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¿Cristianos de verdad o de apariencia?

Próximos a irnos de vacaciones por Semana Santa que nos representa un tiempo espiritual para rememorar el inmenso amor de Dios que nos envió a su unigénito a morir por la salvación de nuestros pecados planteo si realmente desde nuestra fortaleza espiritual o desde nuestra debilidad carnal somos cristianos de verdad o cristianos de apariencia.

Lo expreso así porque aunque ciertamente hay personas que irradian bondad y hacen por los demás en silencio y sin que los vean, lo que les añade un valor más legítimo y auténtico, también hay otros que de buenos tienen poco, pero a la hora de auxiliar o ayudar a alguien son más escandalosos que una gallina al poner un huevo porque quieren que todo el mundo se entere de lo que hicieron y hasta se toman fotos dando al necesitado, a lo mejor alguna migaja, para que los perciban como nobles.

Hay un dicho que expresa que cada quien tiene su forma de matar pulgas y quiere decirnos que no importa cómo, que lo fundamental es lograr el mismo objetivo.

Algunas personas se concentran en el fin y consideran que el medio no es importante y aunque esto puede resultar en un juego de palabras la verdad es que no es cierto que se deba llegar a la meta por cualquier camino porque para todo hay normas, hay leyes, hay procedimientos, hay valores y principios que si no se observan con el rigor que corresponde entonces nos enredamos primero nosotros y después el entorno y más tarde, como onda expansiva, todo lo demás.

Si de espiritualidad se trata, a propósito del mensaje de salvación de Semana Santa, recordemos, aquellos que así lo creemos, que el principio de todo es Dios, que sucedieron los eventos divinos de la Creación para tenernos aquí ciertos que el aire que respiramos, el agua que tomamos, los alimentos de la tierra, la luz solar, la fresca noche, la fauna, la flora, la vida misma, no es producto de la mano del hombre, sino de una existencia indudablemente poderosa.

Semana Santa nos plantea un espacio para reflexionar y porque vamos a tener tiempo para pensar, porque en algún momento del vacacionar nos desconectamos de todo como un mecanismo natural regenerativo para cargar baterías y eso se logra descansando sí, pero con más fuerza meditando, conversando con nuestro interior y con nuestra conciencia evaluar si lo hecho está bien o si lo hecho está mal, si tomé las mejores decisiones o me dejé llevar por la influencia de alguien que me sacó del esquema correcto que de la vida tenía.

Seguramente, dado que vivimos en una Nicaragua que siempre es noticia, seguiremos particularizando sobre cómo y por qué se desataron aquellos eventos del 2018 que nos marcaron a todos, pero en lo que no tengo duda en coincidir con las personas, que aún creo tenemos sentido común, es que el detonante de todo esto fue nuestra intransigencia, fue no respetarnos, fue no tolerarnos y cuando entro a estos planos de la debilidad en la existencia humana lo primero que viene a mi mente, desde el equivocado o legítimo concepto que del cristianismo tengo, es que la violencia, el odio, la saña y la venganza niega a Cristo, niega a Jesús de Nazaret, niega a Dios y nos convierte en una nación sin fundamento, en ciudadanos vacíos que por no tener un norte espiritual actuamos bajo la lay de la naturaleza animal.

A pesar de toda aquella tragedia sigo creyendo que Nicaragua es una tierra bendecida y amada por Dios.

Seguramente algunos pensarán que eso no es posible, que no se corresponde con la realidad de un país donde nicaragüenses de un lado mataron a nicaragüenses del otro lado y que unos pretenden el aniquilamiento de los otros por la vía de la venganza que desencadena el odio y la saña y claro todo eso ante los ojos del Creador es aborrecible y cristianamente deberíamos tomar nota de esa gran realidad.

A mí desde que fui uno de los más grandes críticos de Daniel Ortega en los 90’s la militancia del FSLN me decía las mismas «cosas» que hoy exactamente me repiten los puchos y estoy convencido que lo hacen no por lo que ahora pienso o pensé ayer, sino porque no pienso como ellos, porque no hablo como ellos, porque no veo el negro que ellos ven como único color y ahora es peor que antes porque hoy gusto hablar de Dios, de las cosas buenas que hizo en mí, del cambio que hizo en mí vida y que me inspiran para hablar de paz, de reconciliación y de perdón que desgraciadamente son conceptos hasta fuera del diccionario de algunos religiosos.

Al condolerme por todos estos acontecimientos que con toda el alma deseo nunca vuelvan a darse me pregunto qué somos ¿CRISTIANOS DE VERDAD O DE APARIENCIA?

Aquí no solo estamos frente a la evidencia de un país que algunos malos nicaragüenses quisieron destruir para asaltar el poder violenta e inconstitucionalmente, sino también ante un “cristianismo” profundamente cuestionado, que no actuó en función de la misericordia que debió tener porque no pocos rostros que decían ser cristianos y que hasta voz en cuello cantan lindas alabanzas a Jesús de Nazaret en los templos, los leí en la red cibernética del tal Facebook, como la discordia personifica en el centro del caos, dirigiendo el vandalismo, destilando odios contra el hermano de la misma iglesia y llamando a la sedición y a la venganza lo que me parece una conducta triste y además un pésimo ejemplo qué no pasa desapercibido.

Yo no soy quién para dar clases de cómo un cristiano debe comportarse, yo solo vivo mi relación personal con Jesús de Nazaret y créanme que la siento inmensamente fuerte y la percibo así porque siempre tuve que estar íntimamente agarrado de la mano de Dios para sufrir por todo lo que he pasado y para hacer de mis propias experiencias, donde hubo odios y resentimientos familiares, políticos y sociales, una transformación que me permite ser tolerante, que me permite perdonar, que me agrada pedir perdón, que privilegia el diálogo antes que la violencia, que cree en la esperanza y en el renacer de las personas a través de la coherencia que debe existir entre hacer el bien sin importar a quien y sin importar para qué.

Siempre he dicho que las religiones no salvan porque fueron inventadas por hombres que siendo católicos o evangélicos terminan siendo profesionales de la fe que con sus defectos y virtudes como siempre pueden encantarnos o no.

Sin embargo, desde la iglesia que Cristo encontró en cada uno de nosotros como templos de su palabra, sí los religiosos deben interpretarnos la biblia como norma rectora de nuestra conducta, de nuestro actuar, de nuestro comportamiento como hijos de Dios y como ciudadanos y en este caso como nicaragüenses que además mucho lo necesitamos y lo seguiremos necesitando.

Cuando observo que la protesta de un ciudadano, que se dice cristiano y jura que lo hace “pacíficamente”, pasa con saña y con odio al vandalismo destructivo, trato de encontrar razones lógicas que conduzcan al por qué ese escalamiento hacia el caos extremo de no medir lo que hace cuando la aspiración de encontrar justicia, en una demanda seguramente legítima, pasa a una venganza en contra no del gobierno y partido en el poder sino contra toda una nación en la que ciertamente hay errores que corregir, pero que, con avances significativos en los últimos dieciséis años, jamás mereció el infierno que por castigo le impuso la revancha de quienes desde algunos medios de comunicación dirigieron aquella revuelta que pretendió no dejar piedra sobre piedra pero bajo ellas a toda una nación.

Cuando yo percibo esa anormalidad entre gentes que se dicen cristianos y actúan como lo hacen, lo primero que capto es que no lo son de corazón y que su filiación religiosa, desde donde escuchan hablar del Reino, no importa cuál sea, es pura exportación, es pura pantalla, es pura apariencia para esconder la vacía oscuridad espiritual en la que habitan y que descubre también a altos jerarcas eclesiales que con su verbo encendido son tan responsables de la Nicaragua que bajo fuego tienen feligreses descarriados que nadie puede saber hasta dónde nos pueden llevar y que a nombre de Jesús de Nazaret amenazan con más desde las redes sociales, desde los micrófonos, desde la red o desde las pantallas de televisión.

Sean estas iglesias católicas o evangélicas, sean sacerdotes o sean pastores hay que hacer una revisión sobre lo que se hizo o no se hizo para que los que en su momento marcharon, se tomaron rotondas, pusieron tranques, levantaran barricadas, quemaran alcaldías, saquearan súper mercados y centros comerciales, derriban árboles de la vida, que disparan unos contra otros, agredieran físicamente a su prójimo, amenazaran e insultaran a los que cometimos el pecado de no pensar como ellos y que pretendieron paralizar al país, bajo la dirección de algunas cabezas calientes que jamás quisieron dialogar, les entre Cristo verdaderamente en su corazón a fin de que la luz entre en las tinieblas y que el país y sus ciudadanos nunca más pierda la normalidad que teníamos con una nación sinceramente mejorada y en paz.

Por todo eso el verdadero pueblo de Nicaragua ora y le pide a Dios para que las tempestades cesen y lo hace desde la oficina, desde el trabajo, desde el hogar, desde la calle, desde el bus o desde el taxi en el que puede movilizarse, lo hace con los ojos lagrimados por el dolor y con el corazón llagado por las circunstancias, pero pidiéndole al Creador para que el cristianismo que cada uno de esos protestantes lleva por dentro, asuma su derecho a manifestarse pacíficamente, pero respetando a los demás el derecho que también les asiste.

QUE DIOS BENDIGA A NICARAGUA.



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