Get Even More Visitors To Your Blog, Upgrade To A Business Listing >>

Odiología (VA)


Vicente Aparicio (Foto: Martin Schoeller)

Odiar es odioso. Porque para empezar, Odiar ¿qué es? Ni siquiera tiene uno claro si odia o no. Odio no saber si odio. No es verdad, me importa un pimiento, es un juego de palabras. Me dejo llevar.

Resentimiento, cólera, indignación, castigo, venganza. Sustantivos hermanos, términos de la familia del odio que asoman la cabeza apenas lanzas el interrogante al ancho mar de internet dentro de su botella. Resentimiento, cólera, indignación...: todas parecen palabras que podrían concernirme. Castigo empieza a ser incómodo. Venganza es una palabra desmesurada, medieval, que se atraganta, una palabra digna de ser odiada.

No estoy seguro de odiar a nadie. Si alguna vez odié, tal vez fue pasajero. Odié un día a un hombre amargado que amargando se vengaba de su amargura. ¿No es siempre así? Tal vez. Llegué a llamarlo odio, pero ahora no estoy seguro que lo fuera. Porque el odio ¿se cura? A lo mejor duerme, hiverna, se queda arrinconado por la superposición de lo siguiente, vuela discretamente impulsado por el viento del tiempo. Tráeme a ese amargado ahora mismo aquí delante, después de tantos años. ¿Quieres decir que lo odiaré? Tendría que quedarse aquí un buen rato: horas, días, semanas, años… Y si se quedara, lo mejor sería irse. Pero odiar…, qué desperdicio.

A lo mejor no tienes más remedio que quedarte. O a lo mejor te echan. A lo mejor te encierran, te agreden, te asesinan. A lo mejor te sientes inferior y necesitas que el otro sea malo malísimo, peor aún. A lo mejor te entrenan o te entrenas para ver el veneno en el otro, en sus amigos, en los de su barrio, en sus compatriotas. A lo mejor no te enteras ni de quién eres y no quieres que nadie te toque los huevos.

No sé si odio. Quise llamar odio, equivocadamente, a lo que despertaba en mí un tipo insignificante. Era absurdo llamarlo así. Es solo un pobre diablo, asimilado a las mezquindades y mentiras de su quehacer cotidiano. Más que odiar, quizás yo necesitaba odiar para sentirme capaz de hacerlo. La etiqueta fue a parar a su frente estúpidamente por un tiempo y como es lógico, se cayó por falta de peso.

No consigo odiar, tampoco, a ningún famoso, por necesario que parezca. Ni siquiera al gilipollas de Napoleón en la película de Ridley Scott, que se pasa todo el metraje lloriqueando acomplejado mientras envía hombres a morir con meritorio desenfado. A lo mejor no sé odiar porque tengo un punto de vista altamente desalentado sobre la condición humana. Ninguna iniquidad me sorprende lo bastante, todo es de esperar.

Y a la vez, no cabe duda que el concepto odio es una gran autopista en la que caben vehículos de las más variopintas dimensiones, formas y pelajes. Quien dice vehículos dice esto y lo otro, o el perrito piloto.  Puedes odiar a Henry Kissinger, que en paz descanse, pero también el queso, porque huele mal de narices. Puedes odiar un poco a todo el mundo y muy mucho, por ejemplo, a ti mismo, a tu propia mediocridad. Puedes odiar la cirugía estética, y la ética, el lenguaje populista de la información meteorológica, o las corbatas. La confusión creciente de los tiempos de ocio y negocio. Que en los monumentos se formen colas de chicos guapos a la espera de fotografiar a sus novias posando para la inmediata posteridad. Que los machistas seamos ahora feministas y los del Barça, del Girona. Que alguien hurgue en tus puntos débiles para divertirse a costa de tus gritos, aunque ni se oigan. La condescendencia y los best sellers. También puedes odiar la fruta, y a los hijos de puta, e incluso a sus benditas mamás. Puedes odiar los bigotes. Que una maraña de voces se entrecrucen contándote historias para dar en el centro en la preciada diana de tu atención y seducirte exclamando:  ‘¡Qué alegría!’ o ‘¿Te lo vas a perder?’ La vida es puro marketing, güey, una ficción que está pasando ante tus ojos mientras los obuses caen irrealmente sobre los hijos de vecino de aquí y de allá. Un blanco perfecto para el odio, la vida, en realidad.

Pero odiar es odioso y lo mejor es no odiar nada ni a nadie, como yo según las gafas con las que me lo miro los días impares, que son casi todos. ¿Te atreves a vivir la experiencia?



This post first appeared on La Karcoma-Relatos, please read the originial post: here

Share the post

Odiología (VA)

×

Subscribe to La Karcoma-relatos

Get updates delivered right to your inbox!

Thank you for your subscription

×