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Ejércitos de polvo

Luchamos contra la sociedad misma al intentar dejar una marca permanente en la memoria de los que nos rodean. Esa es la historia de la humanidad, la constante conquista del recuerdo. El olvido nos aterra, rehuimos de él, trabajamos toda Nuestra vida para mantener nuestra presencia viva en la memoria, libre en los relatos de nuestra vida. Es difícil, nadie ha dicho lo contrario. Es complicado conseguir abrir una brecha en la muralla del olvido, porque no estamos adaptados para eso, no hemos venido a mantenernos. La inmortalidad alcanzada por algunos pocos, esa capacidad casi divina de conseguir ganarle la partida a la muerte, está reservada solo a aquellos que dirigen las curvas en la historia. La mayoría de los mortales viviremos en los recuerdos de nuestros allegados hasta ellos mismos se conviertan en recuerdos también. Somos polvo, partículas flotando en un cielo imponente. Somos olas en una prístina mar, esperando a colapsar en la costa. Eso aterra, la muerte después de la muerte, el fin después del fin. Da miedo reflexionar sobre el negro pozo del olvido. La muerte de nuestro espíritu, la evaporación de nuestra memoria, el adiós de nuestra última conexión con la realidad en la que vivimos. Porque hay que recordar que aunque se trabaje como mulas por un futuro mejor, aunque el sudor cubra nuestra frente y nuestro cuerpo no pueda más, nada puede tumbar al imperturbable borrador que es el desuso de nuestra presencia. Luchamos contra un titán invencible. Una vez se entiende esto, se normaliza en nuestra conciencia, la muerte física no da tanto miedo, al final es un paso más, un proceso por el que transitar. Ya ni siquiera se puede luchar contra este coloso, la frenética manera en la que nos transportamos a día de hoy, ha imposibilitado el brotar del fango, ya no se puede destacar, porque el olvido se ha industrializado, lo hemos potenciado, le dimos alas de metal y vidrio. Ahora, condenados, nos encontramos bajo su yugo, su sombra sobrevuela sobre nosotros. Ni siquiera los más nauseabundos criminales logran superar la talentosa visión de un monstruo encargado de matar nuestra mención. Hemos desarrollado las más impresionantes plataformas para dominar el miedo, para superar la ausencia del recuerdo. Tenemos fotos, vídeos, audios; dejamos huellas allá por donde pasemos, firmamos con nuestro rostro a cada publicación, con cada like, con cada tuit. Pero, ¿nos hemos preguntado para qué funciona tanta parafernalia, nos hemos parado acaso a cuestionarnos si una vida volcada en marcar a fuego nuestro recuerdo es una vida que siquiera merece ser vivida? Porque el grueso de 1 y 0 que habitan dentro del internet se pierden casi al instante de nacer. ¿Para qué preocuparse, por qué pelear contra algo tan natural como lo es la muerte, física y espiritual? Es mejor disfrutar el curso de la vida, forzar los deseos, esculpir los sueños y manejar los agravios. ¡Qué bella resulta nuestra existencia cuando se desligan los miedos del alma! El mundo virtual, ese en el que cada día nos enterramos más, nos consume, nos llama a luchar contra una certeza. Pero, y esto es una parte del contrato que no leímos al ingresar en las gruesas enredaderas de las redes sociales, es que para que nuestra vida se mantenga otra debe de desaparecer. Hasta que al final estaremos todos enterrados bajo una duplicidad de realidades. Es más reconfortante, más gratificante, vivir y morir haciendo lo que nos llena, sin pensar en la supervivencia de la memoria. Porque la vida en general y la muerte en particular, así como el recuerdo y el olvido, se encuentran en un delicado equilibrio en el que en el medio se halla la paz.  Mira lo que tiene nuestro canal de YouTube!



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