevos amigos y amigas y lo mismo Clara, aunque seguían yendo y viniendo juntos.

Con los años, Cirilo hizo Formación Profesional en Soldadura y Calderería. Eso se le daba bien, era su vocación y nada más terminar encontró trabajo en un taller de Calderería.

Clara, por su parte, empezó enfermería y se echó un novio que estaba estudiando en su misma escuela. Aunque seguían siendo amigos, Cirilo y Clara se veían con menos frecuencia, la vida parecía separarlos:

- Adiós, Cirilo.

- Adiós Clara. Cuanto tiempo que no nos veíamos.

- Es verdad, a ver si coincidimos un día para tomar algo. Marcho corriendo que llego tarde a clase.

Un sábado, Cirilo vio a Clara en las fiestas del barrio. Estaba con un grupo de amigas y el novio parecía no estar por ninguna parte. A Cirilo le apeteció sacarla a bailar y saber que tal le iban las cosas.

- ¿Bailas?

- Cirilo, que sorpresa. Claro, como no voy a bailar contigo.

Y lo que empezó como un encuentro casual se convirtió en una tarde de recordar los viejos tiempos y ponerse al día de los nuevos.

Clara había terminado la carrera, ya era enfermera y estaba haciendo prácticas en el hospital de la ciudad. Y ya no tenía novio.

- Lo dejamos, la relación no funcionaba.

El no preguntó más. Al día siguiente era el día central de las fiestas y Cirilo la invitó a tomar el aperitivo. Ella aceptó y además comieron juntos.

Todos vieron como algo natural, incluidos sus padres, que salieran juntos, ya que se conocían de siempre. Cirilo no se dio cuenta ni le importaba que la amistad se fuera convirtiendo en algo más íntimo. Estaban juntos a gusto, se sentían bien y eso era lo importante.

Llevaban ya dos años saliendo juntos, cuando un día Clara le dijo, con gesto de preocupación:

- Estoy embarazada, Cirilo.

Él la miró con cara de sorpresa, Ni se le había ocurrido la posibilidad de un embarazo.

- ¿Que hacemos, Cirilo? Puedo abortar, conozco a un médico que hace abortos.

Cirilo la miró a los ojos:

- ¿Quieres tenerlo?

- Si – le dijo ella, poniéndose colorada.

- Yo también. Esta noche se lo digo a mis padres y nos casamos.

Y la besó en los labios.

-II-

Y la vida siguió para Cirilo y Clara con la tranquilidad de los que están contentos con su suerte. Criaron a dos hijos que con los años se fueron de su casa a fundar nuevas familias.

El destino quiso que ambos, el hijo primero y la hija dos años más tarde, establecieran sus hogares lejos de la vida de sus padres. Se veían varias veces al año en que los venían a visitar y tuvieron nietos a los que hacía ilusión viajar a casa de los abuelos, que siempre los recibían con cariño y regalos.

- Tito, tita – y se arrojaban a ellos. Cuando se marchaban la casa quedaba algo vacía, pero Cirilo y Clara se sentaban delante del televisor y tranquilamente recuperaban su vida de siempre.

Un día, ya entrados en su séptima década de vida, Clara le dijo a Cirilo después de cenar que le dolía un poco la cabeza y que se iba a acostar.

- Yo voy enseguida, en cuanto termine El Rosco – Siempre veían este programa, que les adormecía y ayuda a hacer una buena digestión de la cena.

- No tengas prisa, no es nada. Solo un poco de dolor de cabeza- le dijo Clara y le dió un beso en la frente, como todas las noches.

Cuando Cirilo fue a la habitación una hora más tarde, Clara había muerto.

-III-

Los hijos quedaron muy preocupados después del sepelio, por la tristeza que destilaba su padre. Le invitaron a pasar un tiempo en sus casas, pero el no aceptó y tampoco disponían de mucho espacio ninguno de ellos.

Después de cambiar impresiones y dar cada uno sus ideas, decidieron regalarle un Perro para que no se encontrase tan solo. Dicho y hecho, rescataron un perro mestizo del albergue municipal, un perro pequeño de pelaje gris y mirada socarrona y se le llevaron a su padre.

Cirilo vivía inmerso en su melancolía, echaba de menos a Clara, sus largas veladas de ver la televisión, sin apenas intercambiar una palabra porque entre ellos estaba todo dicho y no necesitaban verbalizar casi nada. No entendió el regalo, les dio una gracias protocolarias y se quedó sentado en su butaca preferida, pensando en que comería una perro y que cuidados necesitaría. Le habían dejado un sobre con las instrucciones y entonces supo que tendría que sacarlo a pasear dos veces al día para que hiciera sus necesidades.

- Que fastidio – dijo mirando al perro.

Este le devolvió la mirada, una mirada socarrona pero no exenta de afecto, de cariño por el que había pasado a ser su amo.

- ¿Y como te voy a llamar? - El nunca había pensado en un nombre para perro y estaba un poco desconcertado.

El perro lo miraba, esperando el bautizo y dispuesto a aceptar el nombre que quisiera ponerle.

- ¿Y si te llamo perro? - Pero le pareció demasiado simple.

Después recordó que Clara, cuando le adivinaba lo que estaba pensando y le sonreía, lo llamaba Brujo.

- Eres un Brujo, Cirilo. Parece que estés dentro de mi cabeza.

Y el perro tenía la misma mirada tierna y socarrona que él se reconocía cuando se miraba al espejo.

- Te llamaré Brujo – el perro meneó el rabo, como reconociendo el nombre.

Brujo era un perro inteligente, con esa inteligencia emocional que sabía como hacerse querer. Y Cirilo estaba enfermo de soledad.

Se convirtieron en amigos inseparables.

Al cabo de seis años, una tarde en la que como tantas estaba sentado en su sofá mientras dormitaba frente al televisor, sintió un fuerte dolor en el pecho y supo que se estaba muriendo. Miró para Brujo y este vino inmediatamente a su lado para que le hiciera una caricia en el lomo, que tanto les gustaba a los dos.

- No se si te quise más a ti o a Clara- murmuró Cirilo mientras se moría.

Brujo le lamió la mano que ya colgaba sin vida.

Y así los encontraron a los dos, cuando sus hijos, alarmados porque no contestaba a las insistentes llamadas de teléfono, se presentaron en su domicilio.




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