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Odio (MS)


Mónica Sabbatiello (Foto: Jerry Uelsmann)

Hay huevos-odio de distintas especies. Se puede odiar por ruindad. Por egoísmo. Por necedad. Por simpleza, por sensibilidad, por abandono, por tristeza, por estupidez. Y también, cómo no, por empatía humana, por amor a los otros.

Hay odios circunstanciales y compartidos. Y también cadenas de odios. Todo el mundo tiene una parte odiosa. Algunos la tienen enorme.

Seres de sustancia inmunda pueden ser amorosos con sus familias, con sus hijos y sus mascotas.

Para no odiar demasiado es necesario racionar la información de los medios y practicar ayunos intermitentes de noticias. Razonar las maldades no es efectivo. No hay que justificarlas sino desmontarlas. El odio no parece muy práctico. Tiende a enceguecer.

La empatía es un paredón difícil de escalar según la gravedad del mal. De todos modos, el deseo de venganza lastima a quien lo siente. Y más aún a quien la practica.

Las hordas fascistas, los exterminadores y genocidas, tienen en común con sus víctimas el haber nacido de madre humana, sin embargo las distancias entre unos y otras pueden ser enormes. Estamos hechos de lo mismo y somos muy distintos.

Hay odios muy normalitos. En “Un lugar llamado Antaño”, de Olga Tokarczuk, uno de sus personajes, Pawel, odia “la suciedad que se colaba por las rendijas de la vieja cabaña de madera, entre las tablas del suelo e incluso debajo de las uñas. Odiaba el hedor del estiércol de vaca que, nada más entrar en el establo, impregnaba la ropa. Odiaba el penetrante olor de las patatas hechas al vapor para los cerdos porque invadía toda la casa y todos sus objetos, el pelo y la piel. Odiaba el dialecto pueblerino que hablaban sus padres y que a veces contagiaba su propio lenguaje, la tela rústica, los muebles rústicos, las cucharas de tosca madera, los desabridos cuadros de santos, las piernas gordas de sus hermanas. A veces era capaz de acumular todo ese odio en algún lugar cercano a las mandíbulas y entonces sentía una gran fuerza interior”. (Traducción: Ester Rabasco Macías y Bogumila Wyrzykowska)

Los expulsados del Paraíso, los mitológicos Adán y Eva, son nuestros antepasados y nos dejaron de herencia este mundo cainita, cuyos odios hacen nuestro infierno.

Si paso el cedazo personal puedo ver mis odios, y los hay de muchos tamaños y sustancias. Algunos pequeño-burgueses y otros viscerales. Por nombrar un par: el machismo de Henry Miller y James Joyce en sus geniales obras, y el olor a azufre de las verduras que hierve ahora mi vecino, y que compite con el aroma celestial de mi estofado de ossobuco a fuego lento, según la tradición familiar.

Para Italo Calvino hay dos maneras de no padecer el infierno de los vivos. Una consiste en ser parte de él hasta el punto de no verlo más. La otra exige atención y aprendizaje continuos, para reconocer, en medio del infierno, a quién y qué no lo es, y así hacerlo durar y darle espacio.

Los dioses griegos castigan con la locura a quienes por su ambición desmedida no controlan sus impulsos execrables y desprecian a sus congéneres. Sus héroes clásicos se muestran incapaces de dominar la ira y sus venganzas son terribles. La Ilíada empieza con un pedido a la musa para que cante la cólera funesta de Pelida Aquiles, cólera que causó infinitos males.

Hoy, como ayer, se puede ver a locos con afán depredador, mitómanos con el poder de arrastrar a las masas, Goebbels que denigran razas, religiones y pueblos. Primero inducen el desprecio, normalizan sus horribles descalificaciones, y después van y matan. Incluso exterminan con el consentimiento de las masas.

El teólogo y pastor alemán Dietrich Bonhoeffer, que sufrió la persecusión nazi, escribió en prisión su teoría sobre la estupidez.

A la estupidez le atribuye la mayor parte de los males. Dice que ante ella no sirven las razones ni las protestas. Se trata, para él, más de un defecto de la personalidad, que de capacidades congénitas. Cualquiera puede volverse estúpido en determinadas circunstancias, lo que ocurre con preferencia en las masas, y con mayor frecuencia de lo que imaginamos. Los estúpidos son usados por los malvados. Pienso en quienes votaron a Milei y a Hitler.

Bajando a mi propio habitáculo, veo que soy una perra y maldigo a los malditos. A quienes me maltrataron. A los que desaparecieron gente, a la triple A, a Videla, a Camps, a Massera. A mis torturadores y a quienes torturaron a otros. Y también reniego de los que me traicionaron, aunque no sé si con odio o más bien con desprecio.

Mi rabia es moviente. No se petrifica quizás porque está saturada de sentimientos que la licúan. Amor y odio se mezclan.

Mi hermano nació sietemesino y me robó a mi madre. Nadé y nadé hacia la superficie para no ahogarme. Gracias a mi trabajo personal, aquel corazón de pena ya no arde. Parar el péndulo es un nirvana efímero. Mi luz tiende al negro.

El único instinto que poseen los ángeles es el de la compasión. Una compasión infinita y pesada como un firmamento. (...) Para los ángeles, los acontecimientos son algo parecido a un sueño o a una película sin principio ni fin. Los ángeles no son capaces de implicarse, los acontecimientos no les son en absoluto necesarios.”

Un lugar llamado Antaño”. Olga Tokarczuk. (Traducción: Ester Rabasco Macías y Bogumila Wyrzykowska)

Sofrosine para la mitología griega personifica la moderación, la templanza y el autocontrol. Me la pido, como una forma modesta de recordar el Paraíso perdido.

Phil Collins - Another Day In Paradise. ''Sub. Español''



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