Get Even More Visitors To Your Blog, Upgrade To A Business Listing >>

EL JUEGO DE LA PLAGA







Después de dos semanas de encierro, ya no sabíamos qué hacer para pasar el día.

Habíamos probado de todo, de todo lo que puede probar una pareja que lleva 40 años viviendo juntos, los últimos quince solos porque los hijos levantaron el vuelo y los nietos no llegaron nunca. Hasta aquí todo corriente, una historia como tantas.

Pero llegó el maldito coronavirus, nos encerraron en casa. Pasaban los días y ya no sabíamos que decirnos que fuese verdad, que no ofendiese, que no aburriese.

Nos dimos cuenta de que era mejor estar callados si lo que decíamos no era más interesante que el silencio y casi nunca lo era. Y pasamos días callados, diciendo “buenos días” al levantarnos y “que descanses” por la noche. Por el medio, algún “¿qué tenemos para comer?”, “¿limpio el polvo?” Y poco más.

Probamos otras estrategias. Televisión, pero a mí no me gusta. Ajedrez, nos aburre a los dos. Sexo, ¿más de una vez por semana? ¡qué pereza!

Un día leí en internet sobre un juego que se puede practicar en pareja, de esas cosas que recomiendan para acabar con la monotonía en las relaciones.

Parecía interesante. Cada uno escribía cinco preguntas en un papel dirigidas al otro. Se contestaban alternativamente y si alguna no la querías contestar, tenías que tomarte un Chupito de algún licor de un trago. Si te pillaba en una mentira te sometías a una penalización, un castigo, que el otro escogía y que tenías que aceptar sin rechistar ¡fuese el que fuese!

El que ganase el juego, por haber contestado a más preguntas sin haber incurrido en mentiras, tenía derecho a escoger premio, el que quisiera.

Cuando se lo dije a Isabel, no le gustó, le pareció que era jugar con fuego pero el aburrimiento es mal enemigo y al tercer día, después de comer fue ella la que lo propuso.

Y empezamos. Escribí cinco preguntas:

Saqué la botella de whisky y dos chupitos.

Venga, empieza tú, le dije.

Y empezó:

  • ISABEL ¿Te parece que tengo las tetas caídas?

Tomé el primer chupito. Me miró mal.

  • YO ¿Qué opinas de mi madre?

Ella también tomó un chupito.

  • ISABEL ¿Te haces pajas cuando tardas en el baño?

Decidí contestar. Sí, casi siempre.

Si las miradas matasen, el juego habría acabado y yo estaría muerto.

  • YO ¿Finges alguna vez los orgasmos?

Sí, con frecuencia.

Ahora los impulsos asesinos eran míos.

  • ISABEL ¿Te gustaría tener una aventura?

Decidí tomar un chupito. Por si acaso.

  • YO ¿Sigo gustándote como al principio?

Empatamos a dos chupitos.

  • ISABEL ¿Hablas con los amigos de nuestra vida sexual?

No me gusta decir mentiras, así que tomé otro chupito.

  • YO Sin mirar ¿de qué color tengo los ojos?

Los tienes marrones, color caramelo.

Tenía que haberlo dicho sin mirar, pero miró. Tenía derecho a imponerle un castigo.

  • Tienes que salir a recoger la ropa de la terraza, pero completamente desnuda.

Algo parecido al pánico asomó a sus ojos en un primer momento. Pero los chupitos empezaron a hacer efecto y salió vestida de Eva a recoger la ropa que habíamos tendido por la mañana. Desde el balcón de enfrente un capullo empezó a piropearla y sentí las exclamaciones falsamente escandalizadas de los vecinos de arriba, que eran del Opus Dei.

  • ISABEL ¿Alguna vez fuiste con una prostituta?

Decidí arriesgarme.

  • No, nunca.

  • Es mentira, se rió.


Y entonces me acordé. A los dos años de casados, tuve una cena de empresa, bebimos y acabamos en un prostíbulo. Cuando llegué a casa, avergonzado y borracho, se lo confesé. Tardó en perdonarme y yo había procurado olvidarlo.


  • Tienes que cumplir la penalización – me dijo.


  • Vale, ¿Qué vas a proponer?


  • Tienes que llamar a Silvia y decirle que piensas mucho en ella y que cuando esto acabe quieres que tengáis una cita.


  • ¿Estás loca?¿Quieres que Eduardo me mate?



Silvia y Eduardo eran de la pandilla de amigos. De solteros, Silvia y yo habíamos sido medio novios. Nada serio, cosas de los dieciocho años, besos con lengua, le acaricié las tetas alguna vez y nada más.

Pero Eduardo era muy celoso y todo los sabemos. Un día le pegó una paliza a un tío en la calle por decirle un piropo subido de tono a Silvia.

Eduardo medía más de un metro ochenta, era asiduo de los gimnasios y llevaba años practicando Krav Maga. En alguna ocasión había dicho que podía matar a una persona solo con las manos.

  • Cámbiame la penalización, Eduardo me va a matar.

  • Cobarde.

Qué podía hacer. La llamé y se lo dije. Me colgó el teléfono.

A los cinco minutos me llamó Eduardo.

  • Cabrón, hijo de puta. ¿Cómo te atreves a llamar a Silvia y decirle que te quieres acostar con ella?

  • Eduardo, tío. Era una broma. Es que estábamos…

Me cortó.

  • Cuando pase esto, ya nos veremos cara a cara y te la voy a partir. A mí no se me olvidan las cosas.

Y colgó.

Estaba claro que estábamos jugando fuerte. No podía pillarme en otra mentira.

Continuamos:

  • YO ¿Te gustaría tener una aventura con alguien?

Dudó. Finalmente tomó un chupito.

Con alguna dificultad nos levantamos para ir a cenar. El juego podía haber quedado aquí, pero la rivalidad pudo más y decidimos seguir jugando después de la cena.

Empezamos un nuevo juego y nueva ronda de preguntas. Había que jugar fuerte y el whisky había hecho su trabajo.

  • Empieza tú ahora – dijo Isabel.

  • De acuerdo.

  • YO. ¿Por qué miras a Santiago de forma tan tierna?

Santiago era un amigo común. La pregunta, en apariencia bastante inocente, escondía una trampa. En una ocasión había sorprendido a Isabel dándole un beso en los labios y ella le había dicho que el pobre estaba muy triste por su reciente separación y que le dio pena. Pero más de una vez los había visto mirarse con complicidad, cuando pensaban que nadie se fijaba en ellos.

Calló durante un rato anormalmente largo. Cogió la botella en actitud de servirse un chupito, pero la volvió a dejar sin servirse.

  • Le quiero mucho.

  • ¿Cómo amigo o como amante?

  • Esa es otra pregunta. Pero ahora me toca preguntar a mí.

Tuve que reconocer que era cierto.

  • ISABEL ¿Vas solo a los viajes de trabajo?

  • No siempre.

Hasta aquí estábamos empatados. Dos respuestas ambiguas pero que no comprometían nuestra vida.

Si hubiéramos dejado aquí el juego, habríamos olvidado aquella noche o hubiéramos fingido que no la recordábamos. Y al acabar el confinamiento nuestra vida hubiese seguido igual, mis amigos, los partidos de futbito, sus salidas al cine o a merendar con las amigas, las cenas de los sábados con los amigos. Sí, todo podría haber seguido igual. Pero no fue así.

  • YO ¿a Santiago lo quieres como amigo o como amante?

Tomó un nuevo chupito. Había pasado todos sus límites de tolerancia al alcohol.

  • ISABEL ¿Quién te acompaña en los viajes de trabajo?

  • Pedro.

Isabel sabía que Pedro es homosexual. Es un chico joven y guapo, con mucho estilo.

  • ISABEL ¿Os acostáis?

  • Esa es otra pregunta. Ahora el turno es mío.

  • YO ¿A Santiago lo quieres como amigo o como amante?

  • Ya me lo preguntaste antes. No vale repetir.

  • ¿Quién dijo que no vale repetir?.

En las normas que habíamos pactado no decía nada de repetir las preguntas.

Dudó, pero otro chupito no era una alternativa razonable.

  • Como amante – dijo.

Callé.

  • ISABEL ¿Te acuestas con Pedro?

  • A veces.

Se levantó despacio, cogió la botella y la rompió en el fregadero. Después se fue a la cama y cerró la puerta de la habitación.

Yo no tenía ninguna intención de acostarme en la misma cama que ella y me mudé a la habitación contigua que habitualmente usábamos como cuarto de televisión.

No nos volvimos a hablar durante el resto del confinamiento y puedo asegurar que es muy difícil convivir con otra persona en un piso de setenta metros cuadrados sin dirigirse la palabra.

Cuando se reanudó la vida, mi primera intención era solicitar el divorcio. Iba a hablarlo con Isabel cuando sonó el teléfono. Lo cogió Isabel.

  • Hola Marta.

Marta era la mujer de Juan, del grupo que solíamos quedar a cenar los sábados.

  • ¿Qué hay cena el sábado? ¿En un mejicano?

Isabel me miraba, no sabía qué decir. Yo, a mis años, no quería renunciar a mi vida de siempre, los amigos, la rutina tranquila, el discreto encanto de los pequeños placeres.

  • Pregunta a qué hora quedamos – le dije.

Cuando colgó el teléfono en la radio sonaba una canción de Joaquín Sabina:

Y la vida siguió, como siguen la cosas que no tienen mucho sentido”




This post first appeared on Relatos En Tiempos Del Caos, please read the originial post: here

Share the post

EL JUEGO DE LA PLAGA

×

Subscribe to Relatos En Tiempos Del Caos

Get updates delivered right to your inbox!

Thank you for your subscription

×