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Schopenhaur desarmado (Amor III)

Tags: amor

Sufrió el embate fatal del rechazo. Arthur Schopenhauer vivió sin la fortuna de tener en su vida ese golpe de fantasía, esa laguna de felicidad. El Amor se le hizo foráneo al polaco que, después de dedicar su vida a estudiarlo y reflexionarlo, argumentó que el "enamoramiento por etéreo que afecte ser, sumerge en realidad todas sus raíces en el instinto sexual. El amor se ve, por lo tanto, como una voluntad individual que se transforma en voluntad de la especie". Y pobre de aquel incauto que se deje engatusar por el enamoradizo encantamiento de los instintos más básicos. El amor, visto desde la objetividad, no es más que innumerables señales que convergen en el cerebro. El amor, visto desde fuera del mismo, no es más que un amasijo de reacciones. O eso es lo que nos quiso hacer creer, porque eso a lo que llamamos amor, eso que escuece, que duele, que daña y que mata va más allá de la noción humana de amar. El amor, divino y fallido, se esconde en los gestos más alejados del amor mismo. El amor, como antítesis del odio, se ve reflejado en los más sutiles roces. Porque Arthur Schopenhauer explicaba al amar como la búsqueda interminable de un espacio de balance entre el dolor de alejarse y lo insoportable de estar cerca. Narraba que en un frío día de invierno, unos erizos se escondieron en su madriguera. Al acurrucarse dentro, sus púas les herían y los obligaban a separarse, pero el gélido clima los forzaba a arrimarse. Entonces, la constante tortura de los pinchazos y la amenaza de la congelación obliga a los erizos a buscar un punto medio, una armonía entre la distancia y el dolor. Eso, para el de Gdansk, es el amor. Eso, señoras y señores, esa metáfora sencilla, esa explicación elemental, está errada. Fijémonos en la nimiedad más banal, en el momento más insignificante. Busquemos en él la verdad de lo que el amor representa, el tacto de la más inmaculada alma, la compasión del menos misericordioso. El amor está escondido en los ojos, testigos de los arranques de ira y frustración, que aún ven en ti, en lo más profundo de tu encendida alma, los destellos de la redención, la capacidad más absoluta de superar tus propios límites. Es ahí donde está el amor, no en las distancias, no en las metáforas, no tiene nada que ver con el dolor. El amor es una mirada cautivada por el sentimiento de apego, es una revolución de los sentidos, es una explosión en El jardín de las delicias. Indicar lo incongruente de una idea tampoco es echar por tierra los argumentos de un maestro pesimista. Schopenhauer, un genio en el arte del debate, cayó en el error de extrapolar su situación, una desagradable experiencia con las relaciones interpersonales, pero no por ello su obra queda desfasada. Una mirada más amplia, un vistazo a los que nos rodea tira por los suelos aquello que hace del amor un vertedero de instintos. Doy fe que es más que eso, puedo asegurar que siempre llega, de una u otra forma, el amor, el ágape, así como el Sol, siempre amanece en nuestro horizonte. Porque el amar es mucho más que caricias, besos y sacrificios, amar es más de lo que se ha dicho de él, más de lo que podemos llegar a percibir. Para amar, y de esto también doy fe, primero se tiene que descubrir al amor. Ahora, entonces solo habrá que salir a encontrarlo, descubrir el sitio donde se esconde para nosotros, para ustedes, porque yo ya lo he hallado en la piel, en el alma y en la esencia de la persona que ahora está en el lado izquierdo de mi corazón.   ¡Mira lo que tiene nuestro canal de YouTube!



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