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¡Compro, cambio, vendo reliquias!

Hace poco terminé la novela Baudolino, de Umberto Eco (de la que debo una reseña, por cierto). En ella se trata, entre otros, el tema del tráfico de reliquias durante la Edad Media. Y me ha parecido interesante indagar un poco más en este aspecto de la historia de la Iglesia, que en el medievo llegó a extremos disparatados, y que fue uno de los aspectos criticados más adelante por los movimientos de reforma.

Las reliquias de los santos: su porqué

Para entrar un poco en materia, las reliquias cristianas serían todos aquellos vestigios de cuerpos santos o de objetos que estuvieron en contacto con ellos, y que por eso son dignos de veneración. También se aplicó a los restos y todo lo que se hubiera relacionado directamente con los apóstoles, Jesucristo o la Virgen María; y a otro tipo de piezas o entidades santas más peregrinas. Se denominan ex ossibus, ‘de los huesos’, ex carne, ‘de la carne’ y ex pilis, si se trata de cabellos; ex vestibus, si forma parte de las vestiduras, ex capsa, ‘del féretro’ o  a contactu si fue tocada o estuvo en contacto con el cuerpo del venerado.

Desde los primeros tiempos, la religiosidad cristiana, sobre todo la más popular, trató de apoyarse en elementos más o menos tangibles que reforzasen la fe: edificaciones, imágenes, milagros, reliquias… Por lo que respecta a estas últimas, su culto se convirtió en una parte importante de un cristianismo incipiente que estaba constituyendo la identidad de la Iglesia.

Ya en la época de las persecuciones se mostraba un enorme respeto hacia los restos mortales de los mártires, y se recuperaban de patíbulos y anfiteatros, a veces con gran peligro, o se pagaban sumas considerables para poder sepultarlos. Una vez conseguidos, se trataban con ungüentos y perfumes, se envolvían en ricos tejidos y se enterraban en lugares escogidos, como las catacumbas de Roma, que se decoraban y se convertían en santuarios de oración para estos primeros cristianos. Esos mártires  representaban al cristiano perfecto, imitador de Cristo y de los apóstoles. También se empezó a guardar con gran respeto cualquier objeto relacionado con estos mártires.

Cobraron tanta importancia los restos de los santos, que los altares se erigían en sus tumbas y la eucaristía se celebraba en su presencia. Cuando terminaron las persecuciones, muchas iglesias y basílicas se construyeron sobre las criptas donde yacían esos cuerpos, y algunos se trasladaron a aquellos templos que no las tenían. El papa Félix I, a finales del siglo III ya lo había propiciado con sus mandatos, y el quinto concilio de Cartago llegó a decretar que no se consagraría nueva iglesia que no tuviera una reliquia en su altar.

Mártires en las Catacumbas (1855), de Jules Eugène Lenepveu

Hasta aquí todo es muy normal. Es comprensible que aquellos cristianos que vivían en la clandestinidad honrasen y santificasen a aquellos que habían dado la vida por su fe, y que la presencia de sus restos en los ritos reforzara la comunidad de esa Iglesia primitiva.

En el siglo IV, con el Edicto de Milán, la situación cambió y se permitió practicar el cristianismo como cualquier otra religión del imperio. El respeto a las reliquias de los santos se siguió difundiendo, y además se promovió la búsqueda de objetos relacionados con Jesucristo y los que le rodearon: la Virgen María y los apóstoles. Es muy posible que esta afición la inaugurase santa Elena, la madre del emperador Constantino, que, en su viaje por Tierra Santa, descubrió la Vera Cruz y se llevó consigo los primeros “recuerdos” cristianos.

El problema fue que, con la revelación de unos objetos tan sagrados, también se empezó a difundir la creencia en su carácter milagroso. Y fue entonces cuando se empezó a liar todo. Porque al ser humano enseguida le ciega la ambición de poder y riquezas. Se empezaron a cometer abusos relacionados con las reliquias que hicieron intervenir a algunos Padres de la Iglesia. San Jerónimo, por ejemplo, tuvo que recordar que no se adoraban las reliquias como objetos mágicos, sino que a través de ellas se llegaba a Dios. Y san Agustín denunció el comercio de reliquias. Pero la Iglesia ya no era la misma que en los primeros tiempos. Ahora ostentaba un poder político y económico importante, y muchas veces la movía intereses ajenos a la fe.

La Edad Media: un negocio muy lucrativo

En la Edad Media, el culto a las reliquias no hizo sino intensificarse. En el siglo VI se había generalizado la costumbre de utilizar las reliquias para la consagración de altares y de exhibirlas en relicarios o en procesiones para que los fieles pudieran venerarlas. Era un entusiasmo compartido por reyes, obispos o campesinos. La posesión de una reliquia daba prestigio a la iglesia, ermita, abadía o catedral que la custodiase, y era una gran fuente de riqueza gracias a los donativos, sobre todo si lograban convertirse en lugar de peregrinación. Pensemos en el caso de Santiago de Compostela y de Roma, donde se encontraban los restos más preciados, los de los apóstoles (Santiago por un lado, Pedro y Pablo por el otro), y nos daremos cuenta de la importancia de las reliquias en esta época en lo económico, lo social y lo político. Para los poderosos, laicos o eclesiásticos, fueron instrumento de poder y propaganda.

No es raro que este exacerbado fervor por las reliquias fomentase las disputas entre distintas comunidades, como sucedió con las ciudades Poitiers y Tours, que mantuvieron una larga reyerta por la posesión del cuerpo de san Martín. Incluso fomentó robos, como los del arzobispo gallego Diego Gelmírez, que sustrajo las reliquias de San Fructuoso, San Cucufate, San Silvestre y Santa Susana, y las trasladó furtivamente desde Braga hasta Compostela. O el hurto en Alejandría del cuerpo de san Marcos por parte de los venecianos.

Reliquia de una de las espinas de la corona de Cristo. Catedral de Valencia. Por Ripoll531

En un principio, la única manera de atender la creciente demanda de reliquias fue la fragmentación. Aunque hubo cierta resistencia en un primer momento, la fragmentación de los restos era ya una práctica frecuente en Oriente en el siglo IV. Más tarde se propagaría por Occidente. Los restos se repartían en múltiples relicarios y así llegaban a todos los rincones de Europa.

La búsqueda de nuevas reliquias volvió común la inventio, la revelación divina del lugar donde descansaban el cuerpo de un santo. En cualquier lugar en el que los romanos hubieran perseguido a los primeros cristianos, alguien tenía un sueño revelador o una aparición que le señalaba la tumba del mártir. Y allí se descubrían sus restos. Luego se trasladaban a su ubicación definitiva y al poco comenzaba a obrar milagros, lo que demostraban su autenticidad. Y la noticia se difundía.

Por otro lado, las invasiones de lombardos, sarracenos y vikingos provocaron un movimiento masivo de reliquias entre los siglos VIII y IX: en Roma, de los cementerios adyacentes al interior de la ciudad; en la península ibérica, de la zona de al-Ándalus a los reinos cristianos del norte; y en los lugares atacados por los vikingos, hacia zonas del mediodía y el interior.

Para esas fechas existía ya un auténtico tráfico de reliquias. En el siglo IX, el diácono Deusdona creó, incluso, una asociación para venderlas y para exportarlas fuera de Italia. Nadie tenía en cuenta la prohibición que el papa Gregorio Magno había promulgado unos siglos antes. El mercado seguía creciendo, pero la materia prima escaseaba. Además, si las reliquias de los primeros tiempos tenían una autenticidad más o menos contrastada (eran los cuerpos recogidos y depositados en criptas), con el paso de los siglos se volvió difícil saber si unos restos pertenecía de verdad a un mártir. Esto fomentó la aparición del fraude.

De la fragmentación a la falsificación

Ya hemos visto que la obsesión por las reliquias empujó en algunas ocasiones al robo. Pero si hubo un negocio turbio en torno a ellas, fue el de las falsificaciones. Conforme avanzaba la Edad Media, no solo empezaron a duplicarse y repetirse las mismas reliquias en distintos lugares, sino que surgieron algunas que ponían a prueba la inteligencia antes que la fe. La Cristiandad se fue llenando de reliquias absurdas. He aquí algunos ejemplos: los restos del cordero que pastaba junto al Santo Sepulcro, un puñado de tierra de donde Jesús rezó el padrenuestro, un estornudo del Espíritu Santo, leche de la Virgen, restos del maná que Dios enviaba a los hebreos o el cráneo de san Juan ¡de cuando tenía 12 años! Se ve que lo mudaba al crecer, como los dientes.

Por su parte, las falsificaciones llevaban a situaciones disparatadas: se contaban 63 dedos de san Juan Bautista y 16 cráneos (además del de niño); los restos que dejó el Mesías cuando subió al cielo también se multiplicaron: sangre, dientes, prepucio… Hasta 17 de estos prepucios habían repartidos por toda la Cristiandad. Y si hablamos de los objetos de la pasión, eran innumerables los clavos, y tantos los fragmentos de espinas y de la cruz que se podría crear una empalizada.

Reliquia de la Vera Cruz, Catedral de Valencia. Por Ripoll531

Esta situación llegó a su punto álgido con las cruzadas, especialmente a inicios del siglo XIII, tras la conquista de Constantinopla, en 1204, que puso en el mercado gran cantidad de reliquias expoliadas a la Iglesia oriental. También hubo quien aprovechó para hacer su agosto, como queda reflejado en Baudolino. No era raro que algunos cruzados europeos fuesen engañados por personas de Tierra Santa que vendían como reliquias objetos cuyo valor era dudoso o claramente falso. Se llegó a tal extremo que en el IV Concilio de Letrán, de 1215, se prohibió la veneración de reliquias sin “certificado de autenticidad”.

Un texto del humanista Alfonso de Valdés sirve para mostrarnos la situación a principios del siglo XVI, cuando se estaba forjando ya la Reforma:

Pues desta manera hallaréis infinitas reliquias por el mundo y se perdería muy poco en que no las oviesse. Pluguiesse a Dios que en ello se pusiesse remedio. El prepucio de Nuestro Señor yo lo he visto en Roma y en Burgos, y también en Nuestra Señora de Anversia, y la cabera de Sanct Johan Baptista en Roma y en Amians de Francia. Pues apóstoles, si los quisiéssemos contar, aunque no fueron sino doze y el uno no se halla y el otro está en las Indias, más hallaremos de veinte y quatro en diversos lugares del mundo. Los clavos de la cruz escribe Eusebio que fueron tres… y agora ay uno en Roma, otro en Milán y otro en Colonia, y otro en París y otro en León y otros infinitos. Pues de palo de la cruz dígoos de verdad que si todo lo que dizen que ay della en la cristiandad se juntasse, bastaría para cargar una carreta. Dientes que mudava Nuestro Señor quando era niño passan de quinientos los que se encuentran solamente en Francia. Pues leche de Nuestra Señora, cabellos de la Madalena, muelas de Sant Cristóbal, no tienen cuento. Y allende de la incertenidad que en esto ay, es una vergüenza muy grande ver lo que en algunas partes dan a enteder a la gente… Si os quisiesse dezir otras cosas más ridiculas e impías que suelen dezir que tiene, como del ala del ángel Sanct Gabriel, como de la penitencia de la Madalena, huelgo de la muía y del buey, de la sombra del bordón del señor Santiago, de las plumas del Spíritu Sancto, del jubón de la Trinidad y otras infinitas cosas a estas semejantes, sería para hazeros morir de risa. Solamente os diré que pocos días ha que en una iglesia collegial me mostraron una costilla de Sanct Salvador. Si huvo otro Salvador, sino Jesu Cristo, y si él dexó acá alguna costilla o no, véanlo ellos.

Y creo que por hoy es suficiente. Para un futuro artículo dejo una lista de las reliquias más absurdas, que merece la pena.

Fuentes:
  • GARCÍA DE CORTÁZAR, José Ángel: Historia religiosa del occidente medieval (años 313-1464), Akal, 2012
  • GARCÍA DE LA BORBOLLA, Ángeles: “Reliquias y relicarios: una aproximación al estudio del culto a los santos en la Navarra Medieval, en revista Hispania Sacra, LXVI, CSIC, 2014
  • “Las reliquias: fe y negocio en la Edad Media” en http://www.nationalgeographic.com.es

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