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Hacia una oposición representativa

Uno de los problemas fundamentales que vive hoy nuestra sociedad es el hecho de que se confunde el ejercicio del Poder público, con el poder público; pero en realidad son cosas muy distintas. La delegación del ejercicio del poder en figuras representativas no significa necesariamente su abandono irresponsable por parte de quien lo delega. Esa alienación amarga, especie de indigestión, que sobreviene casi justo después de darle de comer a la fría urna, es síntoma de un sano golpe de conciencia ciudadana. "¿Qué he hecho?", se pregunta el elector, arrepentido muchas veces. Lo que ha hecho es alimentar la maquinaria que, por años, le despoja siempre del poder que en él reside; lo que ha hecho, es la traición hacia su individualidad y su auto realización, permitiendo que otros decidan por él hasta en las más mínimas cosas. A menudo me preguntan qué se puede hacer en estos casos en los que el ser humano, que es parte de una sociedad, se desentiende de su más sagrada responsabilidad y la abandona en otros, simplemente, como si regalara una prenda simple de vestir. Y esa tremenda responsabilidad es no abandonarse por completo a otros en temas tan puntuales que se encuentran vinculados al destino propio y al de la nación. Una cosa es empoderar. En ese caso, quien otorga ese poder se ha reservado facultades para revocarlo. Pensar que no lo puede hacer, que no puede terminar esa delegación, es una parte del problema. Se pierde la consciencia de lo que es poder constituyente; el poder público que da, el poder que otorga, el que es el alfa y el omega, el que hace y puede deshacer. Por eso resulta tan importante saber cuándo es el momento en el que se ha perdido el rastro de ese hilo conductor que nos sirvió de guía para adentrarnos en las oscuras cuevas de ese abismo de la ausencia del poder público. Allí, en las profundidades de esas cuevas de ignorancia y de conformidad, a las que hemos adaptado nuestra vista, vive todo aquel en el que se ha purgado la consciencia del poder. Se olvida que el poder le pertenece; pierde la memoria, sufre de total amnesia, pierde la capacidad de hacer adaptación de su mirada hacia la luz que está allá afuera, y que ahora solo es disfrutada por usurpadores muy astutos del poder; usurpadores que, de cuando en cuando, tiran hacia adentro de la cueva antorchas que vienen ya con una vida útil y que jamás podrán suplir la luz real de la consciencia propia. "Dejen que los topos se deslumbren por un rato" parecen proclamar, porque saben que la antorcha se consume sola y satisface solamente los caprichos momentáneos de la rebeldía y de la revelación del hombre. Por eso resulta tan vital que podamos entender que no solo debemos elegir quienes gobiernan, sino también a quien queremos que nos representen como oposición; porque esa oposición, bien ejercida, será siempre un balance y contrapeso para un poder que requiere siempre de esos frenos y de riendas para nunca desbocarse. La elección de quienes deben ser los vigilantes de quienes nos vigilan, es tan importante, o más, que la elección consciente de quienes deben ser solamente apoderados en el ejercicio del poder. Una autoridad suprema, que no obedece más que a la conciencia, individual y colectiva, debería ocupar ese papel tan necesario de la oposición, y la elección de esa autoridad deberá también ser acto de consciencia ciudadana de los electores. Erradamente pensamos que, al elegir personas a los cargos de elección, se les está premiando. Comencemos a pensar que, únicamente, se les da un mandato transitorio, pero revocable; que se les confía una carga muy pesada en la que portan solamente el beneficio de la duda. Pensemos que fuera de la periferia del poder que se delega, debería haber siempre un liderazgo superior, muy arraigado a la ciudadanía, que vigile y que controle, desde las fuentes más cercanas al poder genuino, cada una de las actuaciones de quienes ejercen momentáneamente las funciones públicas. Elige, pues, la oposición tan cuidadosamente como eliges a tus gobernantes. ¡Mira lo que tiene nuestro canal de YouTube!



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